ARCO intenta recuperar el tiempo perdido en América Latina
Los Solo Projects de la feria desdibujan fronteras y buscan un diálogo entre pasado y presente Artistas mexicanos, venezolanos, argentinos... copan el espacio de experimentación del evento
La feria más grande del arte contemporáneo de España ha mantenido relaciones esporádicas e inconsistentes con Latinoamérica. Si en 1997 se lanzaron fuegos artificiales al invitar a todo un continente a la cita en una fuerte declaración de intenciones, después quedaron chispas y poco más, deslucidas ante el empuje de la Bienal de São Paulo, Zona Maco en México se afianza, Art Basel de Miami, o la Bienal de Buenos Aires. España miraba hacia otros lados a golpes de riqueza de ladrillo. Los últimos cuatro años han supuesto en ARCO el intento de recuperar el tiempo perdido. En 2014 llega de nuevo el turno de Latinoamérica en el espacio Solo Projects, concebido como de investigación. Son muchas las voces que siguen advirtiendo de que la reinvención de ARCO ha de pasar por convertirse en la plataforma internacional del arte latinoamericano; en su ADN deben ir países en lo que mucho está pasando en creación.
La mexicana Magali Arriola, Sharon Lerner de Perú, el estadounidense Tobias Ostrander y Marcio Harum de Brasil se han encargado de comisariar a partir de una selección de las 70 propuestas que recibieron. El resultado combina obras que hablan de arraigo a la tradición, la herencia y la tierra; otras, que suponen una vuelta a trabajos seminales, con el tema de la censura como afilada punta de lanza; y, como expresa Marcio Harum, el recorrido por los 21 stands lo han pretendido convertir en uno que no se defina por fronteras. Si hay un artista mexicano representado por una galería estadounidense como Pablo Rasgado con Steve Turner Contemporary, hay otro venezolano como Manuel Mérida, quien lleva desde los años setenta en París, que viene de la mano de la francesa Espace Meyer Zafra; o un artista peruano como Miguel Aguirre que vive desde hace 12 años en España… El foco se expande por Nueva York, Róterdam, Alicante… algunas de las ciudades donde habitan las galerías de Solo Projects.
La ministra de Empleo y Seguridad Social del Gobierno de Mariano Rajoy Fátima Báñez aparece en un cuadro con los ojos hacia el cielo, como a la espera de un milagro; Barack Obama está cabizbajo en otra pintura; el rostro en primer plano de José Bretón, condenado a 40 años por el asesinato de sus hijos Ruth y José impacta al paseante, las protestas en Turquía, Siria en duelo, Angela Merkel, Silvio Berlusconi… La inspiración en artistas contemporáneos y en las fotografías que han sido mostradas en la prensa escrita o Internet, que se han difundido por la televisión o han sido inmortalizadas a través de un móvil dan pie al artista peruano Miguel Aguirre a volcar una actualidad “de hartazgo” a la que, dice, ahora no le puede dar la espalda porque “la realidad traspasa”. Su obra sobresale desafiante en la Y Gallery neoyorquina.
Pero no es la realidad, o no lo es de manera tan clara, la que define las obras de los Solo Projects latinoamericanos de ARCO. Y es así porque en algunas de ellas la censura ha impedido que existiese una forma de expresión más directa, aunque exista una crítica política. Este espacio para Latinoamérica da un salto temporal que los comisarios Ostrander y Harum destacan durante un paseo por sus dominios dentro del recinto ferial. Las cartas de semántica abierta de Mirtha Dermisache, fallecida en 2012, se remontan a los setenta en una época a la que la dictadura militar en Argentina había puesto una mordaza. Expuestas por la galería Henrique Faria Fine Art nos devuelven a un periodo que enlaza con el que vivió España o Brasil. El comisario Harum se detiene ante la obra de la artista multidisciplinar de su país Anna Bella Geiger (1933) que también trae una perspectiva histórica de la que los comisarios se muestran orgullosos porque ese es otro objetivo: “Hemos querido un diálogo intergeneracional”. En la galería alicantina Aural se muestran el trabajo pionero de Geiger en videoarte de 1974 Passagens nº 1 y escapes de la censura a través de fotografías que emparentan con el arte postal.
La deconstrucción de la realidad también interviene en dos instalaciones en la Wu Galería de Lima, que trae la obra de la artista Andrea Canepa, una laboriosa interpretación de un ramo de flores del que fue dibujando cada una de sus partes con 3.700 papeles: pétalos, ramas... Esta meticulosidad de orfebre se da también en la instalación de las 530 acuarelas que reproducen seis horas de luz en la galería Dconcept con Escritório de arte. La artista Marlene Stamm cronometró el tiempo que tardaba cada cerilla que encendía en apagarse y con la forma resultante las dibujó en un ejercicio de hiperrealismo. Si les parece mucho trabajo, la brasileña tiene una instalación en la que reproduce… 24 horas. El énfasis en la laboriosidad manual y en la artesanía se ve asimismo en Mónica Millán, artista de la provincia de Misiones en Argentina, que emplea los encajes de aguja artesanales conocidos como ñandutís hechos por las mujeres paraguayas para elaborar sus tapices, de los que surgen como explosiones. O la peruana Andrea Canepa, quien se basa en bordados figurativos comprados en mercados para recomponerlos de manera abstracta exactamente con los mismos colores y lana. El éxito ha sido rotundo y eso que ARCO acaba de empezar: valen entre 1.500 y 2.500 euros y están casi todos vendidos.
Juventud se mezcla con la veteranía, por ejemplo la del venezolano Manuel Mérida de 73 años ante cuyas hipnóticas obras —círculos de distintos tamaños a los que un motor da movimiento, pero cuyo ritmo en realidad depende del material que contienen: pigmentos, varillas de alambre— el público se agolpa curioso. Y aquí se anima la cosa con una visitante interesada por estos artefactos que beben de lo conceptual y de lo cinemático: 29.000 euros el de menor tamaño, azul; 55.000, uno amarillo inmenso.
En la historia del arte latinoamericano que ha sido seleccionado para los proyectos en solitario de 2014 los hay que establecen un fuerte juego entre intervención de la modernidad en la cultura tradicional. Es el caso del artista Santiago Borja (Ciudad de México 1970), formado como arquitecto, y que mediante la fotografía imagina la Villa Saboya de Le Corbusier con las clásicas palapas de techo de hojas de palma que pueblan las playas ante una alfombra tradicional maya de líneas geométricas. Los comisarios asocian esta creación con la arquitectura tropical modernista, como la que presenta el joven Lucas Simôes de 33 años, que realiza una investigación de la arquitectura brasileña que él “vive día a día” en Sâo Paulo, donde se ubica la galería con la que expone en ARCO, Emma Thomas. Simôes llega por primera vez a la feria con la curiosidad de saber qué recepción hay de su obra a este lado del Atlántico.
Pintura, fotografía, videocreación, instalaciones… Menos representada está la performance. ¿Es ARCO más latinoamericano por fin, más iberoamericano? Marcio Harum lo tiene claro, al menos en un sentido: las ferias de arte contemporáneo del otro lado del Atlántico han mirado a ARCO como modelo.
Babelia
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