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despierta y lee

Movimiento nacional

Fernando Savater

El filósofo Hans Blumemberg fue el mejor estudioso del papel de la metáfora en nuestro comercio intelectual con lo real. En su gran obra La legibilidad del mundo (Paidós) consagra le lectura como “la metáfora para la totalidad de lo experimentable”, lo que le agradezco a título personal. También se ocupó, ocasionalmente, de las metáforas políticas y me hubiera gustado conocer su opinión sobre algunas de las que hoy se repiten en España respecto a la relación del gobierno estatal y los nacionalismos disgregadores. Una de las más frecuentes es la del “choque de trenes” para caracterizar el enfrentamiento con los nacionalistas catalanes, que ha vuelto ahora a complementarse con el estribillo de “los separadores y los separatistas”, tan apolillado y falso que lo creíamos definitivamente arrumbado hasta verlo reanimado por Susana Díaz. Nos repiten “choque de trenes, choque de trenes”, creyendo hacer un diagnóstico y dar la alarma cuando en realidad se limitan a convertir un mal de tontos en consuelo de muchos.

Lo peor de ciertas metáforas es que se dejan al nivel simplón de la impresión visual, sin proseguirlas consecuentemente hasta sus implicaciones menos obvias y más reflexivas. Por ejemplo, lo del choque de trenes. Si dos trenes van uno contra otro por la misma vía, eso nunca quiere decir que ambos maquinistas han perdido el rumbo. Uno de ellos va por su camino debido y autorizado, mientras que el otro comete un trágico error y puede estar loco o borracho. ¿Que eso da igual y lo importante es evitar la colisión? Sí pero no. Sabiendo cual es el maquinista que va por dónde no debe, tenemos una primera indicación del tren que debe ser desviado a una vía muerta en cuanto se pueda por las autoridades ferroviarias. Además, como ambos trenes llevan pasajeros y no solo maquinista, fogonero y revisores, es bueno que aquellos sepan quienes son los que les conducen al desastre para que se rebelen y le pongan remedio en lugar de pensar “aunque nuestro tren lo pilotan los insensatos, ya se encargarán los sensatos de salvarnos”. Y luego, si por desgracia hay descarrilamiento, conocer quién iba en la dirección indebida ayudará a establecer con justicia las responsabilidades civiles del accidente.

Ferrocarriles aparte, otra metáfora popular es la del movimiento o, mejor, el inmovilismo achacado al gobierno. Rajoy no se “mueve”, se limita a repetir la letanía de la legalidad y evidentemente las leyes son precisamente lo inmóvil (es España a veces tiritan, eso sí) para que lo demás pueda moverse por cauces seguros. Pero ellos reclaman que el gobierno se mueva: el oso debe bailar, ya que los nacionalistas tocan el pandero. Dudo mucho que Rajoy sepa lo que hay que hacer en este trance, pero estoy seguro de que quienes le pidan que se lance de una vez a actuar no lo saben mejor que él: esperan que se decida por fin a la vía de los hechos para luego cantar a coro: “¡no es eso, no es eso!”. Resulta que tal es a veces la perversión de las metáforas, juzgar perentoriamente allí donde faltan elementos de buen juicio.

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