“Soy mandona y defiendo lo que tengo claro”
La actriz y cantante presenta Rat Race, su décimo trabajo, un disco de electrónica bailable
Es admirable la discreción con la que Najwa Nimri burla la normativa antitabaco en el lobby de un hotel de Madrid. Durante la hora de charla fuma tres cigarrillos de liar tan delgados que apenas humean. Es tan hábil que un camarero pasa a pocos metros de ella un par de veces y no huele nada. Tampoco lo ve. Cuando no le da una calada rápida y furtiva, la actriz y cantante coloca las manos debajo de la mesa en un gesto tan espontáneo para ocultar el cuerpo del delito que parece de experto. “No se puede fumar, pero es que acabo de volver de Jordania”, se disculpa.
—¿A qué has ido? ¿De visita?
—No. Se ha muerto mi padre y he ido al funeral. Ha sido un viaje durísimo. Devastador en todos los sentidos.
Esa revelación hace que el motivo inicial de la entrevista, su nuevo disco, Rat race, se antoje banal. Y explica —además de por qué no para de fumar—, por qué va vestida de negro riguroso: falda de cuero, jersey de cuello de cisne y gorra con visera bajo la que esconde el pelo corto y revuelto.
Najwa Nimri Urruticoetxea es navarra de nacimiento, pero se crio en Bilbao. Su padre jordano y su madre vasca se separaron cuando ella era una niña. Él vivía en Jordania cuando falleció repentinamente en enero de un infarto. Nimri describe gráficamente cuánto le ha impresionado ver el país de su padre convertido en precario asilo para 180.000 refugiados que huyen de la guerra civil en Siria. “Llegan literalmente descalzos, sin nada”. Cuenta que la atmósfera en Irbid, al norte, donde vivía su padre, se asemeja a una cazuela que se calienta lentamente hasta que estalla. “De repente esto me parece Disneylandia”, dice refiriéndose a Europa y, por extensión, a España.
“No te preocupes, la vida sigue. Pregunta”, tras varios minutos hablando de política y familia la conversación gira a su carrera, en concreto a Rat race su décimo disco desde que debutara en 1998 con No blood, firmado como Najwajean y realizado a medias con el ubicuo Carlos Jean. Es un cambio. Este es el trabajo más lúdico de su carrera. “Sí, lo es, sin duda. Lo he escrito y grabado sin presión. No había ningún plan previo. Lo hicimos como una forma de liberar tensión los lunes, el día que tenía libre el año pasado cuando estaba haciendo teatro”.
Suelta un bufido cuando se le pregunta por su debut en las tablas. En 2013 protagonizó Antígona. “Ha sido una experiencia terrible. Es la única vez que lo he hecho y mi visión de los actores de teatro ha mejorado considerablemente. Ahora entiendo que si no te mueve la pasión es imposible hacer eso. Con lo que se paga por función y lo que se cobra por ensayo… Y los horarios: Olvídate de ver a tu familia. Olvídate de todo”.
A la dureza habitual hay que sumar una serie de desencuentros con Rubén Ochandiano, director de la obra. “Yo solo he trabajado con él, supongo que habrá directores con los que será más relajado, pero en mi caso ha sido bastante estresante. Tuvimos una relación medio tormentosa. Si el director respeta el espacio del actor debe de ser más sencillo. Pero esto era como Gran Hermano y yo soy más de ir a mi aire”.
Nimri no se parece a su personaje público, por lo menos hoy. Lleva ya 20 años de carrera y nunca ha dejado de ser vista como esa exotica y distante belleza que protagonizaba Salto al vacío, el primer largo del que entonces era su pareja, Daniel Calparsoro. Era 1995, el momento en que el cine español se renovaba y nacía un nuevo star system con directores como Medem o Amenábar. “Teníamos 20 años y aquello era acojonante. En Madrid las colas para ver la película daban la vuelta a la esquina. Nos escondíamos detrás de los coches para verlo. No nos lo creíamos”.
Se la imagina como una diva que habla bajito, no dice nada y mira por encima del hombro, pero es una mujer de 42 años, madre de un niño de 10, charlatana y vivaz que parece disfrutar con el conflicto. “Lo que soy es mandona hasta el final. Defiendo lo que tengo claro. No busco el conflicto pero juego el rol femenino trabajando con hombres y por eso surge la confrontación. Porque, yo que sé... estás grabando voces y de repente te dicen: “Che, boluda, no te pongas tan emo’. Y respondo: ‘No te pongas tú gilipollas’. Y eso que son amigos”.
Habla de Didi Gutman y Matías Eisen, sus dos colaboradores en este disco, ambos argentinos. Eisen es parte de su equipo desde 2010. Gutman, componente del grupo neoyorquino Brazilian Girls, reside en Madrid desde hace años. “Didi y Matías se comían mis días de mierda. Ellos me animaron a hacer el disco. Sin ellos no existiría”.
No teme decir que su discográfica la esperaba de uñas. Sus dos trabajos anteriores, en español, no habían sido precisamente un éxito. “Fui con el disco acabado, y ellos lo que querían era echarme”, dice y se pone a interpretar a su interlocutor en Warner: “¿Qué nos traes? ¿Otro disco en castellano? Ah ¿Qué es en inglés? Vamos a escucharlo. Pues no está mal, nos gusta. Venga, lo publicamos”.
Además de ser el más lúdico, es el más procaz. Las letras están llenas de referencias sexuales y en portada aparece desnuda, aunque le han borrado los pezones y el pubis, convirtiéndola en una especie de androide. Por si quedara duda de la intención de seducir, protagoniza la nueva portada de Interviú, lo que, teniendo en cuenta que los lanzamientos de discos han perdido bastante emoción, debería de ponerle más nerviosa. “No, para nada. Fue una idea que surgió hace meses. Las fotos las hace el mismo amigo que ha hecho la portada. Cuando me lo propusieron tuve dudas y llamé a mi madre: ‘¿Son bonitas?’. ‘Sí, mamá’. ‘¿Te pagan?’. ‘Sí, mamá’. ‘Pues entonces adelante con ello, hija’. Y eso es lo que he hecho”.
Babelia
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