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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro ‘remake’ inútil, como el original

Spike Lee versiona 'Oldboy', de uno de esos creadores que la crítica declara de culto y que me resulta ajeno: Park Chan Wook.

Carlos Boyero

Hay directores que relaciono exclusivamente con infinitas horas de tedio sufridas en los festivales de cine. Ninguno de ellos figura en mi videoteca con la función de revisar mis frívolas opiniones y mis ingratas sensaciones ante su obra. Con las películas que acumulas mimosamente en tu casa y con la pretensión de que te acompañen en la dicha y en el naufragio durante el resto de tu vida, no puede existir el autoengaño, la tentación de recibir la conversión, el rayo (o la epifanía, como dicen ahora los modernos) que transformó al descreído Saulo en el cruzado Pablo de Tarso, la posibilidad de que tu sensibilidad estuviera nublada en el pasado y te impidiera reconocer ese arte que proclama casi toda la gente que se dedica al mismo oficio que tú. Uno de esos creadores que la crítica declara de culto (siempre he relacionado el culto con los rituales eclesiásticos, no es lo mío) y que me resulta absolutamente ajeno es el coreano Park Chan Wook. Y eso que hace cine de genero, en el que supuestamente pasan muchas cosas narradas con estilo muy personal, que no vuelca su venerada obra en la filosofía esotérica o en la lírica estática.

OLDBOY

Dirección: Spike Lee.

Intérpretes: Josh Brolin, Elizabeth Olsen, Sharlto Copley, Samuel L. Jackson, Michael Imperioli.

Género: thriller. EE UU, 2013.

Duración: 104 minutos.

Creo recordar que vi Oldboy en un festival de Cannes, siendo testigo del generalizado entusiasmo hacia ella. Solo sentí estupor y un poco de grima ante el presunto enigma de un desalmado al que secuestran y es confinado en una habitación durante veinte años y su volcánica venganza después de fugarse persiguiendo la identidad y los motivos del que le destrozó la existencia. El supuesto espectáculo de ese enloquecido fulano creando ríos de sangre con su letal martillo no me proporcionó ningún placer estético. Tampoco la menor preocupación por la desesperación del matador ni por las retorcidas razones de su antigua víctima para buscarle la ruina. Todo me pareció histérico y gratuito.

Pero esta película con excesiva vocación de destroyer tuvo tanto éxito elitista y minoritario que el cine estadounidense ha decidido que merece un remake. Y no lo perpetra cualquier grisáceo mercenario en nómina de Hollywood, sino un director con eternas pretensiones de autoría, tan militante en los pisoteados derechos de su raza que alguna vez declaró con orgullo aquella gilipollez de que nunca tenía relaciones sexuales con mujeres blancas. Se llama Spike Lee. En sus comienzos demostró originalidad, brío y complejidad. Ahí está Haz lo que debas. Pero se ha ido difuminando progresivamente. Con algún intermitente destello, como en La última noche, retrato del último día de libertad de un camello que deberá cumplir diez años de trullo.

Imagino que para los amantes del primitivo Oldboy, este remake les parecerá una obscena profanación. A mí ese escandalizado furor me asalta cada vez que se empeñan en hacer nuevas versiones de películas que amo, inmejorables, clásicas. Pero en el caso de Oldboy, no percibo la diferencia. No me gustaba la obra genuina ni tampoco su nueva adaptación. Me parece una abusiva tontería en Corea y en Estados Unidos.

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