Los artistas del Círculo Polar
Una muestra con obra de Friedrich, Richter o Polke analiza la imagen del Ártico ofrecida por pintores, escultores y fotógrafos
Durante siglos fue solo una mancha blanca en lo más alto del globo terrestre, en la que los paralelos se encontraban sin testigos para presenciarlo. Situado más allá de los confines del mundo conocido, el Ártico se convirtió en territorio legendario sobre el que los pueblos europeos no dejaron de fantasear, hasta que las exploraciones de los primeros aventureros empezaron a dar cuenta de una tierra salvaje y exuberante, pero también dotada de múltiples peligros. Esa imagen, entre la realidad y el espejismo, perduraría en la mirada que nuestra cultura ha dirigido al Polo Norte. "El Ártico no es tanto una región como un sueño. El sueño de un mundo único, inalcanzable y de una atracción insistente. Se trata del último lugar imaginario", describió una vez el arqueólogo Robert McGhee, especializado en las tierras árticas.
La propia historia del arte ha contribuido a potenciar esa calidad espectral. Entre glaciares y criaturas autóctonas, la exposición Arctic examina el reflejo del Polo Norte que pintores, escultores y fotógrafos han ofrecido en sus obras desde las salas del Louisiana Museum, espectacular museo a la orilla del mar Báltico, situado una hora al norte de Copenhague. La muestra recorre obras de Gerhard Richter, Sigmar Polke, Sophie Calle, Carsten Nicolai, Wolfgang Tillmans y decenas de nombres más, junto con mapas, vídeos y documentos científicos de los últimos dos siglos, para entender qué ha llevado a artistas de todos los tiempos a interesarse por ese territorio glacial, de la fascinación infinita que experimentaron los pintores románticos hasta el desengaño de los creadores contemporáneos, que logran observar en el deshielo provocado por el cambio climático el primer síntoma de un mundo en proceso de desaparición.
Los artistas del Romanticismo se sirvieron del Ártico como representación perfecta de una belleza sublime pero brutal, que provocaba tanto asombro ojo pavor en quien la observaba. En las tierras árticas, Caspar David Friedrich logró detectar una proyección perfecta de su atormentado paisaje interior, que reflejó en El mar de hielo (1824), donde los bloques congelados aparecían fracturados por el paso de un barco que acababa de naufragar. Friedrich nunca vio aquellos mares con sus propios ojos. Para pintar el cuadro, que parece aludir a la muerte de su hermano pequeño mientras patinaba en un estanque, el pintor tuvo que inspirarse en el curso helado del Elba durante los meses de invierno. El romántico inglés Edwin Landseer retrató a dos grandes osos polares inspirándose en los que había visto en el Zoo de Londres, mientras que su contemporáneo Frederic Church reprodujo la Aurora Boreal en un lienzo casi esotérico firmado en 1865. No hacían más que confirmar la fascinación de la Inglaterra victoriana por ese territorios desconocidos, que ya había pronosticado medio siglo antes Mary Shelley en su celebérrimo Frankenstein. El protagonista partía en una expedición para encontrar a su monstruosa creación, que se había escondido en "el imperio de los hielos eternos y la desolación".
En un registro menos tétrico, la belleza de los copos logró fascinar a pioneros como el estadounidense Wilson Bentley, considerado el primer fotógrafo de cristales de nieve, tarea que inició a finales del siglo XIX. Más de un siglo después, el artista alemán Carsten Nicolai sigue demostrando la misma fascinación en una instalación que refleja la formación de uno de esos copos, pero su obra tal vez encierre menos asombro que nostalgia. Así sucede con la mayoría de artistas contemporáneos expuestos en la exposición, con Wolfgang Tillmans en cabeza. Lejos de su crónica de los excesos de la vida berlinesa, el fotógrafo alemán describe en su serie Greenland (2010) un apego inédito por la nieve virgen y el paisaje inmaculado, que puede traducirse como anhelo por la inocencia perdida. Por su parte, Sophie Calle describe en otra serie fotográfica, Pôle Nord (2009), cómo viajó hasta el Ártico para dejar un rastro de su madre fallecida, mientras se pregunta dónde terminarán los glaciares en los que entierra algunas de sus joyas. "El interés del arte contemporáneo por el paisaje ártico está conectado con la preocupación por los desastres climáticos, pero también por el miedo a perder el último santuario de la tierra, ese refugio en lo más alto del planeta", escribe el comisario de Arctic, Mathias Ussing Seeberg, en el catálogo de la exposición. "No sabemos si va a desaparecer, pero el simple hecho de planteárnoslo demuestra que, en cierta manera, ya lo ha hecho".
La exposición también se detiene en la representación del Polo Norte en la cultura pop, con Superman como muestra más representativa. Localizada en pleno Ártico, la llamada Fortaleza de la Soledad constituye el cuartel general del superhéroe, un lugar donde logra aislarse del resto del planeta y reposar su mente. Su geolocalización no responde al azar. "Uno de los mitos persistentes sobre el Norte en nuestro tiempo es que la exploración del Ártico siempre es moralmente pura, contactada con el ascetismo y el conocimiento de uno mismo", afirmó Peter Davidson en su ensayo The idea of North, en el que se ha inspirado esta exposición.
Arctic pone de relieve el peso del Polo Norte en el imaginario cultural de los países escandinavos, así como su persistencia en batallas que parecen propias de otra época. Hasta cinco naciones se siguen enfrentando hoy para reclamar su soberanía sobre el territorio, empezando por la propia Dinamarca, que asegura que las islas del Polo Norte se originaron en un desprendimiento del territorio de Groenlandia, razón por la que les seguiría perteneciendo hoy legítimamente. No es casualidad que un reciente estudio demuestre que el Ártico podría contener hasta el 25% de reservas de petróleo y gas que siguen sin ser explotadas, y que ahora serían susceptibles de ser perforadas a causa del calentamiento global.
Al final de la muestra, un puñado de escritores, científicos y pensadores reflejan su experiencia en las tierras árticas. Entre ellos se encuentra el novelista Ian McEwan, que participó en una expedición al Polo Norte en 2005. "El Ártico demuestra lo rápido que está cambiando el mundo y cuál es nuestro papel en ese cambio", asegura. "Al llegar allí sentí un vigor extraordinario, una mezcla de alegría y pesadumbre. Me sentí fascinado por el paisaje y por el aire puro que respiraba, pero también temeroso de que me acabara comiendo un oso. No hay nada más vigorizante que pensar que alguien te acabará comiendo antes de que acabe el día". Con total seguridad, los primeros exploradores no se habrían atrevido a contradecirle.
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