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La arquitectura como cura

Terminología médica, más que arquitectónica, describe la recuperación de grandes edificios urbanos

Anatxu Zabalbeascoa
El proyecto Alta Diagonal, de Jordi Badía.
El proyecto Alta Diagonal, de Jordi Badía.PEDRO PEGENAUTE

Ni remodelar ni reparar: sanear, restablecer y hasta curar. Cada vez son más los términos médicos empleados por arquitectos para describir intervenciones que, en lugar de defender edificios de nueva planta, indagan en la necesidad de sanear la flota existente. Con la nueva ley de rehabilitación energética en marcha, el cortoplacismo del lifting está contraindicado, y a pocos se les ocurre ya proponer el despilfarro, y la ilusión, del maquillaje. Así, aunque el cambio final entre por los ojos, lo que se está transformando son las entrañas de los inmuebles, el corazón y las arterias de edificios que cambian desde sus fuentes de energía hasta su manera de relacionarse con las ciudades. Ha sido el caso de vecindarios enteros, como el Barrio de la Luz, al sur de Avilés, donde las fachadas de 2.000 viviendas de los años 50 han sido aisladas de nuevo para rebajar la factura energética. Sucede cada en cada vez más viviendas individuales, como la centenaria Casa MZ que Calderón-Folch y Sarsanedas rehabilitaron cerca de Barcelona y ha ocurrido también en el proyecto Alta Diagonal que el arquitecto Jordi Badía acaba de transformar en esa ciudad.

El inmueble del que partía Badía –que también trabaja en el Museo de Historia de su ciudad y en la sede de la televisión polaca en Katowice- era un edificio posmoderno “que hablaba de modernidad en clave tecnológica post-Pompidou”, indica mientras lo visitamos. Es cierto que los antiguos subrayados en color del edificio original -levantado en los años 90 por Enric Tous y Josep María Fargas- remitían al centro cultural parisino. También lo hacía cierta ostentación de la tecnología que hoy -cuando se relaciona ciencia más con transparencia que con grandes tubos- se antoja un gesto anticuado. Con todo, el inmueble supuso grandes logros. Buscó ofrecer una isla de tranquilidad en medio de una de las principales avenidas barcelonesas y, con ese legado, ha sido posible renovarlo. El objetivo no era acondicionar su imagen. La intención de Badía, y del grupo alemán Deka Immobilien que se hizo con el edificio, ha sido sanear la oficina de más de 2.000 personas (ocho plantas en 22.000 metros cuadrados) y alterar la relación del inmueble con la ciudad. Esos dos criterios son, para Badía, la clave para afrontar el futuro. Así, el proyectista ha recuperado los espacios exteriores y los ha abierto al público, al igual que el vestíbulo, donde los ciudadanos puedan sentarse a descansar o pasear como si el edificio formara parte de la propia calle.

Un jardín, una zona de descanso, una cafetería tranquila y un auditorio tienen acceso desde el antiguo hall ahora inundado del luz natural. Muchas de las intervenciones, radicales pero invisibles, de Badía y su equipo han ido encaminadas a reducir el uso de la luz artificial. Así, el proyectista catalán ha sustituido los cristales de la gran claraboya central, ha eliminado la vegetación que trepaba por la fachada interior y ha alterado revestimientos y colores del antiguo edificio por tonos más luminosos y materiales más aislantes. Badía también ha reducido un 25% el consumo de agua del inmueble y un 87,5% la dedicada al riego recuperando las aguas grises para el goteo de los jardines y sustituyendo grifos y sanitarios por elementos de bajo consumo.

A pocos se les ocurre proponer despilfarro y la ilusión del maquillaje

La nueva luz del patio interior público anuncia el cambio más radical del inmueble, otro asunto invisible: el que le ha llevado a ahorrar un 20% de la electricidad que consumía y a conseguir certificación energética Gold de Leed.

La arquitectura actual quiere saber poco de maquillajes y estiramientos. Pero lavar la cara ya no basta. Las intervenciones en edificios existentes buscan sanear la ciudad desde los órganos vitales de sus antiguos inmuebles.

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