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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Soñando con teatros

Marcos Ordóñez

Atesoro los libros sobre teatros desaparecidos porque me disparan la imaginación. La semana pasada me llegó Barcelona ciutat de teatres, de Carme Tierz y Xavier Muniesa, un volumen fundamental, repleto de fotos e historias maravillosas, donde se habla de doscientos teatros, vivos y muertos, a lo largo de cuatro siglos. Lo ha publicado Viena Edicions, que también editaron el año pasado el no menos necesario Carrer i escena: el Paral.lel, 1892-1939, a cargo de Eduard Molner y Xavier Albertí. Me fascina la época que va de finales del XIX a principios del XX, cuando muchos de aquellos lugares eran todavía “barracas de madera que volaban con el viento”, un viento que apagaba las luces callejeras y que se llevó el recuerdo de la compañía liliputiense afincada en 1891 en el Alcázar Español de la calle Unión, o del teatro Alegría, que solo duró una temporada (1882-1883) en la plaza de Cataluña, y en el que se ofrecían “funciones de prestidigitación, espectros, escamoteo y demás”. (¿Qué misteriosa gama de emociones se ocultaría tras ese enigmático “y demás”?).

No sabía yo que muy cerca de mi casa, en Rambla del Prat, se levantó el Gran Teatro del Bosque, “ideal para pasar las tardes de verano”. Había abierto sus puertas, en plena arboleda de la Fontana, en 1905. Nació, cuentan Tierz y Muniesa, como prolongación de una “sala de linterna mágica” y ampliaría su aforo hasta albergar a 2.500 espectadores, repartidos entre platea, galería y sesenta palcos. Allí se podía comer y tomar café, patinar (en dos pistas, de cemento y de hielo, cosa sorprendente) y ver comedias, variedades y ópera. Su estrella fugaz fue Manuel Utor, El Musclaire (El Mejillonero), un tenor que trabajaba en el muelle de la Barceloneta y había sido apadrinado por el millonario danés Bern Janzen. El Musclaire tenía una voz atronadora y un fiato sobrehumano, pero era incapaz de aprenderse las letras y mezclaba italiano y catalán, para gran alborozo del público. Allí, descubro, tuvo lugar el estreno en Cataluña nada menos que de Madame Butterfly, en agosto de 1907: el Liceo se negaba a presentarla porque había tenido malas críticas en La Scala. El Gran Teatro del Bosque se derribó en 1916 para dar paso al Círculo Ecuestre Bosque, donde la troupe árabe Nassar’s Mazzagan dedicó su espectáculo circense al sultán marroquí Muley Haffid, exiliado en Barcelona. El sultán, que vivía en una planta del Hotel Oriente con su séquito, era un hombre excéntrico y dadivoso, y regaló al zoo de la ciudad la famosa elefanta Julia, porque la reciente muerte de l’Avi, un paquidermo centenario, inmortalizado luego con una estatua, había “dejado desconsolados a los barceloneses”. El Círculo Ecuestre Bosque se convirtió luego en el cine de grandes puertas rojas que yo conocí. Imágenes veloces, empujadas por el viento: Muley Haffid abandona el hotel Oriente para instalarse, por breve tiempo, en la espectacular torre que le había encargado a Puig i Cadafalch, en el paseo de la Bonanova. La pobre Julia muere de hambre durante nuestra guerra civil. Manuel Utor fallece en la casa de la caridad de la Barceloneta, en 1946, a los ochenta y cinco años, soñando, quizás, en la luz y la música de una lejanísima tarde de agosto, bajo los árboles, en un lugar del que no recuerda ya el nombre.

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