El libro de la “I” de infelicidad que le faltaba a Sue Grafton
La escritora de best-sellers publica su obra más íntima, ‘Kinsey y yo’
Como escritora, Sue Grafton tiene todas las letras cubiertas. Todas o casi todas, que ya va por la X en esa serie de novelas detectivescas cronológicas por las que es conocida. Como persona, son más las letras que le faltan. Tiene la F de fama y la D de dinero, algo que se aprecia en esa casa que tiene en la localidad californiana de Montecito,desde la que contempla el Pacífico resguardada en un agradable pinar por donde se perdería su gato de no haber coyotes. Una montaña donde también residen otros afortunados de la fortuna como Oprah Winfrey o Michael Douglas. Allí respira la P de paz y la T de tranquilidad para escribir unas novelas publicadas en 28 países y traducidas a 26 idiomas. Pero son las letras que faltan las que alimentan su última obra, Kinsey y yo (Tusquets), una recopilación que aúna relatos cortos de ficción con una desgarradora visión personal de la que fue su vida. “La gente ve esto”, admite esta mujer menuda y sonriente de 73 años cuando abre las puertas a su paraíso terrenal, “y dice ‘mira que suerte tiene’ sin saber que mi éxito viene de una gran infelicidad. Pero uno puede dar la vuelta a las dificultades y transformarlas en algo bueno”.
Como recuerda en su manuscrito, a Grafton le falta la I de infancia, que acabó cuando tenía 5 años, hija de padres alcohólicos que aprendió a cuidar de sí misma. O la H de hogar, el que abandonó a los 20 tras un precipitado matrimonio y unos hijos para los que era demasiado joven, relación que acabó en divorcio. Sobre todo le faltó la M de madre, mujer sumida en una profunda depresión y que se suicidó tras años de alcohol, tabaco y un cáncer de esófago. Historias muy personales que escribió hace cincuenta años, más como terapia que como creación, y que ahora quiere compartir con su público. “Si no puedo arriesgarme ahora ¿cuándo?”, pregunta sin esperar respuesta. “A estas alturas me siento muy cómoda escribiendo sobre Kinsey porque hasta cierto punto soy yo pero quiero mostrarle al público esos puntos de conexión”, añade.
Habla de Kinsey Millhone, ese alter ego que nació en 1982 con A de Adulterio y le usurpó la identidad aunque le dio la fama. Sus biografías son diferentes pero sus gustos, los mismos. Ambas, casadas y divorciadas en dos ocasiones y huérfanas desde los 5 años. “La perfecta infancia para una escritora”, añade quien describe a los hijos de padres alcohólicos como gente “organizada, puntual, capaz de hacerse cargo de la situación, muy observadores y con una libertad inusual en sus manos”. Además, en su caso, con un padre escritor frustrado del que aprendió mucho más de lo que se dio cuenta en su momento. “Él me hablaba mucho de literatura pero yo tenía 8, 12 años. De lo difícil que era eliminar esos pasajes que son joyas pero no encajan en la narrativa; de lo duro que es sentirse rechazado, de lo importante que es trabajar duro”, recuerda.
Su padre nunca llegó a ver la primera novela de Millhone publicada pero Grafton pasa sus consejos a otras generaciones. No es fácil y ahora la lleva a maltraer una joven autora a la que está asesorando. No quiere hablar mal de nadie pero si le tiras de la lengua se pone el birrete de catedrática. “Mi mejor consejo siempre es el mismo: Que no empiecen con novelas de misterio. Serán muy exóticas pero es un género muy delicado. Tiene muchas normas. Mejor aprender primero a contar una historia, a escribir un buen diálogo, a desarrollar buenos personajes… Claro que A de Adulterio fue mi primera novela de género”, se pilla en falta.
No es su única mentira. En un salón que podría haber sido decorado por Martha Stewart y donde se respira el almuerzo que le está preparando su chef personal —una de las pocas “decadencias” que se permite la autora—, Grafton asegura que Millhone es ella. Sin embargo su alter ego se tira de cabeza al peligro mientras que a Grafton le asusta la violencia, nunca habla con asesinos “al menos a sabiendas” y ni tan siquiera se inspira en casos reales porque “o carecen de historia o son increíbles”. Y en su mesilla de noche tiene libros que poco tienen que ver con el género como los del periodista Malcolm Gladwell o un tratado sobre la vacuna de la polio en India. Pero en su cabeza siempre están las novelas de detectives. “Mi teoría es que te permiten contemplar la violencia desde una prudente distancia”, afirma. Porque la otra realidad de su vida es que no todo el mundo es bueno. “Y eso es lo que me interesa, el lado más retorcido, el que todos tenemos”, confiesa recordando sus orígenes literarios, cuando pensaba la forma de acabar con el que ahora es su exmarido y prefirió ponerlo enel papel que en la práctica.
De Millhone también le separa la edad. Cuando Grafton llegue a la Z of Zero como se llamará su último volumen, estará en los 80. Milhone, que solo envejece un año cada libro, estará en los 40. La diferencia no parece detenerla. “No pienso acabar con ella, pobrecita, con lo maja que es”, se ríe. Lo que hará sin ella es otro tema. Todo menos adaptar sus novelas al cine, algo que les ha prohibido a sus hijos o su ira caerá sobre ellos incluso después de muerta. “Mis libros son mi vida. Y como sabe Millhone, ella será recordada cuando ya nadie se acuerde de quién era Susan Grafton”.
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