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Joaquín Sabina: ensayos del retiro

El cantautor publica el libro ‘Muy personal’ Es una amplia colección de dibujos y notas manuscritas Anuncia nuevo disco y una posible gira de despedida

Diego A. Manrique
Joaquín Sabina en la azotea del Círculo de Bellas Artes, Madrid.
Joaquín Sabina en la azotea del Círculo de Bellas Artes, Madrid.Samuel Sánchez

En 1969 Phil Ochs publicó un elepé titulado Rehearsals for retirement. El cantautor tejano anunciaba que estaba “ensayando para el retiro”, vista la horripilante deriva política de su país, entonces bajo la Administración Nixon. De alguna manera, también en Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) se advierte hoy un desinterés, un cansancio soberano; en su caso, por la música.

Hay un nuevo disco en marcha, aunque se lía al explicar una de sus canciones: “Te gustará, está dedicada al difunto Tom Waits... ¿cómo? perdón, hablo del tipo que murió este verano. Eso: J. J. Cale. ¡Si el tema se llama Cuerpo de jota jota!”. No se asombren, son cosas del desapego: “Si voy a ser sincero, hace meses que no pongo un disco. Estoy comprando la colección de los Beatles que saca EL PAÍS pero no los escucho. El primer domingo, estuve a punto de poner Sgt. Pepper pero finalmente me dio pereza, no ando yo muy psicodélico”.

Pero Joaquín ¿nada de música? “Bueno, de vez en cuando encuentro algún concierto en algún canal raro de la tele y lo dejo un rato. Vi uno de Bruce Springsteen. También a bandas nuevas que no me dejaron marca, ni siquiera recuerdo los nombres”. La televisión es un electrodoméstico importante en la guarida de Sabina, en la madrileña plaza de Tirso de Molina: “Siempre está puesta, sin sonido pero con el mando al lado, por si sale algo que me llama la atención”.

Asegura que suele dormir con el canal 24 Horas a bajo volumen. “Así, cuando me despierto, ya he asimilado las principales noticias”. Ahora, en serio: “¡Hablo en serio! Me contaron que Rafael Alberti, cuando volvió a España, tenía siempre preparada una maleta, por si había que salir de naja. Yo comparto ese miedo, a que ocurra un golpe o una revolución y también tengo una maleta para emergencias. Seguramente es el miedo del pobre a que le quiten lo poco que tiene”.

Uno de los dibujos de Joaquín Sabina
Uno de los dibujos de Joaquín SabinaEL PAÍS

¿Golpe, revolución? “Sí, y no necesariamente de izquierdas. Con la que está cayendo, todo es posible. No sé hasta cuándo aguantarán los españoles. Somos resignados pero, carajo, nos están meando en la sopa una y otra vez”. ¿Y dónde se exiliaría en esas circunstancias? “En Latinoamérica. Me gusta cómo hablan el español pero también sus bailes, las caderas de las mujeres, el alcohol, los sentimientos que se expresan de forma rotunda, todo”.

Quitemos dramatismo a todas esas especulaciones. Estamos ante el mismo Sabina de siempre, locuaz y guasón, quizás más flaco, bien maqueado. A su alrededor revolotea una garde du corps femenina, entre su gente y la de su editorial, atenta a sus necesidades. “Me dejo llevar por ellas: no conduzco ni tengo móvil. Tampoco uso Internet, ¿para qué? Lo importante acaba filtrándose a la prensa de papel; el resto no me interesa. Ni siquiera la pornografía, y eso que siempre defendí las películas guarras. Detesto el porno actual, con esos cuerpos depilados. A mí, dame pubis rizados y braguitas con ligueros (risas)”.

Estamos hablando de alguien que disfruta el toque del Rey Midas. “¿Tú crees? Igual me confundes con Belén Esteban”. El periodista se refiere a lo bien que se venden incluso sus biografías, sus colecciones de sonetos y, previsiblemente, sus dibujos y sus notas, ahora agrupadas en Muy personal. “Pues sí, está pensado como regalo de Navidad para los muy sabineros”.

Providencialista, sabe convertir un patinazo creativo en un (previsible) acierto comercial: “Había firmado con Planeta un libro de memorias. No una cosa ambiciosa, como el Crónicas de Dylan; más bien, un anecdotario. Pero resulta que soy un inútil para la prosa. Pasé un mes trabajando y no me da vergüenza reconocer que no me salió nada. Estoy muy mal acostumbrado por mi otro empleo, como poeta de guardia, al filo de la actualidad. Para mí, escribir un poema es como resolver un crucigrama: las leyes de la rima te van llevando y así disimulas la falta de grandes ideas”.

Asumido el bloqueo, pactó con Ángeles Aguilera, la editora de Planeta, que se llevó unos cuadernos donde acumula “anotaciones y garabatos, con mucho colorín”. La selección fue cosa de la editorial, advierte: “Con tantos culos y tetas, van a pensar que soy un salido. Bueno, también salen muchos gallos y alguien me hará una lectura freudiana. Me basta con que reconozcan que soy mejor artista gráfico que Dylan (carcajada)”.

No es una edición ejemplar: faltan transcripciones de sus textos, a veces bastante ilegibles: “Eso es manía tuya, que te quieres enterar de todo (más risas). Dejarlo así sirve para dar más ambigüedad. Por ejemplo, recojo una frase que vi en Arco: ‘Ya basta, hijos de puta’. Igual había una intencionalidad política pero yo prefiero verlo como un grito de protesta contra el mundo del arte, los Damien Hirst, las instalaciones y las performances, todo eso. Cuando me encuentro con esa confluencia de paletos y estafadores, me endemonio”.

Volvamos a la música, si es posible: “En general, las nuevas canciones hablan del deterioro, tanto social como personal. Puede que sean la perfecta excusa para una gira de despedida. Una despedida de verdad, aunque haga luego cosas puntuales, como Miguelito [se refiere a Miguel Ríos]. La verdad es que puedo vivir perfectamente sin volver a pisar los escenarios. Eso hay que dejárselo a los chavales”.

No le conmueve el listado de artistas venerables que siguieron al pie del cañón: “Georges Brassens nunca fue joven. Lo mismo que Leonard Cohen, esencialmente no cambiaron desde su primer elepé”. ¿Y el tan citado Dylan? “Yo creo que Zimmerman gira por aburrimiento, no hay nada que le retenga en casa. Yo tengo mis libros, mi mujer, mis amigos. Quizás mi frase más citada sea la de ‘como fuera de casa, en ningún sitio’. Ahora mismo, ya no firmaría algo así".

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