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crítica de 'ismael'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La lágrima como fin

La fina línea que separa la emoción del sentimentalismo suele ser la que va de lo sensible a lo cursi y de la identificación al estereotipo

Javier Ocaña
Belén Rueda y Mario Casas, en 'Ismael'.
Belén Rueda y Mario Casas, en 'Ismael'.

La fina línea que separa la emoción del sentimentalismo suele ser la que va de lo sensible a lo cursi y de la identificación al estereotipo. En principio, es admirable que un autor se lance a la piscina de la turbación sin flotador alguno. Muchos lo hicieron, de John M. Stahl a Giuseppe Tornatore, y sus películas forman parte de la historia. Pero, más que falta de control en sus elementos, lo que hace estamparse a los valientes de las lágrimas es la brillantez de los elementos utilizados para llevar al espectador hasta el territorio de lo emotivo. Marcelo Piñeyro ha querido agarrarse a ello en Ismael y sus ansias son respetables; no así la calidad de los métodos para alcanzarla.

ISMAEL

Dirección: Marcelo Piñeyro.

Intérpretes: Mario Casas, Belén Rueda, Larsson do Amaral, Juan Diego Botto, Sergi López.

Género: drama. España, 2013.

Duración: 110 minutos.

Ambiciosísima, pues al discurso moral sobre la paternidad y el amor, la familia y la amistad, las segundas oportunidades, la fidelidad y la redención, une incluso otro discurso social alrededor de la adolescencia presuntamente descarriada, sin conseguir salir del estereotipo en ninguno de ellos, Ismael es un melodrama desbocado que nunca tiene miedo de ir a por todas hasta llegar al arrebato. Sin embargo, mientras el apartado interpretativo siempre hace su trabajo con solvencia (en especial Mario Casas), otros frentes no pueden decir lo mismo. En el apartado de guion, no son pocas las frases que, si se tarda más de un segundo en efectuar la réplica supuestamente brillante, son justo las mismas que han venido a la cabeza del espectador, como una apoteosis de la obviedad. A lo que hay que unir un par de momentos que solo permiten avanzar la trama por los métodos más ridículos.

Podría hablarse de exceso de banda sonora, pero eso en un melodrama es sello de estilo, así que quizá sea mejor valorar que su tema principal, entre lo simple y lo cansino, es tan pegadizo como un polvorón, y que ciertos problemas de montaje, como ese triple contraplano de Belén Rueda en medio del mejor discurso del personaje de Casas, acaban por estropear algunas de las secuencias con más posibilidades de una película que aspiraba a la conmoción.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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