Ecología del delito
Al director mexicano Amat Escalante se le ha acusado de sensacionalismo por algunas imágenes con legítimo valor de choque, aunque quizá habría que preguntarse por la legitimidad de tal acusación.

En uno de los apuntes más afortunados de Salvajes (2012), adaptación de Oliver Stone de la novela homónima de Don Winslow, el espectador descubría la polisemia del título: la truculencia de los protocolos de venganza del cartel mexicano de la droga y la sexualidad liberal del trío de camellos californianos merecían, respectivamente, la sanción de salvajismo a un lado y otro de la frontera. Al director mexicano Amat Escalante se le ha acusado de sensacionalismo por algunas imágenes con legítimo valor de choque de Heli, su tercer largometraje, aunque quizá habría que preguntarse por la legitimidad de tal acusación: a fin de cuentas, la película quizá no haga más que mostrar desde dentro la misma modulación de la violencia que, en un recordado episodio de Breaking bad, trastornaba al aparentemente durísimo Hank. La misma violencia, en suma, que nutre las portadas de cabeceras de prensa popular mexicana como Alarma o Peligro.
HELI
Dirección: Amat Escalante.
Intérpretes: Armando Espitia, Andrea Vergara, Linda González, Juan Eduardo Palacios.
Género: thriller. México, 2013
Duración: 105 minutos.
Ganador del premio al mejor director en la pasada edición del festival de Cannes, Escalante utiliza una delgada estructura narrativa de narcothriller para proponer algo aparentemente alejado de la funcionalidad espectacular del género, pero que, de hecho, es su pura médula: describir el funcionamiento de un ecosistema perverso, donde criminalidad e instancias legales se confunden y donde al individuo no le quedan más alternativas que una invisibilidad productiva, que no es salvaguarda de nada, o el flirteo directo con la muerte. Heli desvela esa ecología del delito con absoluto control de la forma y con una dramaturgia hiperrealista que se nutre de actores no profesionales libres de afectación. Su tan comentada y discutida secuencia de tortura solo corre el riesgo de que se pasen por alto los detalles verdaderamente significativos del momento: las miradas perdidas de quienes asisten a la escena como parte de una cotidianidad perversa, donde el ejercicio de la crueldad es algo tan exento de todo ceremonial como hacer la colada. Ahí está el gran tema y verdadero sentido de esta película notable: la normalidad del horror.
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