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“Son lo que más he querido”

Cornelius Gurlitt asegura en sus primeras declaraciones a la prensa que la colección de cuadros que atesoraba en su casa le pertenece legalmente

Cornelius Gurlitt, en un supermercado de Munich, el 8 de noviembre.
Cornelius Gurlitt, en un supermercado de Munich, el 8 de noviembre.Goran Gajanin / Action Press /Pa (©GTRESONLINE)

Cornelius Gurlitt rechaza entregar voluntariamente la colección de arte que le decomisó la Fiscalía de Augsburgo en 2012. El coleccionista de 80 años defiende su derecho a conservar los más de 1.280 dibujos y pinturas hallados en su piso de Múnich.

En una entrevista publicada el domingo en el semanario Der Spiegel, el anciano asegura que su padre, el marchante de arte Hildebrand Gurlitt, adquirió todas las piezas de forma completamente legítima.

Los investigadores están comprobando la procedencia de la gran colección que Gurlitt almacenaba en secreto en una de sus viviendas en el barrio muniqués de Schwabing. Su progenitor, Hildebrand Gurlitt, fue represaliado por el régimen debido a su parcial ascendencia judía, pero colaboró con los nazis en la venta de lo que llamaban el “arte degenerado” de las primeras décadas del siglo. El caso ha levantado enorme expectación en todo el mundo.

La Fiscalía investiga a Cornelius Gurlitt por un presunto delito fiscal y otro de apropiación indebida. Sospechan que parte de las piezas podrían haber llegado hasta los Gurlitt por vías ilegítimas durante la dictadura nazi, cuando galeristas y coleccionistas judíos de toda Europa tuvieron que malbaratar sus obras de arte para escapar de los invasores alemanes. 590 piezas de la colección podrían ser parte de este “arte robado”. Las autoridades alemanas han difundido hasta ahora una lista de 25 piezas de la colección en Internet, pero se espera que la próxima semana se muestren otros 590 cuadros, con el objetivo de acelerar su restitución si se comprueba que es arte expoliado por el régimen nazi.

Pero el octogenario lo niega. Nunca, dice, ha “cometido un delito, pero aunque así fuera, éste habría prescrito ya”. Se escuda en una evidencia aparente: “si tuviera culpa, me habrían encarcelado ya”.

El fiscal de Augsburgo Matthias Nickolai explicó a este periódico que las obras seguirán en manos de las autoridades como prueba de las posibles infracciones que están investigando. Respecto a Gurlitt, los fiscales creen que no hay riesgo de fuga.

El sospechoso lamenta que no le devuelvan ya sus piezas, hacia las las que parece sentir un fuerte vínculo emocional. Él asegura que su único objetivo era “vivir en casa con mis obras de arte. Son lo que más he querido en mi vida”, remata. Desde la muerte de su padre, en 1956, cuidar de la colección que heredaron él, su madre y su hermana es la única actividad conocida de Gurlitt.

Vivía, como su madre recientemente fallecida, del dinero que iba sacando de la paulatina venta de algunas de sus obras. La entrevista de Der Spiegel es un excelente broche para la rocambolesca historia de los Gurlitt, los nazis y las piezas maestras halladas en su piso tras una investigación por evasión fiscal que empezó casualmente en 2010. Cornelius aparece como un hombre solitario, enfermo y anciano, entre el victimismo (“qué quiere de mí esta gente”) y la acusación (nunca quise nada del Estado (…), ¿Qué Estado es éste que exhibe mi propiedad privada?').

Justifica su propia pasividad y exalta la memoria de su padre, a quien presenta como una víctima de los nazis: “Yo no soy tan valiente como él, que vivió para el Arte y luchó por él”.

Le pregunta la reportera si alguna vez “se enamoró de una persona”, a lo que él responde riendo “ah, no”. Solo quiso a su colección y a su familia, a la que también achaca parte de la culpa del actual escándalo.

La de su madre fue llevárselo al barrio muniqués de Schwabing, un acomodado distrito de clase media famoso por su vida bohemia y artística. Compraron dos viviendas en un edificio cuya solidez burguesa certifica hoy un tablero de timbres repleto de Doktoren y algún que otro “Von” de evocación aristocrática. 53 años después, aquella mudanza se ha demostrado, afirma Cornelius Gurlitt, “una desgracia”.

La segunda irresponsabilidad familiar la cometió su hermana Benita, que era “dos años mas joven” pero aun así murió de cáncer en 2012. Gurlitt le reprocha eso mismo: “Debería haberme sobrevivido, lo habría heredado todo y ella sabía cómo arreglar esto”. Ahora, en cambio, “todo es tan miserable”.

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