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crítica de 'sister'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Suiza, año 2012

El Edmund de 'Alemania, año cero', y el Simon de 'Sister', ambos de edad exacta, 12 años, son sendos supervivientes su sociedad

Javier Ocaña
Kacey Mottett Klein y Léa Seydoux, en 'Sister'.
Kacey Mottett Klein y Léa Seydoux, en 'Sister'.

En 1948, Roberto Rossellini filmó en un Berlín devastado por la guerra Alemania, año cero, parábola social sobre sus efectos en la existencia de un crío que sólo ha vivido en tiempos de dolor, que no conoce más que la muerte, la enfermedad y la asfixia, pero que no deja (casi) en ningún momento de ser lo que es, un niño. Condición que comparte, a pesar de la aparente distancia en época y ambientes en los que se desenvuelven ambos relatos, con el chaval de Sister, segunda película de la francesa Ursula Meier, desarrollada en una lujosa estación suiza de esquí.

SISTER

Dirección: Ursula Meier.

Intérpretes: Léa Seydoux, Kacey Mottett Klein, Martin Compston, Gillian Anderson.

Género: drama. Francia, 2012.

Duración: 97 minutos.

El Edmund de Alemania, año cero, y el Simon de Sister, ambos de edad exacta, 12 años, son dos caras de la misma moneda, sendos supervivientes en la sociedad que les ha tocado en suerte, sendos listos que sacan las castañas del fuego a sus respectivas familias, el primero como el mago del estraperlo de una ciudad sitiada por la ruina económica y moral, el segundo como pillo del siglo XXI, en el que cada par de guantes olvidados, cada esquí caído del telesilla, cada mochila poco vigilada es la gran fuente para seguir subsistiendo entre la ausencia total de cariño y de referentes. Y, he ahí la clave, ambos lo hacen como el que juega, porque es lo que conocen, lo único que han experimentado. Meier, que en su primera obra, ¿Home?, dulce hogar (2008), ya reflexionaba sobre los efectos de la hipercivilización en el seno de una familia disfuncional, mueve su relato con la aspereza de unos hermanos Dardenne que hubiesen calmado un tanto sus movimientos de cámara, sin música (apenas un puñado de notas de guitarra eléctrica, punteadas en muy esporádicas escenas), y reparando siempre en la mirada, el brío y la soledad de su criatura, conformando así una historia donde el principal asidero, y suficiente, es la dolorosa empatía que provoca un hijo maldito de la sociedad del bienestar.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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