Ya no era Virgin
Resulta aberrante que todavía se identifique a Richard Branson con Virgin Records; vendió el sello hace 20 años
Seguramente, a los actuales terrícolas les sonará a extravagancia, a perversión. Pero no exagero: en el siglo pasado, éramos fans de discográficas como Virgin Records. Que primero fue una cadena de tiendas ultratolerantes: paraísos dónde te podías apalancar, escuchando con auriculares rarezas recién llegadas de EE UU o de Alemania.
Sentíamos, además, un extraño afecto por Richard Branson y demás fundadores de Virgin. Estudiantes procedentes del underground, con un punto de pícaros: les pillaron con toneladas de discos importados, a los que —para no pagar aduanas— habían declarado que iban a expedir a Europa (pero no, se trataba de stock para sus tiendas). Ahí descubrimos que no eran unos hippies cualesquiera: en vez de terminar encarcelados, se movieron los hilos y simplemente pagaron una fuerte multa.
Branson también despertaba solidaridad cuando te contaban lo de su mujer, Kirsten, a la que había seducido el bello Kevin Ayers, que la arrastró hacía Mallorca y —aquí se bajaba el tono— la heroína. Una consecuencia inesperada de un juego de intercambio de parejas, en la romántica casa flotante de Kevin.
¿Y cómo sabíamos esas intimidades? Gracias a un disquero español, Carlos Juan Casado, que confraternizó con la plana mayor de Virgin, tanto directivos como artistas: apareció incluso en un vídeo de Simple Minds. Y terminaría abriendo la delegación madrileña de Virgin.
Además, los periodistas españoles teníamos un aliado en el cuartel general de Londres: Al Clark, jefe de prensa, había crecido en Huelva e insistía que él hablaba “andalú”, no castellano. Nos explicaba, con palabras finas, que Branson no era musiquero. Se trataba, añadía, de un fantástico tahúr, capaz de cambiar Virgin por una cadena de hamburgueserías.
Clark no acertó en lo de la fast food pero sí, era cierto: Richard carecía de implicación emocional con la música. Convirtió a Virgin en una marca polivalente, apta para vender cosméticos o vuelos intercontinentales. En 1992, sin remordimientos, traspasó Virgin Records a EMI por 1.000 millones de dólares. Cuatro años después, intentó repetir la jugada con V2 pero (comercialmente) no funcionó tan bien. De V2 recuerdo, en sus oficinas londinenses, un detalle propio de los tiempos de vacas gordas: contaban con una flota de coches propios, con chóferes aburridos que esperaban trasladar a alguien o llevar algún paquete.
Maestro en autopublicitarse, Branson anda promocionando el 40º aniversario de Virgin, aunque su creación repose hoy en el catálogo de Universal Music. Según la exposición, 40 years of disruptions, presentada en Londres, el legado de Virgin parece reducido a Tubular bells, Sex Pistols, Phil Collins, Culture Club y Spice Girls. Lo mismo con el álbum homónimo, un triple CD que podría subtítularse “el pop más comercial de Virgin”.
Oiga, no. Inicialmente, Virgin era el refugio de los raros: Robert Wyatt, Kevin Coyne, Steve Hillage. Sus grupos incluían Henry Cow, Hatfield and The North, Faust, Can. También se abrió al reggae, con el sello Front Line. Todo eso parece desaparecer de la historia oficial: solo encuentras dos grabaciones de los setenta en esta antología.
El fichaje de los Pistols fue un mandato de renovación, purga de los elementos hippies y brazos abiertos al after punk y la new wave. Pero indigna que, en algo titulado 40 años de perturbaciones, solo quede XTC como testimonio de un catálogo que acogía igualmente a PiL, Records, Motors, Ruts o Magazine.
No me confundan: entiendo que una discográfica se mueva con los vientos del mercado; de no haber apostado por el techno pop y las músicas de baile, seguramente estaríamos hablando de Virgin como un curioso experimento que duró demasiado poco.
Me dicen que, tras el engañoso 40 years of disruptions, hoy mismo se editan otros cinco recopilatorios triples, a precio de disco sencillo, que repasan cronológicamente la evolución del sello. Perfecto, pero resulta aberrante que todavía se identifique a Branson con el tronco musical del que creció su imperio. Era la hora de dejar hablar a sus socios: Simon Draper, Nik Powell, etc. Ellos fueron los cazatalentos; Branson, el niño que cambiaba cromos en el recreo y siempre terminaba haciendo buenos negocios.
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