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Una muralla con vistas al valle

Dos arquitectos remodelan la fortificación de Aledo para que desaparezca y se funda con el paisaje

Anatxu Zabalbeascoa
La muralla de Aledo, tras la remodelación de García Higueras y Gil de Pareja Martínez.
La muralla de Aledo, tras la remodelación de García Higueras y Gil de Pareja Martínez.DAVID FRUTOS (BISIMAGES)

Acercar la escala urbana a la humana. Isabel García Higueras y Daniel Gil de Pareja Martínez (i+G Arquitectos) han remodelado la muralla de Aledo, en Murcia. Y la han convertido en ventana. Durante más de 250 metros lineales, los que descienden de la antigua fortaleza en la cima del monte, recorren la villa de origen árabe y desembocan en la vieja zona de extramuros, la nueva muralla desaparece, se desgaja y renace fundida con el paisaje de la huerta y repensada para llevar vida, en lugar de encierro, al interior del recinto amurallado.

Tras un primer paño de vidrio de seguridad, en el que la muralla desaparece junto a la antigua torre del homenaje de la fortaleza, la colina se convierte en acantilado, un trampolín frente al valle de la huerta. Junto a esta intervención en la cima, un muro de traviesas, del mismo hormigón que la construcción original, y realizado con la misma medida de tabla que el tapial anterior, ha sido perforado. Y ha ganado ligereza, aire, luz, sombra y vistas.

Así, la vieja tapia tiene ahora encuadres horizontales abiertos a las vistas sobre el valle y la carretera. Lo de las luces y las sombras no es un decir: los huecos funcionan como encuadres horizontales de las vistas, pero también como un troquel, una especie de cenefa escultórica que proyecta su sombra en el camino.

Puede parecer poco, pero en este trabajo es mucho todo lo que no se ve. Las traviesas que se amontonan para formar un muro-celosía, por ejemplo, parecen un juego de niños. Sin conectores visibles, se perciben como un montón ordenado.

Sin embargo, están unidas con conectores mecánicos que quedan escondidos bajo resinas de epoxi. Son esos pequeños gestos —ocultar el contacto entre las piezas, agrupar las traviesas como si no costara hacerlo— los que delatan muchos paseos junto a la muralla, muchas horas de trabajo no solo sobre el plano, sino también pensando y mirando el lugar.

Al final, el proyecto es sencillo, pero el trabajo de los arquitectos García Higueras y Gil de Pareja Martínez, y del arqueólogo Francisco Fernández Matallana, consigue un resultado paradójico: abrir un muro sin que deje de existir la muralla.

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