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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lou Reed: Realismo y pasión

Cafe Royal, Londres. Cuatro de julio de 1973. Desde la izquierda, Lou Reed, Mick Jagger, David Bowie, y, de pie, Lulu.
Cafe Royal, Londres. Cuatro de julio de 1973. Desde la izquierda, Lou Reed, Mick Jagger, David Bowie, y, de pie, Lulu. Bettmann/CORBIS

Siempre imaginé este día, las llamadas de amigos y conocidos, las peticiones de los medios, y me decía que no iba a querer ni poder expresar mi sorpresa, mi conmoción. Ha sido, claro está, todo lo contrario. Aquí estoy, intentando aminorar la cascada de emociones, recuerdos, vivencias. Nos conocimos, logré traspasar el muro de la antipatía que le había hecho famoso, entrar en el del afecto, que tan bien se le daba cuando la situación era íntima. Dos palabras me vienen a la mente, una y otra vez, su lema, su método: la pasión y el realismo son, fueron, la clave. Sin esas dos palabras no se entiende la retardada revolución que supuso su primera banda, The Velvet Underground, apadrinada por Andy Warhol, afirmando que no solo el sonido era un universo que podía explorarse hasta sus límites, sino que la música pop podía ser un medio tan válido para dejarse impregnar por la realidad, y la pasión, como la literatura, el cine, la pintura, el teatro…

¿Puedo imaginar un mundo sin Lou Reed? Claro, queda su influencia, su renuncia a comprometer su arte, su tozudez, su creatividad. El destino ha querido que su último disco fuese una polémica, incomprendida colaboración con Metallica, Lulu. ¿Qué artista rock de 70 años se atreve a poner su trayectoria en entredicho de esa manera? Le vi en el sur de Francia en junio de 2012, la última vez que estreché su mano. Se le vio frágil pero voluntarioso, respaldado por una espectacular banda de nueve músicos, interpretando Lulu pero asimismo revalidando por última vez Heroin, Walk on the wild side, Sweet Jane, I’m waiting for the man, mezclando su arquetípico rock con el jazz más libérrimo. Sin una gota de nostalgia, entregado al presente más vitalista, sabedor de que el arte es el instante vivido, no el pasado, no el futuro. Ahora. Estaba entusiasmando con su nueva pasión, la fotografía. Revertía a una ilusión infantilista al hablar de las maravillas de las cámaras digitales.

Podría rememorar las cenas junto a él y su entorno, los más de treinta conciertos presenciados desde los años setenta, pero creo que su fama en España proviene de sus primeras visitas y la primera de estas me cambió la vida. El 17 de marzo de 1975 actuó por vez primera en Barcelona, en una Palacio de los Deportes abarrotado por todos aquellos jóvenes que seríamos la simiente de la Transición, personas para quienes los tabúes de sexo, drogas y rock‘n’roll eran puertas que atravesar. La policía, los grises, se habían personado en su camerino para prohibirle interpretar Heroin. La amenaza surtió su efecto, pero recargó el recital de una soterrada intensidad que nos sorprendió a quienes esperábamos teatro pues sabíamos que estaba en el círculo de Bowie y el glam. No hubo teatro, sino veracidad e hirientes guitarras eléctricas, rasposas pero aterciopeladas. Y versos que no se olvidan, sobre la relatividad de todas las cosas que tienen que ver con lo humano, sobre el poder de la expresión individual, insobornable, libre.

La gente no lo sabe, pero Lou Reed era en el fondo un romántico. Recordadle así.

Ignacio Juliá, periodista musical, es el fundador y actual codirector de Ruta 66. Es el autor de la biografía oficial Feed-Back. The Velvet Underground: legend, truth.

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