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El amor y las diferencias de clase disparan la audiencia en Perú

La telenovela 'Mi amor el guachimán' describe los obstáculos que enfrenta la pareja en una sociedad clasista, pero que no critica

De izquierda a derecha: Christian Domínguez (Salvador), María Gracia Gamarra (Catalina), Camila Zavala (Jimena) y Nikko Ponce (Tristán).
De izquierda a derecha: Christian Domínguez (Salvador), María Gracia Gamarra (Catalina), Camila Zavala (Jimena) y Nikko Ponce (Tristán).América TV

En Perú llaman guachimán (de watchman) a los vigilantes privados que por millares se sumaron al mercado laboral en los años de la violencia, pues protegían los locales públicos y privados de posibles atentados terroristas. Jóvenes pobres y de baja calificación laboral, o licenciados de las fuerzas armadas eran contratados –con horarios poco regulados y muy bajos salarios– por compañías de seguridad que prestaban servicio a otras entidades. Aunque en las ciudades ya no hay riesgo de atentados, los guachimanes permanecen debido a la delincuencia urbana: este personaje popular se convirtió en el protagonista de la telenovela de mayor audiencia a las nueve de la noche en Perú.

Hace un par de viernes terminó la segunda temporada de la telenovela corta Mi amor el guachimán y llegará la tercera y última el próximo año. Se trata del enamoramiento entre Salvador Gutiérrez Huanca, un vigilante veinteañero, y Catalina Irigoyen, una universitaria de familia rica y discriminadora. El relato presenta los obstáculos que enfrenta la pareja en una sociedad clasista, la cual retrata pero no critica.

“La premisa es una historia de amor de un vigilante y una chica de una familia adinerada. El tema es irreal, y en base a una fantasía creamos una historia de amor, de conflictos sociales, desigualdad: sí hay enfrentamientos de clases, pero a nivel de los personajes protagónicos se muestra más relajada la situación; lo que para ellos no es conflicto sí lo es para los adultos, que se presentan en una situación muy discriminatoria”, comenta a EL PAÍS la productora Michelle Alexander, quien tiene en su haber una larga lista de documentales y trabajos de ficción exitosos en la televisión abierta en Perú.

Alexander describe la producción como una telenovela corta: la primera temporada tuvo 30 episodios, con el mayor rating general de la televisión nacional, es decir, más de 30 puntos en la medición de la compañía Ibope. Entonces, América Televisión pidió evaluar la posibilidad de una segunda temporada y por ello generaron, con los escritores Víctor Falcón y Eduardo Adrianzén, un final abierto, añade.

La segunda temporada, de 70 capítulos, ha tenido entre 29 y 32 puntos de rating, es decir, ha ocupado en ocasiones el primer lugar, o el segundo lugar general en la televisión de señal abierta, luego de Al fondo hay sitio, una serie del mismo canal sobre las vicisitudes y amores de una familia de clase alta y otra de clase media de origen provinciano. Al fondo hay sitio lidera las mediciones de audiencia desde 2009 y se emite una hora antes de Mi amor el guachimán.

“Compartimos parte del público juvenil e infantil de Al fondo hay sitio, pero en diferentes porcentajes, aunque por el tipo de protagonistas y situaciones fuertes, y por el horario, nuestro público es más juvenil y adulto. Sin embargo, la protagonista María Gracia Gamarra tiene un perfil muy atractivo para los niños”, refiere la productora.

Si los protagonistas recrean una situación irreal, los personajes secundarios la refuerzan. Jimena -la mejor amiga de Catalina, del mismo sector socioeconómico-, y Tristán, un colega de Salvador, también se enamoran, y también vencen obstáculos. En el capítulo final de la segunda temporada, las dos parejas se unen en sagrado matrimonio en la capilla de un resort campestre con campo de golf. El sacerdote a cargo de la ceremonia señala que el objetivo del matrimonio es “tener familia” y los invita a que ello ocurra pronto.

Catalina, al mirar a su amiga recién casada comenta a Salvador su sorpresa por la unión entre la “pituca más gritona y el guachi más encantador”: pituco es el término local para los ‘fresa’ en México o los ‘pijos’ en España. Tristán y Jimena actúan en toda la serie en clave de humor, caricaturizando al máximo.

“Por una decisión de los escritores, Catalina y Salvador son serios, entonces, la otra pareja tenía que ser medio chirriante, exagerada, que llevara a un nivel gracioso la diferencia social. Tristán es de aquellos que no están conformes con lo que les tocó vivir y quieren aparentar otra cosa”, describe Michelle Alexander.

En una de las escenas finales, luego de la boda, la protagonista se alegra de tener ahora su “guachi privado” que estará con ella “para toda la vida”. Y él corresponde “y yo (tengo) mi blanquita que me va a dar muchos besitos, me va a cantar todos los días con su hermosa voz”.

Sin embargo, para que haya tercera temporada, la historia tiene que terminar mal. “A nadie le ha gustado el final” –anota Alexander–. Un antagonista de la primera temporada que le juró venganza a Salvador por denunciar sus tropelías en su trabajo como guachimán y que terminó preso, se las arregla para secuestrar a Catalina luego de hacer explotar el auto de los just married.

El melodrama, filmado con dos cámaras en exteriores y casas, y no en estudio, volverá cuando termine el verano en 2014, es decir, a partir de abril, en algún mes no precisado. La ficción sobre el amor, el castigo social y las tensiones de una de las sociedades más jerarquizadas de América Latina tiene además muchos seguidores en Youtube y las redes sociales, no solo en las emisiones en directo.

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