¿Una feria que no quiere crecer?
Frieze apuesta en Londres por reducir visitantes y así sortear el riesgo de la banalización
Un puñado de compradores pudientes, con claro aspecto de millonarios de potencia emergente, se preguntan cuántos millones debe de costar. Pero la inmensa mayoría se limita a hacerse fotos delante de su reluciente superficie, antes de apresurarse a compartirlas en alguna red social. Nos encontramos ante el Sagrado Corazón de Jeff Koons, enorme válvula de acero inoxidable recubierta en papel de regalo azul y convertida en principal atracción de Frieze London, la feria de arte contemporáneo que, cada mes de octubre desde hace once ediciones, logra congregar al sector del arte contemporáneo en el Regent's Park de la capital británica, a menudo bajo una meteorología inclemente.
La feria llega mañana a su final convertida en cita mayor de la vida cultural londinense. Ya hace varios años que este público menos entendido, ajeno al submundo de las galerías y la compraventa de arte, se ha infiltrado en esta feria. El año pasado, 60.000 personas pasaron por este recinto. Según cifras de la organización, cerca del 80% no eran profesionales, pese a que la entrada cueste 50 libras (60 euros). Lo más sorprendente es que casi la mitad eran menores de 35 años. ¿Es esta una feria comercial o un club en el que dejarse ver? La organización se esfuerza en encontrar un equilibrio imposible: conservar ese indescriptible factor cool que seduce a visitantes supuestamente impropios, pero sin permitir que la dejen de tomar en serio. "Antes servíamos champán gratis por la tarde. Hace tres años decidimos acabar con la tradición. Este tiene que seguir siendo un espacio donde las galerías hagan negocio. No puede convertirse solo en una fiesta", relata el codirector de Frieze, Matthew Slotover, editor de la revista de arte del mismo nombre, que fue quien se inventó la cita en 2003. Si la mayoría de ferias tiene la intención de seguir creciendo, Frieze persigue el objetivo contrario. "Sonará raro, pero nuestro reto es que venga menos gente. No queremos morir de éxito", asegura Slotover, que este año ha decidido cortar el número de galerías presentes (150 en total) y aspira a reducir el volumen de visitantes "por lo menos en un 10%".
Hay quien los observa con condescendencia, pero también quien ve la situación con perspectiva. Por ejemplo, la influyente galerista Victoria Miro, quien asegura no ver con malos ojos a ese público amateur. "Al contrario, me parece positivo. Hace veinte años, el arte contemporáneo no interesaba a nadie en esta ciudad. Pero es cierto que a veces esto se parece demasiado a una reunión social", reconoce Miro, sentada con un té en la mano en un stand del que cuelgan varios óleos de gran formato que casi parecen pintados en otra época, a cargo de artistas como Chris Ofili, Eric Fischl o Hernan Bas. Ya hace meses que emerge la tendencia: tras el dominio del arte conceptual y la instalación, puede que la pintura haya vuelto por la puerta grande. En muchos casos, exenta de toda ironía posmoderna, adjetivo recientemente proscrito por el crítico Peter Aspden ("está pasado de moda y ya no tiene gracia", sentenció en The Financial Times). De hecho, puede que la gran revelación de este Frieze sea un pintor: el jovencísimo artista colombiano Óscar Murillo, al que algunos ya emparentan con Basquiat. Acaba de batir récords con uno de sus cuadros, vendido por unos 300.000 euros. Hace dos años, se podían comprar en su estudio londinense por menos de 3.000.
"Ha vuelto el placer sensorial en el arte, tal vez por puro escapismo", confirma la veterana galerista Marian Goodman, que regresa a la feria tras cuatro años de ausencia con uno de los espacios de más envergadura, donde expone lo último de Gerhard Richter, Thomas Struth, William Kentridge y Steve McQueen. El retorno de la pintura es solo una de las tendencias detectadas en Frieze, donde ocupan un lugar destacado el arte feminista -el autorretrato de Jennifer Rubell, que incita al visitante a adentrarse en su útero, ha sido el otro gran fenómeno de la feria- o los nuevos talentos llegados del continente africano. "Lo mejor de la feria es su perfil altamente internacional. No llega al nivel de Basilea, pero no se puede descartar que gane terreno con el tiempo. En solo una década han conseguido llegar muy lejos", apuntaba Marc Payot, de la galería suiza Hauser and Wirth, entre obras de Paul McCarthy y Ron Mueck.
A Frieze London le ha salido una hermana pequeña y algo más elegante, decorada con moqueta gris y elegantes sofás de color burdeos. En un rincón opuesto del mismo parque, se celebra la segunda edición de la feria Frieze Masters, especializada en el arte anterior al año 2000. Los organizadores se la sacaron de la manga tras asistir a una cena con conservadores contemporáneos que conversaban sobre arte del siglo XVII. "Nos dimos cuenta que había un espacio que no estaba cubierto. Se nos ha visto como un competidor, aunque en realidad somos un complemento. La idea es que todo visitante que pase por Londres durante estos cuatro días pueda encontrarse con algo que le interese", afirma su responsable, Victoria Siddall. El año pasado, esta feria bis descubrió obras tan fascinantes e inéditas como los primeros dibujos de Andy Warhol. En esta ocasión, repite la proeza con un puñado de carísimos garabatos de Jackson Pollock, además de una serie de retratos femeninos de Matisse y hasta un Breughel desconocido hasta la fecha, que el galerista londinense Johnny Van Haeften encontró por casualidad durante un viaje por África. Lo vendió en la jornada inaugural por 6 millones de libras (7,1 millones de euros).
En la encrucijada entre el esnobismo y lo excesivamente pop, Frieze ha optado por no escoger. "No se puede razonar en esos términos. Aquí se encuentra de todo, lo elitista como lo accesible. En función de lo que desees ver, vivirás una experiencia o o la contraria", opina Nicola Lees, comisaria de la Frieze Foundation, que ha coordinado una serie de proyectos artísticos encargados expresamente para la ocasión. El que más ruido está haciendo es el de la finlandesa Pilvi Takala, ganadora del prestigioso premio Emdash, destinado a un artista prometedor. La sorpresa llegó cuando decidió entregar las 7.000 libras (8.200 euros) del galardón a Joe, Olivia, Kevin, Tyler y otros niños de un barrio desfavorecido del este londinense. No lo hizo como un gesto de caridad, sino como parte de un proyecto artístico que documentará cómo esos chicos de entre 8 y 12 años decidieron gastarse el dinero. Desvelará el resultado hoy ante toda la feria. "Este proyecto hará que los niños entren en Frieze", ha dicho Takala. "Creo que les gustará. Dirán que es un parque de atracciones como otro cualquiera".
Babelia
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