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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bayona

En el discurso de J. A. Bayona al recoger el Premio Nacional de Cinematografía muchos han querido ver un desplante al ministro de Cultura

David Trueba

En el discurso de J. A. Bayona al recoger el Premio Nacional de Cinematografía muchos han querido ver un desplante al ministro de Cultura. Pero esa versión empobrece el instante. Ambiciosas y trascendentes, las palabras del joven director olvidan de la relevancia de su éxito puntual para reivindicarse como un ejemplo mucho más elocuente del acierto de toda una generación, la de sus padres, y el fracaso rotundo de la siguiente, la que ahora detenta el poder institucional en España. Tendríamos que rebelarnos contra quien sintetice el discurso como un varapalo al ministro, allí presente. Los ministros son una anécdota histórica. Más aún si su cartera está vacía de contenido y medios.

El agradecimiento de Bayona hacia la tenacidad de sus padres, por concederle aquello de lo que ellos carecieron y su capacidad visionaria para entender que hacer posibles las vocaciones firmes de sus hijos sería el camino más recto hacia su felicidad, resumen un sentimiento oculto de muchos. Puede que tampoco entonces fueran una inmensa mayoría, pero sí poseían la suficiente determinación para cambiar la deriva del país. Carecían de cultura y de maneras de canalizar su talento, pero pugnaron porque fuera posible alcanzar el desarrollo personal y la integración profesional para los que venían detrás. En las casas más humildes se percibía una devoción por la educación, la cultura, el conocimiento, que durante las tres últimas décadas ha ido apagándose en España, acomplejada frente al dinero, el poder y el oportunismo.

Basta recordar, como hizo Bayona, que la televisión pública era un escaparate donde un joven podía ver películas de calidad, ciclos bien urdidos y programas de entrevistas y acceso a la inteligencia negados sistemáticamente bajo la dictadura del audímetro y el mandamiento de dar a la gente lo que le gusta a la gente, atajo hacia el mínimo esfuerzo, la baratija y el lucro de unos pocos. A esa generación derrotada y puede que hasta sumisa, pero que supo ver el triunfo en la siguiente estación del tren de la vida, es a la que rindió homenaje un acertadísimo Bayona. El ministro pasaba por allí. Los políticos pasan por allí. Y por acá. Es la sociedad quien debería avergonzarse de la renuncia a pelear por un mundo mejor para los que vienen detrás.

 

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