Una joya con mucha historia
Debe verse esta 'Coppélia', donde está comprometido hasta el último miembro del cuerpo de baile
El ballet Coppélia tiene también su historia española (además del delicioso y breve bolero del segundo acto): nos quedan los bocetos de Mauricio Vilumara para el teatro del Liceo (1879) y fue el último para el que se pintaron telones propios en el Teatro Real antes del cierre de 1925. Y Coppélia fue el gran debut del pintor gibraltareño Gustavo Bacarisas en el Trocadero de Londres en 1924. No olvidemos por fin que Rosita Mauri, estrella de la Ópera de París nacida en Reus o Palma de Mallorca (no se sabe), fue una soberbia Swanilda. Pero Coppélia ha tenido que luchar contra el olvido y las versiones espurias.
De lo que se ve hoy por el mundo, lo mejorcito es el legado de Alonso que conserva el ballet cubano. De esta línea (que no es otra que la herencia francesa conservada en Rusia tamizada por Petipa), son las versiones de Sergeyev (Londres, 1933), Semenov (Nueva York, 1942) Enrique Martínez (1968) y Alexandra Danilova con Balanchine (1974). En medio, la versión de Alonso que cifró Leon Fokin y que la cubana ya montó en el teatro Griego de Los Ángeles en 1957. Y por cierto, cuando decimos que el libreto es de Charles Nuitter, se trata de un seudónimo de Carlos Truinet, archivero de la Ópera de París y muy ligado a la Mauri.
De lo que se ve hoy lo mejor es el legado de Alonso en el ballet cubano
La Coppélia cubana es un decálogo funcional (y dificilísimo) de un tipo de ballet, una manera y una especificidad en el carácter. A ello ayuda esa música que ya inspiró al propio Tchaikovski y que es una continuación formal de La source, el éxito anterior del mismo equipo. Debe verse esta Coppélia, donde está comprometido hasta el último miembro del cuerpo de baile. La actual estrella indiscutida del conjunto caribeño, Viengsay Valdés, estuvo correcta y por momentos virtuosa en sus fuertes acentos, donde alienta un cierto desparpajo, y en los equilibrios que le aseguran el aplauso. Ella luchó todo el tiempo con una grabación demasiado rápida y expeditiva desde la batuta para su tono y su ritmo. La acompañó como partenaire en el papel de Franz el muy joven y atento Víctor Estévez, con talento, pero muy verde todavía para el papel.
El doctor Coppelius fue el primer bailarín emérito de carácter Adolfo Roval, que cumplía 84 años anteayer y lleva 61 en la compañía; su actuación fue refinada, gentil y llena de guiños a su propia historia, que es casi la de la Escuela Cubana. Y esa fuente escolástica que parece no tener fin y ser una mina constantemente nos da breves pero elocuentes muestras, chispazos de talento emergente que obligan a seguir la ruta de un destello, que quién sabe dónde llegará. Fueron apenas unas frases, en medio del conjunto, como las piruetas pulidísimas y múltiples de Lissi Báez (amigas de Swanilda) del tercer acto o los entrechats (¿cuántos?) de Alejandro Silva en el muñeco escocés del segundo cuadro.
Viengsay Valdés, la estrella del conjunto caribeño, estuvo correcta y virtuosa
Los diseños de Ricardo Reymena son un acierto. Tienen la mano y el estilo de este pintor, que no quiere nunca separarse de sus patrones geométricos o su paleta cromática, a veces demasiado intensa y contrastada. El ambiente tirolés y el estilo al enmarcar y vestir una obra monumental cuyo movimiento es precisamente eso: una citación erudita del pasado coréutico desde la materialidad expositiva que ofrece hoy el ballet, obliga al diseñador a hilar fino para estar a la altura de muchísimas claves plásticas y formales del canon al que está inscrito esta obra.
'Coppelia'
Ballet Nacional de Cuba
Coreografía: Alicia Alonso (según original de Arthur Saint-Léon, Marius Petipa y Leon Fokin)
Música: Leo Delibes
Diseños: Ricardo Reymena.
Teatros del Canal. Hasta el 22 de septiembre.
Babelia
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