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CRÍTICA: 'JUSTIN Y LA ESPADA DEL VALOR'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Épica del dictado

Su factura es impecable, pero su animación no resulta lo suficientemente inventiva

Un momento de 'Justin y la espada del valor'.
Un momento de 'Justin y la espada del valor'.

Desde que Raúl García abriese su camino propio levantando un corto a partir de unas grabaciones encontradas del mítico Bela Lugosi —The tell tale heart (2005)—, la empresa Kandor Graphics ha ido afirmándose, paso a paso, como una de las fuerzas a tener en cuenta en el emergente paisaje de la animación española. A El lince perdido (2008), primer largometraje de la compañía, codirigido por García y Manuel Sicilia, se le notaban limitaciones presupuestarias, pero también un generoso arsenal de ideas animadas que revelaba el peso de la autoexigencia artesanal de diseñar un producto de vocación mayoritaria. La nominación al Oscar recibida por el siguiente trabajo de Kandor, el cortometraje animado de Javier Recio La dama y la muerte (2010), parece haber pavimentado el camino hacia el atrevido salto que supone Justin y la espada del valor. Por desgracia, el paso adelante no toca todos los aspectos de una película que, sí, supone un proyecto mucho más grande, pero no necesariamente más afinado que todo lo que lo precedió.

JUSTIN Y LA ESPADA DEL VALOR

Dirección: Manuel Sicilia.

Animación.

Género: aventuras.

España, 2013.

Duración: 90 minutos.

Justin y la espada del valor es una película concebida para competir en los mercados internacionales, y no solo para conquistar la cima en el ámbito local: su factura es impecable, pero su animación no resulta ni lo suficientemente inventiva, ni lo suficientemente flexible como para retar a los grandes gallos del corral animado. Con su arquetípico relato de héroe a la fuerza, que restituye la gloria épica del abuelo frente a la inercia burocrática del padre, Justin… se limita a aplicar una fórmula, como lo hace también en su exasperante tendencia al anacronismo cómico, con ese restaurante fast food como emblema de las peores ideas cómicas.

Los problemas de la película de Sicilia no son muy distintos a los que condicionaron a la no menos ambiciosa Planet 51 (2009), que también reclutó a un guionista foráneo —allí, el estadounidense Joe Stillman; aquí, el británico Matthew Jacobs—: el envoltorio es deslumbrante, pero en el interior no hay creación, sino dictado. De nuevo, esta nueva plusmarca de la animación española invita a hablar antes de triunfo de producción que de riesgo creativo.

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