Barack Obama como héroe de acción
Lo que propone Emmerich, sin ironía posmoderna, es tratar la ficción patriótica propagandística como un aparatoso espectáculo 'trash'

Por si a alguien se le hubiese olvidado, el propio Roland Emmerich y su guionista se encargan de recordar, en un momento de Asalto al poder, que una de las anteriores películas del cineasta —Independence Day (1996)— tuvo su imagen emblemática en la destrucción de la Casa Blanca. Un edificio presidencial que, allí, en ese plano convocado por el nada sutil arte de la autocita, era una poco convincente maqueta astillándose, y que aquí adopta la forma de un espacio virtual de videojuego, susceptible de ser borrado por las más ditirámbicas agresiones digitales, algunas de ellas ejecutadas por el propio presidente, bazooka en mano. Esa autocita, junto a la reformulación del poder político de Estados Unidos como action hero —híbrido de Barack Obama y un héroe de blaxploitation— y tantos otros detalles de Asalto al poder, lanza un mensaje muy directo a la platea, sin dobleces, ni ambigüedades: esta, como todas las películas de Roland Emmerich —incluida Anonymous (2011)—, no está aquí para ser tomada demasiado en serio. Juzgarla en términos ideológicos es, también, meterse en un jardín sin aparente salida. Lo que propone Emmerich, sin parapetarse tras la coartada de la ironía posmoderna, es tratar la ficción patriótica propagandística como una forma de histriónico y aparatoso espectáculo trash: la desaforada autoestima nacional y la hiperbólica paranoia colectiva ensambladas para dar forma a una pieza de artillería pesada para el goce de multisalas. Podría afirmarse, sin asomo de cinismo, que la propuesta de Emmerich alcanza la excelencia en ese negociado.
ASALTO AL PODER
Dirección: Roland Emmerich.
Intérpretes: Jamie Foxx, Channing Tatum, James Woods, Maggie Gyllenhaal, Richard Jenkins.
Género: thriller. EE UU, 2013.
Duración: 131 minutos.
Asalto al poder cuenta con ayuda externa para amplificar su paradójica condición de carísima diversión barata: la existencia de Objetivo: la Casa Blanca, el reciente trabajo de Antoine Fuqua, que partía de un parejo planteamiento sensacionalista. Frente a la utilización de Corea del Norte como nueva amenaza en la obra de Fuqua, Emmerich se abona a la tradición del enemigo interior, convocando a un heterogéneo grupo entre lo paramilitar y lo geek,vertiente Assange o Snowden. Que la dama en peligro de la función sea un arquetipo tan antipático como el de la adolescente con videoblog, consagrado a la lisonja presidencial, y que actores de la autoridad de James Woods, Richard Jenkins o Jamie Foxx se embarquen en esta bacanal de excesos solo suma a favor de una película regida por la lógica de la insensatez acumulativa.
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