El más duro del universo

El angelino David Twohy pertenece a una especie en extinción: el creador firmemente comprometido con las poéticas más excéntricas de la serie B, condenado a contemplar el fin de su universo natural, tras el cierre de esa última época dorada de su especialidad, a finales de los 80, con los postreros coletazos de compañías como la New World. El blockbuster contemporáneo no sólo ha absorbido las esencias de la serie B, también las ha traicionado, proponiendo uniformidad y ruido donde antes había diferencia y grata disonancia. Películas como ¡Han llegado! (1996) o incluso la menor Escapada perfecta (2009) dan fe de su toque de distinción, aunque el gran golpe de su breve filmografía lo dio Pitch Black (2000), un económico cóctel de terror y ciencia-ficción que podrían haber aplaudido Mario Bava o Roger Corman.

El éxito de “Pitch Black” inspiró una secuela que sucumbió a la tentación de sacar pecho y pavonearse como simulacro de blockbuster. “Riddick”, tercera entrega que, desde el mismo título, pone el acento en el icónico tipo duro encarnado por Vin Diesel, supone un enérgico regreso a las esencias, magnificado por un brillo digital que da a algunos fotogramas un aire de barroca ilustración aerografiada. Febril cruce de space opera y western galáctico, Riddick reivindica, con eficacia, el uso lúdico de la ciencia-ficción en un momento en que el género se pone trascendente a la primera de cambio. Aquí sólo hay acción elemental, monstruos, Jordi Mollá y una mala bestia en el puesto del héroe, pero, también, algunas imágenes de retorcida belleza, eficaz sentido del humor y el firme compromiso de no dar gato por liebre.