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islarios/ 2

Islo Corrupto

Su nombre alude al comportamiento indigno de los que eran trasladados allí, castigados por abusar de los poderes

Eva Vázquez

La característica principal de esta isla es que en realidad no es isla sino islo. Islo Corrupto, así figura en algunas cartas náuticas y en los raros mapas que la / lo incluyen. No sabemos si antes, en tiempos del Pleistoceno fue isla. Acaso islo fue siempre, desde sus orígenes primigenios, antes incluso de que los cataclismos geológicos cambiaran la faz del universo.

Por su nombre latino, Insulus Corruptus, era ya conocido en los tiempos remotos de los argonautas. Con tal designación, me aseguran el doctor Pangensterer, de la universidad de Trapisonda, y el doctor Máximo de Tiertafuera, de la universidad de Megasonda, máximos especialistas en islas, islotes e islarios —a quienes agradezco mucho desde esta página de EL PAÍS las informaciones que me han proporcionado— aparece en el Libro IV de Estrabón, aunque probablemente él no estuvo nunca en el tal Insulus ni siquiera lo avistó de lejos. Es probable que tomara las referencias de Posinoro o quizá Polinoro o algún otro historiador o geógrafo cuyos datos sobre el islo le parecieron de recibo y nota.

Así podemos leer en la parte séptima del estraboniano Libro IV, apartado tercero, que es posible que el Insulus deba su nombre de género masculino y no femenino —puesto que femeninos son mayoría de territorios rodeados de mar por todas partes, en muchos de los idiomas de Europa, aunque eso no lo podía saber todavía Estrabón— a lo escarpado de su naturaleza, a sus abruptas costas y a los viriles promontorios picudos de su interior, fruto de la orogenia alpina que se produjo durante el Cenozoico.

Quizá también se le conocía por Insulus porque ser islo, masculino, y no isla, femenino, se avenía más con los erectos escollos que lo circundan en un doble anillo como si la naturaleza hubiera querido prevenir a los navegantes incautos de los peligros y calamidades a que se verían sometidos si por curiosidad exploratoria trataban de acercarse al lugar y no digamos si, desprevenidos, intentaban desembarcar en su único puerto, una estrecha y lóbrega ensenada y se aventuraban tierra adentro, puesto que el islo no solo era y sigue siendo peligroso por su abrupta costa sino también, y tal vez más, a causa de sus depredadores habitantes.

En cuanto a Corruptus, Estrabón es mucho más preciso y señala que el calificativo corrupto tiene que ver con la religatio ad insulam o destierro insular al que los romanos condenaban a los senadores corruptos. La palabra alude, en consecuencia, al comportamiento indigno de cuantos eran despachados hacia el tal islo y donde habrían de permanecer hasta la muerte, castigados por haber abusado de los poderes que les otorgaban sus cargos, haciendo de la estafa y del fraude una forma de vida también entonces, igual que ahora. Aislados del resto de ciudadanos, no tendrían manera de conspirar ni de ejercer la corrupción, ni de dedicarse a negocios poco honestos.

Además, privados de los lujos a los que tan acostumbrados estaban, se les condenaba a tener que buscarse el sustento en un lugar tan inhóspito, lo que significaba emprender una obstinada lucha por sobrevivir en un medio hostil, en una naturaleza poco amable y en condiciones climáticas muy duras, puesto que el islo, al contrario de lo que las islas femeninas suelen deparar incluso a los desterrados, era y sigue siendo de tierra yerma, sin apenas vegetación y no contaba ni cuenta con más agua que la que se puede recoger de las escasas lluvias. No hay caza y la pesca, aunque abundante, es arriesgada pues el mar bate con tanta fuerza que más de uno fue arrastrado por las olas mientras esperaba que algún pez se quedara preso de su anzuelo. Cuenta Herobotio de Alicarnaso que en las épocas en que el islo se vio más poblado de corruptos estos acabaron por convertirse en antropófagos, devorándose los unos a los otros.

Otra de las características del islo es su movilidad. No se trata de una isla fija, anclada en el mar como suele pasar con el resto de islas, sino de un espacio flotante que circula por el océano. En la antigüedad, como ocurrió con Delos, se decía que también Júpiter lo había fijado frente a Roma para facilitar el traslado hasta allí de los senadores corruptos, de los patricios prevaricadores, de los prestamistas indecentes, pero luego, tras la caída del Imperio romano el islo no se quedó quieto y se fue desplazando lentamente por el Mediterráneo. A finales del siglo XX fue avistado muy cerca de Belice, un lugar muy congruente con los deseos de los corruptos, puesto que se trata de un paraíso fiscal.

A comienzos de este verano el Islo Corrupto ha podido ser avistado de nuevo por el Mediterráneo, muy cerca de Malta. Tal vez para cargar allí mercancía corrupta. A mediados de este mes, se encontraba a pocas millas náuticas de nuestras aguas territoriales. Si entra en ellas quizá sea de nuevo posible utilizarlo con la misma finalidad con que lo hicieron los romanos, repoblándola otra vez con los tantos corruptos, estafadores, prevaricadores como llenan nuestras cárceles a costa del erario público, o sea, de todos nosotros. De este modo nos libraríamos, por lo menos de su manutención, obligándoles a subsistir por sus propios medios. Dadas las cualidades filantrópicas de todos ellos, no descarto que se convirtieran en antropófagos, como ya señaló Herobotio de Alicarnaso, de sus muy corruptos antecesores.

Carme Riera es académica electa de la RAE. Su último libro son sus memorias Tiempo de inocencia (2013).

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