Venezuela baila al son del ‘tuki’
La frenética danza y la música electrónica que la inspira nacieron en los barrios más pobres de la ciudad y suspenden la fractura social del país
No es Elvis Presley mostrándole al coronel Parker de qué va el rockabilly, pero la ocasión se parece: una música, de tempo muy rápido y que pone a bailar a la gente con contoneos que llaman al coito, sale del gueto para ganar respetabilidad entre las clases sociales más altas.
Estamos en pleno centro financiero de Caracas, en el teatro del Centro Cultural Chacao. Sobre el escenario, seis muchachos muestran los nuevos pasos de baile a medio centenar de chicos de la misma edad. Los que se exhiben ante el público vienen de Petare, 23 de Enero o Caricuao, parroquias que albergan los barrios de chabolas más violentos y pobres. Quienes los miran son hipsters, hijos de las clases media y alta del este de Caracas. Estos por lo regular verían con prevención a aquellos y se dirían una advertencia: “Ojo, que son tukis”. Pero esta noche acuden por esa razón. Se palpa un raro ambiente de concordia no solo entre clases sociales sino entre tribus urbanas.
Uno de los bailarines, Elberth, llamado El maestro a pesar de tener 24 años de edad, despliega una destreza y creatividad asombrosas. Se hizo acreedor al apodo después de protagonizar ¿Quién quiere tuki?, el exitoso documental que en 2012 destapó para el gran público la nueva movida que se estaba gestando en los bajos fondos caraqueños. Elberth es de Petare, la villa miseria que se arroga, un poco por capricho, el título de la “más grande de América Latina”. Petare también es una de las zonas más violentas de Caracas, a su vez una de las seis ciudades más peligrosas del mundo.
Pero a Elberth le va de lo mejor. Cuando baja del escenario, cuenta que ahora lo dejan entrar en las discotecas más exclusivas. Hace un año que abrió su cuenta en Facebook y ya acumula 3.000 amigos. Y además se gana la vida con el baile. Sus compañeros de función asienten. Richard (23), José (22), Junior (22) y Cheo (26) trabajaban hasta hace poco de albañileros o de vendedores ambulantes. Ahora todos se preparan para grabar cinco videoclips y asisten como invitados o como número de postín a fiestas en casas donde los habrían tenido por maleantes.
Este milagro es producto de un género musical que apunta a convertirse en estilo de vida. Tuki es, sin duda, una onomatopeya. Al parecer, la palabra trata de nombrar el constante golpeteo del bajo y los tambores en la changa, la música bailable electrónica de importación que se popularizó en los noventa, sobre todo en zonas económicamente deprimidas de la ciudad, hasta dar origen a un espécimen urbano, el guaperó. Pasada la moda, el virus siguió evolucionando de manera autónoma en los barrios del cinturón de miseria de Caracas. Los conocedores le encuentran similitudes a este estilo con el kuduro angoleño, el house de Sudáfrica y el juke de Chicago, pero “la presencia de los sintetizadores es más evidente, y tiene un ritmo mucho más agresivo y enérgico”, sentencia DJ Pocz, uno de los mentores del movimiento.
Lo curioso es que el tuki estuvo a punto de desaparecer sin siquiera alcanzar la categoría de pieza de museo. Su apogeo en eventos populares ocurrió entre 2005 y 2007, con figuras como los DJ Baba y Yirvin, verdaderos Lennon y McCartney del mundo tuki que también terminaron distanciados. Hasta que empezó a languidecer bajo el yugo de un recién llegado, el reggaeton puertorriqueño. Pero en 2012 una productora realizó ¿Quién quiere tuki?, que se ha proyectado en Chicago, Toronto y Viena, y otorgó salvoconducto para franquear las barreras sociales y del autoproclamado buen gusto.
En julio, el sello Mental Groove editó en Suiza el primer elepé en vinilo del género, Changa Tuki Classics, toda una novedad para una música que circulaba por los quemaítos o reproducciones digitales caseras. Discotecas internacionales dieron su bendición al frenético ritmo. El dúo francés Jess & Crabe viajó a Caracas para grabar y filmar a los exponentes del tuki, como si fueran antropólogos al estudio de una tribu remota. Viviendo su segundo aire y en medio de una internacionalización incipiente, el tuki caraqueño obra el prodigio de suspender, por unos minutos de estridencia y sudor, y en contra del toque de queda virtual impuesto por el miedo, la fractura social de una ciudad especialmente inhóspita.
Babelia
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