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VIAJE AL OLVIDO

Cervantes muere en Tánger

El que fuera el mayor teatro de África cumple 100 años Varias asociaciones locales reivindican su rescate tras 20 años cerrado

Panorámica del teatro en ruinas.
Panorámica del teatro en ruinas.Carlos Rosillo

No figura en las guías turísticas de Tánger, pero con un permiso del Consulado de España o por un puñado de dírhams el guardián franquea la puerta. El conserje se ofrece incluso a acompañar al visitante con una lámpara unida a un cable de decenas de metros. Empieza entonces un viaje en el tiempo, en la historia cultural de la ciudad. El halo de luz desemboca en una platea con cientos de butacas desvencijadas cubiertas de polvo. Al fondo, en el escenario, donde ya no alumbra bombilla alguna, se amontonan decorados y sillas sobre un parqué en parte arrancado. Del techo cae un telón sucio que debió de ser rojo en su día.

Los palcos y los camerinos se recorren también a tientas porque las ventanas selladas con paneles de madera no dejan pasar los rayos del sol, pero en el vestíbulo, los baños, el despacho de billetes y unas cerámicas que representan a Don Quijote, sí gozan de una tenue luz del día. A través de las gruesas paredes del edificio apenas traspasan los ruidos de la ciudad bulliciosa de más de 700.000 habitantes. Solo se oyen los pasos sobre el suelo polvoriento. El deterioro del edificio no es solo culpa del tiempo sino de todos aquellos que, a escondidas o pagando, se llevaron algún recuerdo, un grifo, una cortina, un azulejo.

Hace unas cuantas décadas el Cervantes fue el mayor teatro de África con sus 1.400 butacas y su cúpula que domina el viejo puerto de Tánger. El próximo 11 de diciembre cumplirá un siglo desde su inauguración convertido ahora en una ruina que se hubiese podido desplomar de no ser porque el Estado español desembolsó hace siete años 300.000 euros para apuntalar parte del edificio y reforzar el forjado.

Datos y fechas

1913. Manuel Peña y Esperanza Orellana promueven el teatro, que se inaugura con 1.400 butacas.

1928. El matrimonio lo cede al Estado español, que sigue siendo el titular.

2013. Lleva 20 años cerrado. En diciembre cumple 100 años.

Durante las primeras décadas de su historia pasó por allí lo más granado de los actores de teatro, de los cantantes de ópera e incluso deportistas de lucha libre. Al escenario del Cervantes se subieron en sus primeros tiempos el tenor Enrico Caruso, el barítono Tito Ruffo o la soprano Adelina Patti, y, más tarde, Estrellita Castro, Carmen Sevilla, Imperio Argentina, Antonio Machín, Manolo Caracol, Juanita Reina etcétera. Los cantantes se alternaban con actores como María Guerrero y Margarita Xirgu y conferenciantes como Benito Pérez Galdós o José María Pemán. Su público eran los 27.000 españoles que llegaron a residir en la ciudad.

Aunque es de propiedad española, el teatro estaba abierto a todos en ese Tánger cosmopolita que duró 33 años (1923-1956). Por eso desfilaron por el estrado artistas como la parisiense Cécile Sorel —los franceses eran la segunda colonia extranjera después de los españoles— y egipcios como Yousef Wahbi y Fátima Ruchdi, que atraían a un público marroquí. Los jóvenes tangerinos que habían formado el grupo teatral Al Hilal también interpretaron allí obras como Majnoun Leila, del escritor cairota Ahmed Wahbi. Los marroquíes se adueñaron además del teatro para celebrar mítines políticos contra el colonialismo.

A medida que transcurrieron los años desde su inauguración el teatro amplió sus actividades. Sirvió de cine y acabó acogiendo espectáculos de lucha libre con sus consiguientes apuestas. A principios de la década de los sesenta apenas ofrecía ya representaciones. La última función fue, hace ya veinte años, una exposición fotográfica en un teatro que había perdido ya todo su lustre.

En la España de principios del siglo XX había matrimonios acaudalados, como el compuesto por Manuel Peña y Esperanza Orellana, que dedicaron parte de su fortuna a erigir un teatro y costear espectáculos deficitarios. Encargaron su construcción, en 1911, al arquitecto Diego Giménez. Acaso cansados de asumir pérdidas traspasaron el Cervantes, 15 años después de su inauguración, en 1928, al Estado español.

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Ahora, tras varias peripecias, sigue siendo de su propiedad, pero está alquilado al Ayuntamiento de Tánger por un dírham simbólico al mes. Ninguno de los dos dispone de los cinco millones de euros necesarios para rehabilitarlo. La Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo tiene un programa de restauración de edificios históricos —el último fue la Caixa Real Comayagua (Honduras)—, pero, al ser español, el Cervantes está excluido de su ámbito de actuación.

“Los aniversarios son un buen momento para llamar la atención”, explica Ahmed Benattia, un joven tangerino hispano-marroquí, que ha creado el grupo Sostener lo que se cae. Apuesta por convertir el teatro en un “centro cultural que dispusiera de pequeñas salas para usos múltiples”, al estilo del Matadero de Madrid o del Antic Teatre de Barcelona, junto con, por ejemplo, una escuela profesional de artes escénicas.

Ese es también el sueño de Simon-Pierre Hamelin, director de la Librería de las Columnas y de la feria literaria Les correspondances de Tanger. “El 5 de octubre actores teatrales de Marruecos, España, Francia, EE UU o Reino Unido —como Kenneth Branagh— leerán ante las puertas del Cervantes extractos de grandes obras”, anuncia Hamelin. “Así empezaremos a recordar el centenario”. “Con ese motivo vamos a intentar recaudar algunos fondos privados para la rehabilitación del teatro, que entregaremos a la asociación Tánger Acción Cultural!, prosigue Hamelin. “A ver si las instituciones públicas se animan también a aportar su parte”, concluye.

“Cuando había dinero apenas afloraban proyectos sobre qué hacer con el teatro, y ahora que ya no lo hay surgen de todas partes”, señala, con una dosis de ironía, Cecilia Fernández, directora del Instituto Cervantes en Tánger. “El esfuerzo económico que acaso se haga algún día tiene que desembocar en un proyecto viable tanto desde el punto de vista cultural como en su gestión económica”, añade. Eso pasa, probablemente, porque España pierda definitivamente un icono cultural y que sean marroquíes los que gestionen el que podría ser el mayor espacio cultural de su país.

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