Mónica Lek: Mis vecinos de Nueva York
La fotógrafa Mónica Lek retrata en blanco y negro a los ciudadanos olvidados de Brooklyn, Queens y el Bronx
No son las escenas de película que se conocen de Nueva York ni los neones de Times Square. La fotógrafa Mónica Lek (Valls, Tarragona) se colgó su cámara analógica al hombro y exploró los vecindarios que estaban “a cinco minutos” de su casa de Brooklyn, pero también en Queens y el Bronx. De esas caminatas solitarias de esta muchacha de aspecto frágil al encuentro de “sus vecinos” salieron las series My neighbours I y II de fotos en blanco y negro que, según su autora, tratan de buscar una respuesta. En esas imágenes está el Nueva York de los abandonados, de personas que caminan sin rumbo, el de la droga y la escasez.
“Nos han vendido una historia falsa de Nueva York. Allí están también los lugares más pobres, la publicidad más degradante. Con mis fotografías quiero retratar la otra realidad, la de la miseria, la de personas tiradas por la calle… pero también la de gente bella de muchísimas etnias. Hay un voltaje increíble”, cuenta Lek a través del teléfono con un acento y un vocabulario que delatan el mestizaje construido por sus vivencias en Estados Unidos, por los viajes y por los amigos de otros lugares. Los retratos de sus vecinos, dice, los hizo por el deseo de “observar y de aprender” y siguiendo una ley: hacer, hacer, hasta que la paren. De cada fotografía guarda una historia de asombro y de intercambios.
Lek tiene 23 años y una visión compleja de la realidad, un discurso en el que se mezcla su juventud con una sabiduría que corresponde a una edad más avanzada. Se considera una fotógrafa autodidacta. Usa la misma cámara que le regalaron a los 15 años, su “niña”. La utilización de películas de ISO 50 la obliga a salir a fotografiar en días muy luminosos. “Fotografiar es recoger instantes de luz”, explica. El mundo que la artista desea plasmar es transparente, “sin artificios ni teatralidad”.
La colección de imágenes de su web las engloba bajo el título Free metaphors (metáforas libres). “No puedo explicar la realidad de forma tan banal”, dice mientras batalla por poner en palabras su visión del mundo. “Busco la poesía en lo que pasa desapercibido. Cuando tengo un sentimiento fuerte se me abre la metáfora”. Lek, quien adoptó su apellido artístico hace seis años por el sonido que le gustaba de esta palabra en hebreo, llega a ver en su existencia “la mejor obra de arte”, y asegura que los artistas que la inspiran son las personas que han estado o siguen formando parte de su vida.
Los primeros meses que pasó en la ciudad estadounidense fueron duros. Lek llegaba de Barcelona, después de una estancia en Londres, y de estudios relacionados con el cine y la dirección artística. “No es como Barcelona, que te abraza y te invita a quedarte. Nueva York te da patadas, te echa… Pero después fue como una catapulta porque puedes vivir una vida distinta cada día y allí pasa todo…”. Así, al poco tiempo, consiguió trabajar como asistente de los fotógrafos Richard Kern y de Francesco Carrozzini, y como freelance para revistas de moda. Frecuentó el ambiente nocturno de personalidades del soul y se pudo ganar la vida “con altibajos”.
Ahora, ya de vuelta después de dos intensos años en Nueva York, Lek se halla a la caza de nuevas posibilidades de expresión. En su web también aparecen videocreaciones y textos. Y hacer cine es la dirección a la que apunta. “Creo que en él están todas las artes. Te sientas dos horas, abandonas tu cuerpo y te puede cambiar la vida”, comenta Lek, que añade que desde pequeña se empapó de películas que no podía entender en esos momentos. “Ahora quiero dirigir una película, parir mi hijo, pase lo que pase…”, dice.
Lek afirma que la fotografía está presente siempre en su vida, y así será en el futuro. “En mi web no he mostrado ni el 90% de mi trabajo. Tengo una habitación llena de negativos de series de mi abuela, de mis amantes, y me pregunto… ¿qué hago con tanta luz?”.
A la búsqueda de historias
Mónica Lek no solo tiene Cuba plasmada en una serie de fotografías, sino grabada también en su retina. Cuando narra su viaje, aún se perciben los posos de impresión que le dejó la isla, a la que se desplazó en abril durante un mes para trabajar en un documental. "Los primeros días me llevaba siempre mi cámara, pero quería tomar fotografías todo el tiempo", relata. Entonces decidió que debía dar forma a una historia, antes de dejarse atrapar por la realidad. "Decidí ser una cometa, ver dónde me llevaba el viento y construir un relato que fuera mío". Después de esta visita a Cuba, la fotógrafa asegura que pensó que no podría hacer más fotografías, que ya lo había fotografiado "todo".
Babelia
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