La gestión de un inmenso valor
Jiménez Fortes se enfrentó por vez primera a los toros de Miura y lo hizo como quien torea de salón
No cabe duda de que Jiménez Fortes posee una cualidad imprescindible para ser figura, cuál es un valor indiscutible, que le permite transmitir una serenidad en la cara del toro que puede sonar a inconsciencia. Se enfrentó por vez primera a los toros de Miura y lo hizo como quien torea de salón; y, claro, se llevó dos volteretas impresionantes en su primero, que permiten calificarlo de alocado e irreflexivo.
Pues no está claro el asunto de la gestión del valor inmenso que posee este torero y su presunta precipitación juvenil. Es meritorio que reciba a su primero de rodillas en la puerta de chiqueros; después, la cogida, impresionante, llegó tras un imprevisto resbalón en la cara del toro, y este aprovechó para buscarlo con saña, levantarlo en peso y propinarle un costalazo contra el piso de la plaza, de esos que solo aguantan toreros de tan corta edad. Después, quiso muletear al miura como si fuera un juampedro y, quizá, no alcanzó a entender su nobleza del modo que el animal requería; tanto es así, que dio la impresión de que le perdió el respeto a su oponente y, ahí sí, llegó otra voltereta, en esta ocasión por exceso de confianza, de la que, de nuevo, salió milagrosamente ileso.
MIURA / RAFAELILLO, CASTAÑO, FORTES
Toros de Miura, muy bien presentados, mansos, descastados y sin clase; noble el tercero.
Rafaelillo: gran estocada (vuelta); pinchazo y estocada (silencio).
Javier Castaño: pinchazo y estocada tendida (silencio); tres pinchazos y un descabello (silencio).
Jiménez Fortes: estocada —aviso—(oreja); estocada caída, cuatro descabellos y el toro se echa (palmas).
Plaza de Pamplona. 14 de julio. Octava y última corrida de feria. Lleno.
Pero aprendió la lección, lo que dice mucho y bien de la cabeza de este torero. Cuando se presumía que saldría en el sexto a revientacalderas para abrir la puerta grande, se vio, por el contrario, a un joven asentado, sereno, sin arrollar la razón, dispuesto a exprimir el escaso recorrido y la falta de casta de ese toro que no le permitió redondear una tarde en la que tenía puestas todas sus esperanzas. Pero demostró que no le avasallan las prisas, que es capaz de pensar y gestionar su valor, por lo que se le puede presumir un gran futuro.
La corrida fue decepcionante, porque, a excepción del noble tercero, predominó la brusquedad, la falta de fuerzas y de casta. Pero se pudo contemplar a un sobrado Rafaelillo, experto en estas lides, ante el dificultoso primero, al que mató de una gran estocada, en un derroche de entrega y pundonor, y motivado siempre a pesar de la escasa condición del animal. Imposible fue el cuarto, y se limitó a sortear sus tornillazos.
Tampoco tuvo suerte con su lote Javier Castaño, otro especialista, ni estuvo a la altura requerida en el uso del estoque. Tuvo la mala suerte, además, de que la espada, rebotada tras un pinchazo al quinto, lo hiriera en la cara de carácter leve.
Comenzó su faena al segundo sentado en una silla, lo que tiene poco sentido, más allá de componer una imagen añeja. Templó la embestida con suavidad, pero al toro le faltó la entrega necesaria para generar emoción. Muy parado fue el sexto y le costó un mundo mandarlo al otro barrio.
Otra vez triunfó su cuadrilla, aquella que dio una vuelta al ruedo en San Isidro: en esta ocasión, David Adalid, atropellado sin consecuencias en su primer par, y Fernando Sánchez, volvieron a demostrar que el tercio de banderillas puede y debe ser un derroche de torería. Ambos fueron obligados a saludar. Cuando hay emoción, hasta los mozos paran de cantar.
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