Kim Thompson, crítico y editor clave en la historia del cómic
Fue uno de los grandes responsables de que hoy nadie dude del potencial artístico de la historieta y desde 'The comics journal' contribuyó a sentar las bases de un movimiento editorial alternativo
El pasado 19 de junio fallecía Kim Thompson (Dinamarca, 1956), coeditor de Fantagraphics. Un cáncer de pulmón fulminante acababa con la vida de una de las personas clave de la historia del cómic americano y mundial, sin la que no sería posible entender la evolución de este arte en los últimos 30 años y su estado actual.
Hijo de madre danesa y padre americano, tuvo una infancia y juventud nómada que le llevó desde Dinamarca a Holanda, Alemania o incluso la isla Martinica, donde con cuatro años descubrió Tintin en el Congo y la pasión por la historieta. Una vida de continuo tránsito que le permitió no solo dominar varias lenguas, sino poder tener una perspectiva amplia tanto del cómic europeo como del americano, demostrando pronto que su interés por el medio iba más allá de su simple afición lectora: no era difícil encontrar en los primeros setenta sus extensas cartas tanto en revistas europeas como Spirou como en los correos de lectores de series de superhéroes.
A los 21 años se instalaría en EE UU, donde decidió que el cómic sería su futuro tras conocer a Gary Groth y pasar a formar parte de la redacción de la entonces casi recién creada The comics journal, una revista sobre cómics que se apartaba completamente del modelo de publicación de fans del género para intentar una aproximación seria y adulta a la historieta que marcaría un antes y un después de la industria americana. Tras invertir sus ahorros para salvar la delicada situación de la revista, Thompson pasó a ser el copropietario de la empresa con Groth, iniciando una aventura conjunta que les llevaría en breve a editar aquellos cómics de los que hablaban las críticas de su revista. Una apuesta arriesgada en ese momento, que se alejaba del estándar imperante del género superheroico para defender un cómic de autor más próximo al que se practicaba en el underground o en Europa, pero dentro del circuito comercial editorial. Obras como Love & rockets de los hermanos Hernández definirían un nuevo acercamiento a la historieta, alternativo al establecido por Marvel o DC y que sentaría la base de todo un movimiento editorial independiente.
Thompson siguió compaginando durante los ochenta sus labores de editor y crítico, defendiendo tanto la historieta clásica (a través de ediciones de series de prensa) como la vanguardia más atrevida y la necesidad de introducir el cómic europeo en los EE UU. Junto a Groth demostró, además, tener suficiente sentido común como editor para saber que esa defensa de valores requería en el competitivo mercado del cómic americano de una estabilidad económica cada vez más cara.
En los noventa crearían la colección Eros Comix, una línea de tebeo erótico de calidad que, además de dar obras muy interesantes, ofrecería rendimientos económicos que permitieron a la editorial apostar por nuevos autores cuyos nombres serían después de culto: Chris Ware, Daniel Clowes, Peter Bagge, Charles Burns, Roberta Gregory, Jim Woodring, Joe Sacco o Stan Sakai, entre otros muchos, comenzarían a publicar de forma regular gracias a Fantagraphics junto a clásicos de prensa como El príncipe Valiente y, por supuesto, el ya referente absoluto de la crítica de cómics, The comics journal. En paralelo, la pasión de Thompson por el cómic europeo se plasmaría en la edición de autores tan reconocidos como Jacques Tardi, Joost Swarte, Max, Lewis Trondheim, David B. o Igort (a los que también traduciría), con el que coeditaría la colección Ignatz.
Su visión tan abierta como entusiasta del tebeo fue clave para luchar por una nueva mirada al cómic en EE UU, que reconociera no solo la calidad de la historieta popular producida durante décadas, sino su potencial como un arte sin límites que podía llegar a un público adulto con la misma capacidad de desafío intelectual que cualquier otra forma cultural. La coherencia entre sus brillantes aportaciones como crítico y su arriesgada labor como editor allanó el camino para una nueva consideración por el noveno arte basada en el respeto al autor, ya fuera en una colección en grapa, en novelas gráficas o en lujosas reediciones de material clásico.
Su nombre merece ser recordado como uno de los grandes responsables de que hoy ya no se pueda dudar del cómic como un arte de potencial incalculable.
Babelia
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