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Una noche en la ópera

Es la del camarote, la de la parte contratante… Cada espectador tiene su gag favorito entre los 175 de este clásico de los Marx

Es la del camarote, la de la parte contratante de la segunda parte, la de los dos huevos duros… Y así podríamos seguir y seguir porque cada espectador tiene su gag favorito entre los 175 que atesora. Eso sí, pocos aficionados se resisten a identificarla también como la mejor película de los hermanos Marx.

Con Una noche en la ópera los hermanos Marx, que eran hasta entonces un cuarteto, se convirtieron en trío después de que Zeppo dejara el grupo. No fue el único cambio. Por primera vez trabajaban para la Metro y por primera vez alguien ponía un poco de orden en la anarquía creativa de aquella familia. “Supongo que por entonces existiría cierto número de genios, pero yo sólo conocí a uno, su nombre era Irvin Thalberg”, diría años después Groucho refiriéndose al mítico productor. En sus películas los hermanos Marx se habían dedicado hasta entonces a atacar y mofarse de cuanto personaje tuviera la mala suerte de toparse en su camino. Esto –decía Thalberg– podía hacerles antipáticos a ojos de buena parte del público. Nadie dudaba de la genialidad de aquellos chicos pero, al fin y al cabo, las tramas de sus películas no habían sido hasta entonces más que meras excusas para encadenar una sucesión de gags. Una noche en la ópera, en cambio, tenía que ser diferente: el ritmo más medido, la historia más coherente. Partiendo de las ideas de los protagonistas, el guion lo escribieron George S. Kaufman y Morries Ryskind con el apoyo de algunos colaboradores de la Metro, entre los que figuraba nada menos que Buster Keaton. Pero todo eso no era garantía suficiente para Thalberg que, antes de empezar a rodar, embarcó a los hermanos en una gira teatral con la que, atendiendo a las reacciones del público, pretendía afinar al milímetro cada situación, cada chiste y diálogo. A pesar de todo, cuando una vez terminada la película hicieron un preestreno, la respuesta de los espectadores fue demoledora: nadie se rió. Thalberg se encerró durante varios días con un guionista en la sala de edición, remontaron toda la cinta y consiguieron darle el ritmo que la ha hecho célebre.

Una noche en la ópera fue un gran éxito. El tiempo la convirtió en una referencia, hasta el punto que esta obra cumbre de la iconoclasia fuera elegida en 1993 para ser preservada en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos como “película cultural, histórica o estéticamente significativa”. Pero, por encima de eso, lo más importante es que casi 80 años después sigue siendo una deliciosa gamberrada que recoge algunas de las mejores de escenas de la Historia de la Comedia: la del camarote, la de la parte contratante… En definitiva, la que prefiera cada espectador.

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