El psicomago se cuenta a sí mismo
Alejandro Jodorowsky vuelve a dirigir con ‘La danza de la realidad’, un filme autobiográfico Además, un documental analiza su frustrada adaptación de ‘Dune’
El viejo águila ataca de nuevo. No bebe alcohol, no fuma, trabaja 12 horas diarias... A sus 84 años, parece no tener fin. Sigue atildado, cuidadoso con su imagen, un físico que incluso le llevó a actuar en sus películas. Nunca se fue, pero Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, Chile, 1929) ha vuelto al cine 23 años después, dirigiendo su biografía La danza de la realidad.
Dejó la dirección con El ladrón del arcoiris (1990), una película para la que él mismo no tiene buenas palabras, y que acabó mutilada por su productor. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, el suficiente para que Jodorowsky se haya convertido en uno de los artistas con más seguidores en Twitter (ayer, 787.474, y subiendo) y en el difusor de la psicomagia, su técnica personal de psicoterapia.
Al Jodorowsky realizador le han resucitado las ediciones en DVD de sus mejores filmes —El topo (1970), un western que él mismo protagonizó, o Santa sangre (1989)—, y nuevos directores como Nicolas Winding Refn (que le dedicó Drive en los títulos de crédito) idolatran su trabajo: era el momento para que el francochileno (desde 1980 tiene la doble nacionalidad) contara en la pantalla sus primeros 10 años de vida, y por eso ha rodado La danza de la realidad, “una curación familiar”, cuenta su director y guionista, con media familia involucrada en el proyecto: su hijo Brontis encarna al padre de Alejandro en ese paseo por la pobreza chilena de hace 80 años. Jodorowsky rodó en la misma calle en la que nació, “reconstruyendo solo algunas partes”.
La película se estrenó en la Quincena de Realizadores de Cannes y allí también se pudo ver otra joya relacionada con él: el documental Jodorowsky’s Dune, que cuenta cómo estuvo a punto de adaptar al cine en 1975 la mítica novela Dune, de Frank Herbert, con David Carradine, su hijo Brontis —un adolescente al que tuvo entrenando dos años para el personaje— y Salvador Dalí de protagonistas, música de Pink Floyd y fotografía de Jean Giraud, que aún era un dibujante de cómics poco conocido y no había inventado a su alter ego Moebius. Finalmente, tras 48 meses de producción, todo se vino abajo. Y de aquello solo quedan dos volúmenes con los 3.000 dibujos del story board. Dune sufrió en 1984 una triste adaptación de David Lynch.
El resurgir de Jodorowsky ha arrancado en Cannes, pero la distribución mundial de su película y los ciclos que le van a dedicar varios festivales en verano y otoño (uno español, de los más grandes, podría estar en esta lista) aumentarán su leyenda: 2013 puede ser el año Jodorowsky en el cine.
Todo esto se lo toma su protagonista con cierto sarcasmo: “Como artista debo tener aún 17 años. Paso nervios. Porque amo mi obra, quiero que la quieran como yo la amo”. Con La danza de la realidad quería hacer una película personal, “pero no narcisista”. “Me lancé a rodar para perder dinero, no pensando en lo comercial sino en abrir conciencias. Primero la mía, después la de mi familia, finalmente la del público”. Para no perderse en el esfuerzo, su rodaje fue casi secreto, sin making of, sin fotos más allá de las imprescindibles. “No mostré el guion ni a los productores. A un feto no se le ilumina cada hora a ver qué tal está”. Ha llegado a buen puerto, no como en Dune: “Para mí no fue un fracaso, porque de ahí salió el cómic El Incal. Cambié de camino, eso sí, dolorosamente”. Para Dune llegó a contratar —en esos dos años de delirio— a Salvador Dalí para encarnar al emperador. “Pidió ser el actor mejor pagado del mundo, y le ofrecimos 100.000 dólares por minuto en pantalla. El truco: escribimos el personaje como un timorato que por miedo a ser asesinado pone en su lugar a un robot. Solo le necesitábamos tres minutos”. Jodorowsky quería, en el fondo, “crear alma, el objetivo de todo ser humano”, y que el público “tuviera la sensación de haber tomado LSD”.
Para levantar Dune, enroló a un equipo de grandes, a los que denominó “guerreros espirituales”, algo que podría aplicarse a su vida: “Hay que soportar los palos, aguantar. Mira, ahora los jóvenes adoran mi filme La montaña sagrada (1973). Esperé 30 años. Soy paciente y perseverante”.
Jodorowsky asegura que vivimos una idiotización del ser humano, que se ve en la pantalla: “Se nos olvidó que el cine es el arte superior. Puede ser profundo y popular a la vez. Ahora no hay emoción. Los efectos digitales no pueden ser los protagonistas. Iron man 3 es un filme pasivo. No da nada. Bueno, entretiene. Pero también un cigarrillo, y provoca cáncer”. El filósofo aún ve una película al día. “Son todas iguales”.
Y a pesar de todo, no es pesimista: “La gente en Twitter me pide poesía, filosofía. Están buscando. Hay una re-evolución poética y yo soy un sembrador de conciencias. Abro horizontes a la gente”. ¿Seguirá? “Lo que me quede, no dudes. Siempre por mi obra”.
Babelia
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