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En las entrañas de ‘La bestia’

'La jaula de oro', del director Diego Quemada-Diez, narra el viaje de tres adolescentes Los protagonistas cogen el famoso tren que viaja de Centroamérica a EE UU

Gregorio Belinchón
Un fotograma de 'La jaula de oro', del director mexicano-español Diego Quemada-Diez.
Un fotograma de 'La jaula de oro', del director mexicano-español Diego Quemada-Diez.

En medio de todo el huracán de ruido y distracción que rodea Cannes, La jaula de oro es un extraño y, a la vez, excitante remanso, que espera en la sección Una cierta mirada. Su director, el mexicano-español Diego Quemada-Diez (Burgos, 1969), se ha embarcado en La bestia, el tren en el que viajan cada año miles de inmigrantes desde Centroamérica a Estados Unidos atravesando México. “En 2003 viví dos meses en casa de Toño, un taxista de Mazatlán, que estaba al lado de las vías del tren y cada día les dábamos comida y agua a cientos de inmigrantes. Ahí empecé a hablar con ellos, a sentir que debía de contar esa historia”. Porque La jaula de oro describe el viaje de tres adolescentes –dos chicos y una chica disfrazada- a los que se junta Chauk, otro chaval de Chiapas, un indio que no habla español. Todos quieren llegar a Estados Unidos, y no todos corren la misma suerte. La belleza de La jaula de oro corre paralela a su guion, duro, que sorprende al espectador, y en el que no hay piedad para nadie. “La vida es seca. Alguien se muere y debes de lidiar con la pérdida. Espero que la pantalla sea el espejo de la realidad que vivimos y a partir de ahí motivar un proceso de reflexión”.

El cineasta quería que el público sintiera lo que a él le provocaba esa historia. Y cualquier público: “Me siento ciudadano del mundo. Vivo en el continente americano, tengo la doble nacionalidad. Yo también fui emigrante, también busqué un lugar mejor. Y sí, me ha costado unos años filmar mi primera película. Bueno, era una apuesta muy arriesgada, costó levantar la producción”. Quemada-Diez desoyó canto de sirenas, “como que pusiera una voz en off de Salma Hayek”, para mantenerse fiel a una historia que ha levantado con producción mexicana (80%) rematada con dinero español.

Quemada-Díez comenzó como asistente de cámara en 1995 en Tierra y libertad, de Ken Loach. “Fue de las experiencias más grandes de la vida. Cargué toda la película, y con todo era el más feliz del mundo. La película habla de la destrucción de una utopía, y nosotros queríamos resucitarla, llegar y cambiar a la gente. Vi que yo quería hacer ese tipo de cine. Y me empapé de su método. Por ejemplo, él rueda en continuidad. El principio de la historia es el principio de la filmación. Así los actores tienen una experiencia vital, no actúan. Tú creas situaciones y ellos reaccionan ante eso. Ken defiende la dirección invisible. Yo sentía que él hacía como magia”. De él también copió que sus actores no conocieran su guion hasta que el director se lo lee antes de filmar. “Otra de sus características es que su cine es humano. Y eso implica que la cámara está a la altura de los ojos. Nada de grúas ni helicópteros. El espectador es testigo de lo que está pasando”.

El director español Diego Quemada-Diez (segundo por la derecha) posa junto a los actores guatemaltecos Karen Martinez y Brandon López y el mexicano Rodolfo Dominguez (derecha).
El director español Diego Quemada-Diez (segundo por la derecha) posa junto a los actores guatemaltecos Karen Martinez y Brandon López y el mexicano Rodolfo Dominguez (derecha).SEBASTIEN NOGIER (EFE)

Después de esa experiencia, viajó a EE UU, se graduó en el American Film Institute en Fotografía y gracias a su corto A table is a table (2001) empezó a trabajar como operador de cámara con González Iñárritu, Meirelles, Oliver Stone, Tony Scott… Su segundo corto, I want to be a pilot (2006) participó en Sundance, y en 2010 ganó una de las becas de Cinéfondation para participar en l’Atelier de Cannes. “Fue increíble, como si te tocaran con una varita mágica, desde luego, pero eso no garantiza tu participación en un certamen posterior. El comité de selección es independiente”. Para llegar a este final feliz, Quemada-Diez se lo puso complicado a sí mismo: “Tuve 120 localizaciones, 1.500 extras, en tres países, trenes, barcos, camiones… Cruzar más de 10 Estados de la República Mexicana. Ha sido muy duro. Aunque siempre pensé que si los inmigrantes sufrían el viaje, nosotros teníamos que vivirlo así”. Esos inmigrantes son los únicos que luchan activamente contra una lacra actual. “Vivimos una brutal desigualdad entre el Norte y el Sur, aceptada por todos los gobiernos de forma impasible. Y esos emigrantes desafían la legalidad para buscar algo mejor para sus familias. Son el parche de esta situación global. El dinero que envían desde Estados Unidos es en muchos países centroamericanos el segundo o tercer ingreso en tamaño de esas naciones”.

En La jaula de oro hay realidad, aunque también fantasía, utopía. “Todo es realismo. Robert Louis Stevenson dice en un ensayo que en toda buena obra debe haber un balance entre realidad e idealismo. Por otro lado nunca podemos olvidar por qué queremos contar una historia. Si no tienes nada que decirme, ¿para qué la película? Pero hay que ser sutil, no puedes predicar, porque en el fondo uno también está aprendiendo. Que cada uno saque sus conclusiones”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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