Adiós, Tino, voz amiga
Él me descubrió a Dylan, me dijo mi mujer la otra noche, y la noche era propicia para que volviera su voz de entonces, y así recordé, de golpe, que Tino Romero había sido nuestro Wolfman Jack, el primer disc jockey de la radio catalana, la voz que nos abría el cofre del tesoro americano y parecía emitir desde una emisora de la costa Oeste, o desde un barco, como Radio Carolina, y el barco era aquella mansión ya derribada de la calle Zaragoza, a cuatro pasos de mi casa ("Saludos desde los estudios de la Seventy Seven Zaragoza Street", clamaba Rafael Turia en la intro de Revoluciones), donde un puñado de locos jovencísimos tomaron Radio Juventud EAJ15 y pusieron patas arriba las ondas barcelonesas pinchando la mejor música que podía escucharse a mitad de los sesenta. Yo era un crío absoluto cuando arrancaron, ni 10 años tenía, pero es que Tino Romero aún no había cumplido los 20 cuando pilotó Radio Young en 1966, acabo de ver una foto de aquel debut y parece un cool cat, delgadísimo, de negro de la cabeza a los pies, pelo rizado, gafas de pasta, zapatos de pico, frente a un micro plateado más grande que su puño, pero ya tenía aquella voz broncínea, adulta, transoceánica, la voz que con el tiempo le pondríamos al locutor mítico de la portada de The Nightfly, de Donald Fagen.
"José María Baqué, Manolo Cornejo y yo hacíamos Radio Young, y los tres juntos cobrábamos un sueldo de 1.000 pesetas al mes, pero éramos felices porque podíamos pinchar nuestra música", contaría luego. Mario Gas, su amigo del alma, el hombre que le empujó a la escena y dirigió sus mejores funciones, le conoció entonces: Gas colaboraba en un programa teatral y radiaba los partes de tráfico, los domingos por la tarde. En Radio Young sonaba Dylan, y el rock de las dos costas, y el soul de Motown y Atlantic, aunque todo eso lo devoramos algo más tarde, cuando al programa le crecieron alas y la tríada Romero-Baqué-Cornejo saltó al estudio C de Radio Barcelona y estalló una feliz guerra de ondas con Radio Juventud porque allí (a la voz de "¡Hola, Pops!") había comenzado a reinar otro grande, José María Pallardó, casi un gurú, el hombre de El clan de la una y Al mil por mil.
Se contaban cientos de historias de los dos reyes. De Pallardó se decía que era imprevisible y misterioso, que no dormía, que era capaz de pasar noches enteras pinchando música. De Tino Romero contaban que viajaba cada dos por tres a Estados Unidos cuando nadie iba más allá de París, que recorría en coche la Ruta 66 (gafas oscuras, Stetson blanco) y veía grandes conciertos y volvía cargado con lo último de lo último. En 1971, Tino Romero crea Trotadiscos, otro de los grandes programas musicales de la historia de la radio, con Rafael Turia y Ángel Casas, nueva tríada. En esa época lo recuerdo pinchando mucho country rock, y las imágenes suyas que me vuelven, en un montaje de películas, voz y música, son intensamente californianas.
Contaban que viajaba a EE UU cuando nadie iba más allá de París
La primera es Escalofrío en la noche (Play misty for me), donde Tino Romero dobla a Clint Eastwood en el papel de un locutor nocturno que emite desde Carmel y cubre el festival de jazz de Monterrey (y en esa película suena, para mí por primera vez, la extraordinaria The best time ever I saw your face, de Roberta Flack). La segunda, en 1973, es American grafitti, de George Lucas, en la que da voz española a Wolfman Jack, otro monarca radiofónico, oculto en un locutorio secreto en las afueras de Modesto, es decir, que se convierte para siempre en el Hombre Lobo, un Hombre Lobo americano en Barcelona. Un año más tarde viaja de nuevo a Los Ángeles para casarse y Serrat le dedica una canción ("Hermano que te vas a California / 121 de Pan Am / llévale a esa muchacha que te espera / olor de arpillera / aceitunas y azahar…"), que a mis oídos sonaba como un eco castellano del Daniel de Elton John, y se enlazaban ambas con el plano del avión blanco, atravesando un cielo rotundamente azul, que cerraba American graffiti. Luego el tiempo empieza a correr, y 10 años más tarde —L’òpera de tres rals, en el Romea, es de 1984— Tino Romero ya es un hombre de teatro, una estrella del musical (Sweeney Todd, A Little Night Music, Mahagonny), pero esa ya es otra historia, que Gas contará mejor que nadie: la que quería evocar hoy aquí es la de sus comienzos, y darle las gracias por toda aquella música. Adiós, Tino, voz amiga, hermano mayor imaginario que te has ido, definitivamente, a una California soñada.
Babelia
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