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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Encerrando al minotauro

Diego A. Manrique
Al Pacino y Hellen MIrren como Phil Spector y su abogada en el filme de HBO.
Al Pacino y Hellen MIrren como Phil Spector y su abogada en el filme de HBO.

Lo confieso. Cuando terminé de ver Phil Spector (Canal + 1) estaba indignado. Algún troll alegará que obedecía a un automatismo: David Mamet sostiene la derecha, es un hombre a batir, tras su estridente reencarnación como conservador extremista. Y no: uno todavía disfruta de una mente poderosa como la de Mamet, aunque suelte majaderías.

Es algo más personal. Incluso alguien que vivía a 10.000 kilómetros sabía que Spector constituía una amenaza. Desde Leonard Cohen a Ronnie Spector, había escuchado demasiadas anécdotas suyas (con pistola). Me irritaba igualmente su clasismo: colaborando con John Lennon o George Harrison se mostraba humilde; con los Ramones, por el contrario, salía el dictador grotesco. En cuestiones económicas, era implacable con sus artistas.

Phil Spector puede venir avalado por HBO pero luce como teatro filmado, con barrocos decorados reproduciendo las estancias de la famosa Mansión Spector, el “castillo pirenaico”. Ese aire general de falsedad teatral viene corroborado por los créditos: se ha rodado en Nueva York y alrededores. Cuesta creerse que el drama se desarrolle en la soleada capital del show business mundial, Los Ángeles.

Sin embargo, más irritante resulta la cobardía del guionista y director. Pretende simplemente sembrar suspicacias sobre la responsabilidad de Spector en la muerte de Lana Clarkson, actriz de serie B que pagaba las facturas como camarera en el House of Blues. Asistimos a pringosas exhibiciones de balística y se nos sugiere una posible inestabilidad de Clarkson con un video donde parodia a Little Richard.

Eso es trampa, señor Mamet. Un veterano de Hollywood sabe que los actores sin trabajo hacen disparates aún mayores. Se supone que ahí debemos asumir que una belleza rubia, que imita a un músico negro con mucha pluma y un ego monumental, sería tan tonta como para suicidarse en la casa de un productor al que acaba de conocer horas antes.

Mamet sí consigue que nos identifiquemos con Linda Kenney Baden, la abogada encarnada por Helen Mirren. Victima de una gripe pertinaz, va cogiendo fuerzas cuando asume que el principio de la duda razonable se aplica al caso Spector-Clarkson. No sabemos mucho sobre ella: podía ser una enamorada del pop que se deleita en escuchar las evocaciones del productor (un Al Pacino que ha hecho sus deberes). Linda humilla a un joven abogado: le presenta un adaptador para singles de 45 r.p.m. y el pobre tipo balbucea que es un añejo disquete informático.

Podía funcionar como punto de partida para comentar la fugacidad de los artefactos pop y sus creadores pero Mamet busca caza mayor. Su argumento central parece reducirse a que Spector es victima del odio de los media a los triunfadores, del resentimiento de la gente normal ante las celebridades. Tratándose de la misma ciudad que absolvió a O. J. Simpson, no es un planteamiento con alas para volar.

En realidad, incluso uno de sus abogados decide que Phil tiene pocas posibilidades: "es un freak". Y un judío multimillonario, aunque ese prejuicio cae demasiado cerca como para que Mamet lo explicite. El clímax se construye con la preparación para que el acusado testifique en su propia defensa. Linda cree que la verborrea del productor, capaz de hacerla cambiar de opinión, tendrá efectos mágicos sobre los doce miembros del jurado.

No adelantaré lo que ocurre. Linda concede a Spector el beneficio de la duda. Puede ser un monstruo que habita en un castillo, igual que el minotauro se escondía en una cueva. Y por idéntico motivo: "para impedirse hacer el mal". En el primer juicio (2007), la abogada fue lo bastante convincente para lograr -por los pelos- que no hubiera unanimidad en el jurado. Pero la fiscalia insistió en volver a procesarle en 2009 y ella no pudo participar: fue condenado por asesinato en segundo grado. Está encerrado en la prisión californiana de Corcoran y no lo va a cambiar una película verbosa de David Mamet.

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