Un ‘thriller’ como los de antes
Mañana con EL PAÍS, por 2,95 euros, ‘El escritor’, de Roman Polanski
Hay algo en el alma de Rajmund Roman Liebling —más conocido como Roman Polanski—, en lo más profundo de su interior, que es oscuro, turbio, sanguíneo, fogoso, palpitante y, por tanto, humano. Achacarlo a su infancia en el terrible gueto de Cracovia, a la muerte de su madre en Auschwitz o a su adolescencia en un régimen comunista sería simplificar el motor del artista, el corazón que Polanski demuestra en cada película. Pero es cierto que su cine tiene un algo más que le hace único, y no solo por su pasión por la cámara baja, que hace saber por qué el espectador sienta una extraña e incómoda desazón. No. Hay algo en los temas de Polanski que muestran su inteligencia, una indagación moral en la humanidad y una hondura cultural como pocos directores poseen actualmente.
De ahí que El escritor no sea una adaptación más al uso, no fue coger el trepidante thriller de Robert Harris, darle un par de brochazos y convertirlo en una novela entretenida. Polanski entendió que bajo la historia de un político (Brosnan lo convierte en un personaje cercano a Tony Blair) que encarga a un negro —dícese del escritor que redacta algo para otro sin que su nombre aparezca, lo que en inglés se llama ghost writer, el título original del filme— sus memorias podía hablar de la política, el amor y la lealtad en el siglo XXI, de los imperios, la disensión y las guerras, de la soledad, el deshonor y la mentira. Y todo ello envuelto en un estupendo lazo en forma de thriller, que sirve para enganchar al espectador.
La intrahistoria de El escritor contiene más sorpresas: cuando Polanski a finales de 2009 estuvo en prisión, primero, y vivió bajo arresto domiciliario en Suiza, después —a la espera de la posible extradición a Estados Unidos por la acusación de violación de menores que le perseguía desde los años setenta—, el cineasta siguió la posproducción de su película desde aquel chalé en Gstaad. No sufrió un retraso, ni la película se vio alterada por todo el ruido mediático que retumbaba en aquel otoño de 2009. Como en ocasiones precedentes, y ante la imposibilidad de Polanski de entrar en EE UU (para no ser detenido), los exteriores de Massachusetts se recrearon en Alemania —con un espectacular cuidado—.
En la preproducción Hugh Grant rechazó encarnar al ex primer ministro británico (un papel que sí encarnó en Love actually) y en su lugar entró Pierce Brosnan, con su poso regio y su poderosa flema, que clava los momentos de estallidos iracundos ante un anonadado McGregor, también brillante como escritor un poco perdido en el cenagal moral que le succiona. El escritor es a la vez un thriller político al estilo años setenta y un película deudora de la locura del siglo XXI, dos extremos que, obviamente, salen de esa turbación que anida en Polanski.
Babelia
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