El ‘rock and roll’ también puede ser una ranchera
Ariel Rot reflexiona en 'La huesuda', su último álbum, sobre la muerte y el paso del tiempo El argentino prepara una gira con Loquillo y Leiva de Pereza
En plena Transición, como guitarrista de Tequila, Ariel Rot (Buenos Aires, 1960) se ganó a toda una generación a base de riffs cargados de rabia juvenil. Ahora sobrepasa la cincuentena, se enfada cuando oye murmullos en sus conciertos y prefiere no tocar más tarde de las 10 de la noche. “Un tipo que sacrifica su cena para ir a un concierto”, dice, “merece más confianza. Más tarde, olvídate, es difícil contenerlos”. Pero en el fondo no ha abandonado su vocación por el rock and roll. En esta etiqueta tienen cabida, para él, tanto Vinicio Capossela, un instrumentista poco ortodoxo de música tradicional italiana, como los Rolling Stones de la época de Some girls. Tal vez estén en las antípodas, pero su último disco, La huesuda, tiene algo del espíritu de ambos.
En el álbum aparecen rancheras sobre la muerte, un foxtrot popularizado por Carlos Gardel que no desentonaría en los últimos discos de Dylan y (muchas) baladas sobre la pérdida y el paso del tiempo. Todo ello puede ser, por qué no, 'rock and roll'. "Ahora se ha convertido en una música de culto, minoritaria, no es el lenguaje que represente a la juventud. Pero es algo lógico, nació en los cincuenta y es imposible que 60 años después lo siga siendo."
“Creo que es un disco luminoso, a pesar de tocar estos temas inquietantes", afirma Rot. "Es normal que en las composiciones comiencen a aparecer este tipo de inquietudes. Pero siempre ha habido una actitud un poco peterpanesca y ciertos tabúes”. Para él, el rock ha sido esencialmente una forma de expresión adolescente que ha tendido a dejar de lado preocupaciones más trascendentes. Al fin y al cabo, no va a funcionar eternamente el mantra de sexo, drogas y rock and roll. “Vivir en el cliché sería para mí una pesadilla a estas alturas”.
La solución pasa por incorporar elementos de todo tipo de géneros, aunque a veces no sea fácil dar con un producto homogéneo. “Es mucho más fácil ser Metallica que andar moviéndote por tantos territorios. Pero para mí es más bonito”. Algo ha aprendido, dice, de su última gira, en pequeños recintos y sin músicos acompañantes. “Fue en cierto modo como aprender un nuevo oficio”, recuerda. “Y me di cuenta de que funcionaban mejor este tipo de canciones que el rock más tradicional”.
El rock se ha convertido en una música de culto, minoritaria, no es el lenguaje de la juventud
En directo adopta múltiples personalidades, según las necesidades. En los últimos tiempos ha tocado solo, pero también está la faceta del experimentado que rememora su pasado –en su gira de reunión con Tequila y con Andrés Calamaro, compañero de formación en Los Rodríguez–, la del trío que adaptará los temas de La huesuda a partir de octubre y la de la inminente gira con Loquillo y Leiva de Pereza. “Me gusta el contraste, tengo distintos repertorios para cada cosa. Soy como una compañía de teatro que tiene distintos espectáculos: desde un monólogo a algo más coral”.
Pero lo que se lleva en los genes no se puede obviar y algo tiene que quedar del Chuck Berry de los adolescentes españoles de los setenta. Aunque tenga 53 años. “También me encanta coger la guitarra, subirme al escenario y tocar de repente un popurrí de Tequila y que la gente salte, grite y se divierta”. Aunque, por una vez, tenga que ser a partir de las 10 de la noche.
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