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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Luna se mueve con pausa

The XX exponen su belleza inmóvil en un Poble Espanyol lleno y cadencioso Sin proponer abiertamente música bailable, hacen bailar

Oliver Sim, de The XX, en un momento de su actuación en el Poble Espanyol.
Oliver Sim, de The XX, en un momento de su actuación en el Poble Espanyol.Jordi Vidal (Getty Images)

Tenía todo la traza de apertura de temporada, de su inaugural gran concierto al aire libre, del primer gran acto musical de un verano que aún sólo se intuye. Aún hacía fresco, pese a que los ligeros atuendos de muchos extranjeros se obstinaban en negarlo, pero la multitud ayudaba a protegerse de la temperatura. La plaza central del Poble Espanyol, allí donde el Primavera Sound creció hasta sugerir que ya en el Forum sería enorme, abría así temporada sugiriendo un aperitivo de lo que en apenas un par de semanas será un empacho de música a la orilla del mar. Recordando precisamente el éxito en aquel contexto, la música de The XX, un grupo que pasó por el Primavera apenas hace un año, fue la encargada de poner banda sonora al estreno.

Y nada más adecuado. El grupo londinense tiene un aire deliberadamente nocturno, una ambientación oscura que apenas varía, haciéndolo en todo caso pausadamente, como si se tratase de una noche en la que sólo cambia, imperceptiblemente, el movimiento de la luna en su discurrir por el cielo. Se sabe que se mueve, pero al mirarla fijamente parece un cuerpo estático que en su aparente inmovilidad parece fijado en el cielo. Como las canciones de The XX, que se arrastran suavemente, entre dicciones pausadas, fraseos deslizados en tono de mesa camilla, sin estremecimientos, claveteadas por guitarras y bajo, fijadas a un ritmo por los diversos pespuntes rítmicos que rara vez se sueltan proponiendo una cadencia deliberadamente bailable. Es por ello que la multitud que dejó sin entradas el Pueblo Espanyol bien podría recordar un niño goloso al que se muestran caramelos que no se le acaban de entregar, condenándolo a una salivación constante. Y así, cuando al final puede rozar el envoltorio con sus dedos, parece haberse comido cientos de dulces.

Eso es algo asombroso en The XX, un grupo que sin proponer abiertamente música bailable, hace bailar. Pasó casi en el inicio, con Crystalized, un tema que al final se deja ir tras tanta retención que el sólo apunte de su ritmo ya puso en movimiento a la plaza entera. Un par de "ooohs" funcionaban como enganche melódico y todo fue una sonrisa pese a la estampa fría del escenario, enmarcado por las luces sólo blancas que iluminaron lo iluminaron durante el arranque del repertorio. Luego llegó el turno del láser, otro recurso gélido que refuerza la extrañeza de la música de The XX, propuesta como masaje nocturno que finalmente acaba recorriendo la espalda como caricia de cirujano.

El sonido ayuda a recrear esta sensación, lo hizo en el Poble Espanyol. La reconstrucción de su minimalismo meticuloso tiene fácil transcripción al directo, al apoyarse en una guitarra con efectos que evoca The Cure o a un Vini Reilly sin lírica, un bajo seco postpunk y percusiones que van de los talking drums de Reunion, otra pieza que arranca cuando el paciente es un mar de saliva –todo el Poble Espanyol movía la cabeza anticipando el ritmo-, a lo escueto de la programación electrónica que conforma la mayor parte del sostén del repertorio anclándolo en un paisaje estepario que puede evocar por momentos a Burial. Se presenta así un problema, menor para los seguidores de The XX, que es la reiteración de unos patrones muy sucintos que precisan de una brillantez mantenida a lo largo de todas las canciones para evitar una cierta sensación de gelidez reiterativa, de luna inmóvil. Canciones como Fiction naufragaron por eso, por no tener nada más que la patente de un sonido que en este caso se reitera sin mayores hallazgos. Pero, The XX, que repitieron en varias ocasiones que Barcelona es su ciudad favorita del mundo, échale ahí calidez, tienen una solución: evitar los conciertos largos. Antes de que nadie se aburra ya están en los bises, abiertos con Intro. En apenas poco más de una hora está despachado el show. Y el público desfilando a casa sin hacer un mohín. El verano quedó anticipado con el Primavera Sound a una veintena de hojas de almanaque.

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