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EL LIBRO DE LA SEMANA

La caza del zorro rojo

Paul Preston ha construido una historia sobre Santiago Carrillo repleta de alicientes En 'El zorro rojo' hilvana un relato sobre la idea de que el político siempre se guio por el interés propio y "traicionó a sus camaradas"

Jorge M. Reverte
Dirigentes del Partido Comunista de España, en el VI congreso del partido en la Fundación Pablo Iglesias de Madrid.
Dirigentes del Partido Comunista de España, en el VI congreso del partido en la Fundación Pablo Iglesias de Madrid.Album / Oronoz

Vaya por delante: Paul Preston ha construido una historia de Santiago Carrillo repleta de alicientes. Bien escrita, amena y con un aparato documental que, si no siempre se apoya en fuentes primarias, tiene la suficiente envergadura como para apoyar el relato con gran solvencia.

Y vaya también por delante que ese relato está marcado por una idea fuerza que lo arma de una poderosa intención desde sus primeras páginas hasta la conclusión: Carrillo siempre actuó, a lo largo de su vida entera, como un hombre guiado por “el interés propio. En consecuencia, traicionó a camaradas y se apropió de sus ideas… su ambición y la rigidez con la que la puso en práctica malbarataron los sacrificios y el heroísmo de las decenas de miles de militantes que sufrieron en la lucha contra Franco”.

Estas frases finales provocan alguna pregunta: ¿habría podido llegar a ser hegemónico el partido comunista en España si su dirección hubiera estado en manos más generosas y abiertas? ¿Habrían cometido menos crímenes los comunistas si sus líderes hubieran sido menos estalinistas?

En el verano de 1936 el comunista Fernando Claudín y el socialista Santiago Carrillo llevaron adelante una jugada maestra que culminaron con el paso a la disciplina comunista de las juventudes unificadas en la JSU. Fue la primera traición de Carrillo que inició así, según el relato de Preston, una carrera por el poder que le llevaría en 18 años a la máxima dirección del PCE.

La cúpula del PCE dispuso con absoluta impunidad sobre la vida de muchos de sus militantes

Entre las dos fechas, muchos crímenes, que no se inventa Preston. Desde Paracuellos, que por fin entra en el desarrollo del historiador inglés como una matanza planificada, hasta los asesinatos, alguno frustrado, individualizados de dirigentes “traidores” como Quiñones, Monzón, Trilla, Comorera, o de otros más humildes, como el guerrillero asturiano Luis Montero, Sabugo. A lo largo de los años, la cúpula del PCE dispuso con absoluta impunidad sobre la vida de muchos de sus militantes. Durante la guerra, sobre la de excompañeros que eran tratados peor que los fascistas, como los militantes del POUM.

Esta lista de crímenes atroces no se distingue demasiado, sin embargo, de la que pueden exhibir otros (o todos) partidos comunistas, disciplinados seguidores de las doctrinas de Stalin sobre cómo resolver los problemas internos en la construcción de su salvaje utopía. ¿Fue Carrillo o fue Carrillo dentro de una cultura política determinada? No había mucho margen si se estaba dentro del aparato. La decisión sobre una muerte compete, desde luego, al que la toma. Pero está claro que sin Carrillo, las habría tomado otro… o no estaríamos hablando de un partido comunista de la época.

Porque los crímenes del PCE están ligados a la cultura política comunista, y a su sumisión absoluta a los designios del PCUS, que determinaba de forma puntillosa las estrategias de cada uno de los partidos entregados a la defensa de la revolución soviética como primer argumento de su línea de acción.

La descripción detallada de los errores estratégicos del PCE en su combate contra el franquismo plantea pocas dudas

La descripción detallada de los errores estratégicos del PCE en su combate contra el franquismo plantea pocas dudas. Y es cierto que Carrillo, como secretario general, fue el mayor responsable de los, en ocasiones, disparatados análisis sobre la debilidad del franquismo, o las oportunistas adjudicaciones de protagonismo en huelgas y disturbios que siempre parecían poner al régimen de Franco contra las cuerdas y siempre fracasaban. En torno a eso, la controversia de Carrillo con Fernando Claudín y Jorge Semprún merece en el libro una síntesis bien montada a partir de los densos testimonios publicados de sus protagonistas.

Preston fija con acierto la importancia de la reunión de Múnich en 1962 y, sobre todo, de los acontecimientos de Checoslovaquia, invadida por los tanques soviéticos en agosto de 1968. Aquel fue el hecho definitivo que provocó (no solo esta vez con el error, sino con el acierto) los primeros movimientos de independencia del PCE con relación a la Unión Soviética.

¿Fue también por ambición personal o porque esta vez acertó con una apuesta política que contribuiría de forma decisiva a la credibilidad democrática de su partido? Carrillo, a partir de 1968, tomando algunas ideas de otros, como Semprún, Claudín o Pradera, encabezó un camino estratégico que dio frutos abundantes. El PCE, desde luego, acabó convirtiéndose en la fuerza decisiva para que se produjera una alianza entre fuerzas muy dispares que liquidara el franquismo por la vía pacífica. También se convirtió en un partido de más de doscientos mil afiliados con carné.

Y no fueron (aunque los hubiera) los errores de Carrillo los que dieron al PSOE el papel de partido hegemónico de la izquierda en los años que siguieron. Ese llegó a ser el sueño de Carrillo, como probablemente Suárez soñó que la UCD se consolidaría como un partido dominante.

Y quizás hay algo de contagio en el historiador de ese sueño cuando se considera que la gran ambición del que fue dirigente del PCE tantos años malbarató los esfuerzos de miles de militantes.

El zorro rojo: biografía de Carrillo. Paul Preston.Traducción de Efren del Valle Peñamil. Debate. Barcelona, 2013.416 páginas. 23,90 euros (electrónico: 13,99)

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