Colin Davis, batuta de expresividad serena y elegante
Especialista en Mozart, estaba considerado como una de las batutas más prestigiosas Tenía 85 años
Elegante, exquisito en el trato con la prensa y firme en su compromiso de hacer música sin concesiones a la galería. Así era el director de orquesta británico Sir Colin Davis (Weybridge, Reino Unido, 1927). Con su desaparación, el pasado domingo a los 85 años, el mundo musical británico pierde su figura más querida, respetada y admirada. Desempeñó un papel decisivo en la moderna historia de la Orquesta Sinfónica de Londres – la dirigió por primera vez en 1959, fue su director titular entre 1995 y 2006 y al año siguiente pasó a ser su presidente- y fue precisamente la prestigiosa formación londinense quien dio a conocer la noticia de su muerte a través de un comunicado. "El papel de Sir Colin Davis en la vida musical británica era gigante. Lo extrañaremos con mucho afecto y admiración".
Hombre de profundas convicciones religiosas, serio y riguroso en el trabajo, Davis trabajó con las mejores orquestas del mundo sin ejercer su oficio con maneras de dictador, aunque en sus primeros años se ganó a pulso la fama de director temperamental por sus fuertes discusiones en los ensayos, actitud que fue suavizando con el paso de los años. Nació en el sureste de Inglaterra, en el seno de una familia amante de la música clásica y de modestos recursos económicos que disfrutaba de veladas musicales alrededor de un viejo gramófono. Colin, el quinto de siete hermanos, apuntaba maneras y gracias a la ayuda de un pariente, que le costeó los estudios, se formó como clarinetista y obtuvo una beca para ampliar conocimientos en el Royal College of Music.
Como director de orquesta, su formación fue autodidacta; a base de tesón consiguió su primer trabajo como adjunto del titular de la orquesta de la BBC de Escocia: saltó a la fama dos años después al sustituir al famoso Otto Klemperer en una versión de Don Giovanni en el Royal Festival Hall de Londres. Ese mismo año, 1959, marca el inicio de su estrecha y fecunda relación artistica con una orquesta a la que imprimió una flexibilidad y elegancia sonora especial, la Sinfónica de Londres. Al principio las cosas no fueron de color rosa, y Davis, arrogante y firme en sus convicciones, mantuvo sonadas disputas con los músicos de la prestigiosa formación británica. Después todo cambió y hoy todos recuerdan –y añoran ya– su generosidad, su optimismo y su trato siempre exquisito.
Nunca persiguió la fama ni exigió honorarios desorbitados por hacer un trabajo que, tal y como confesaba en las entrevistas, consideraba “un privilegio y un don divino”. El pasado mes de enero se vió obligado a cancelar todos los conciertos hasta el fin de temporada, y eran muchos, porque permaneció en primea línea de la escena internacional hasta casi el final de sus días.Para los melómanos de todo el mundo, su nombre permanecerá ligado a tres compositores a los que dedicó una antención especial durante toda su vida: rescató del olvido y en una cruzada personal llevó al disco todas las óperas, sinfonías y obras religiosas de Hector Berlioz al frente de la Sinfónica de Londres; contribuyó decisivamente a la consolidación internacional del ciclo de sinfonías de Jean Sibelius en todo el mundo; y nunca se cansó de dirigir las óperas, las sinfonías y las misas de su adorado Wolfgang Amadeus Mozart.
Su discografia es rica, diversa y en ella destaca su especial relación artistica con figuras del piano como Claudio Arrau, Stephen Kovacevic, Yevgeni Kissin, Alicia de Larrocha y Joaquín Achúcarro; violinistas del calibre de Yehudi Menuhin, Arthur Grumiaux y Henryk Szeryng: voces como las sopranos Kiri Te Kanawa, Jessye Norman y Montserrat Caballé. Precísamente con Caballé y uno de sus tenores predilectos, José Carreras, llevó al disco memorables grabaciones de óperas como Tosca, de Giacomo Puccini, y Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi. Con Carreras grabó también La bohème y Werther, de Jules Massenet
Como intérprete amaba el equilibrio, la elegancia, el detalle, sin efectismos ni caprichos extravagantes, en busca de la mayor naturalidad y belleza musical posible. No olvidaran su carisma y humildad ante la música las orquestas con las que trabajó asiduamente y con las que visitó en numerosas ocasiones los auditorios españoles: la Sinfónica de Londres, claro, en primer lugar, pero también las sinfónicas de Boston, la BBC y la Radio de Baviera, la Staatskapelle de Dresde y la Royal Opera House, Covent Garden, de la que fue director musical de 1971 a 1987.
Campeón de la música británica, sus grabaciones de obras de Edward Elgar, Benjamin Britten, Ralph Vaugham Williams, Michael Tippet y William Walton constituyen absolutas referencias en un impresionante legado que incluye todo Berlioz, las obras maestras del repertorio germánico –Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms, Anton Bruckner y Alban Berg figuran entre sus favoritos– Igor Stravinski y muchísimo Mozart.
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