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¿Es esta la primera generación que no va a vivir más que sus padres?

El incremento de la esperanza de vida con salud se estanca en un mundo que requiere cambiar el modo en que se cuida

Los padres de los universitarios de hoy han visto crecer la esperanza de vida en casi diez años, algo que, con las tendencias actuales, no verán sus hijos
Los padres de los universitarios de hoy han visto crecer la esperanza de vida en casi diez años, algo que, con las tendencias actuales, no verán sus hijosClaudio Álvarez
Daniel Mediavilla

Durante décadas, en países como España, lo normal era ir a mejor. El progreso parecía garantizado y en cada generación los hijos vivían mejor y más tiempo que los padres. Hasta ahora. Junto a la reorganización global de la economía que pone en duda el crecimiento del bienestar, los datos más recientes sugieren que la vida, además de peor, será más corta.

Las personas nacidas en los años 60 sabían que la esperanza de vida en España no alcanzaba los 70 años. Hoy, la suya supera los 80, pero, como revela un estudio publicado esta semana, el ritmo de crecimiento se ha ralentizado e incluso ha comenzado a disminuir en algunos países. A esta tendencia se suma otra cuestión que invita a la reflexión sobre el estado de nuestra salud: aunque la esperanza de vida sigue aumentando, lo hace cada vez a un menor ritmo, mientras que el número de años vividos con buena salud se ha estancado o incluso ha disminuido.

Según los últimos datos del INE, la esperanza de vida con buena salud en España ha pasado de los 70,4 para mujeres y 69,4 para hombres en 2019 a los 60,6 y 61,7 de 2022. Una década de descenso en un periodo en el que la esperanza de vida se ha mantenido estable. La brecha entre los años de vida sin problemas de salud y la esperanza de vida total es un problema global, según un análisis de 183 países de la Clínica Mayo. En primer lugar, por el padecimiento de sobrevivir muchos años con mala salud, pero también porque esa brecha puede hacer insostenibles los sistemas sanitarios. Desde el 2000, la cantidad de años con mala salud que se viven de media ha pasado de 8,5 años a 9,6, en 2019, antes de la pandemia, un aumento del 13%.

En España, las enfermedades crónicas, como el cáncer, la diabetes o las dolencias cardiovasculares, representan, según datos de la Sociedad española de Medicina Interna, un 75% del gasto sanitario. En muchos casos, estas enfermedades se pueden retrasar casi hasta el final de la vida, suturando la brecha entre vida saludable y vida total, pero a falta de una aplicación a gran escala de medios biotecnológicos para prolongar los años sanos, son necesarios cambios en el enfoque en la gestión de la salud.

Los médicos están acostumbrados a tratar a personas que llegan con problemas de salud desarrollados y la formación en prevención es muy limitada. En España, el gasto en atención preventiva es, según Eurostat, de 104 euros al año por persona, solo un 5% de los 2038 que suponen el gasto sanitario total.

La mayor parte de la gente acude al médico cuando se encuentra mal y tiene un problema importante y valora más a quien es capaz de resolver esa crisis que al profesional que acompaña, con medidas aparentemente más humildes, en el cuidado cotidiano de la salud. Este sesgo incentiva el interés por el tratamiento de enfermedades graves y tiene su reflejo en la falta de prestigio de la atención primaria. En España, faltan unos 5.000 médicos de familia, porque pocos profesionales quieren trabajar en unos centros de salud cada vez más saturados y con peores condiciones económicas que en Urgencias hospitalarias o el sector privado. Esto es un círculo vicioso que hace que cada vez haya más pacientes por facultativo y que haga aún menos interesante la atención primaria. Sin embargo, el papel de esta especialidad es clave. Un estudio de la Universidad Stanford calculó que un incremento de 10 médicos de primaria por cada 100.000 habitantes se asoció a un incremento medio de esperanza de vida de 51,5 días en la década de 2005 a 2015. El incremento de 10 especialistas, como cardiólogos o neurólogos, se relacionó con un aumento de 19,2 días.

El enfoque que sirvió para incrementar el bienestar y la esperanza de vida está agrietado. La industrialización de la agricultura y la alimentación, que un día redujo drásticamente el hambre en gran parte del mundo, se ha convertido en un problema grave para la salud. Desde 1990, la esperanza de vida ha crecido en más de 6 años, pero la obesidad, que incrementa el riesgo de cáncer o dolencias cardiovasculares, se ha multiplicado por dos. Los alimentos ultraprocesados, junto al alcohol, el tabaco y los combustibles fósiles, además del sedentarismo, son los principales responsables de las enfermedades crónicas, pero salvo la del tabaco, sus industrias se han resistido con bastante éxito a los intentos de mitigar su impacto.

“Se habla mucho de promoción de salud y prevención, pero casi siempre se habla desde el punto de vista de la responsabilidad del individuo”, dice José Luis Peñalvo, director del Centro Nacional de Epidemiología. “Los factores de riesgo vienen condicionados por el ambiente y son necesarias políticas que generan gasto, como la ampliación de espacios verdes, o pueden no tener aceptación social, como las etiquetas que adviertan en los envases del peligro del alcohol”, añade.

Peñalvo también señala “factores de riesgo emergentes, como la salud mental, la contaminación del aire o el aislamiento de la gente mayor y las redes sociales que van a provocar grandes problemas en el futuro”. El estudio de la Clínica Mayo ya recoge que los problemas de salud mental y las adicciones son la principal causa de años vividos con discapacidad, seguidos por las enfermedades musculoesqueléticas.

Tras haber logrado avances significativos en salud con medidas como las vacunas o el saneamiento, los países desarrollados enfrentan ahora un desafío más complejo: seguir aumentando la longevidad y, sobre todo, los años vividos con buena salud. Para ello, deben replantear su visión del progreso y facilitar que sus ciudadanos lleven una vida saludable sin depender de un esfuerzo titánico a nivel individual.

Vida saludable

La disponibilidad de alimentos ultraprocesados en los supermercados, que ronda el 60%, hace muy difícil tomar buenas decisiones sobre lo que se come, y la obesidad incrementa el riesgo de todo tipo de enfermedades, incluidas las musculoesqueléticas y las mentales. Un estudio de hace un año estimaba que el riesgo de depresión se dispara cuando los ultraprocesados superan el 30% de la dieta.

Sergi Trias-Llimós, investigador del Centro de Estudios Demográficos de Barcelona, recuerda la complejidad de un marcador como la vida saludable: “Es verdad que parece que se está estancando, pero esto puede ser porque la población está más enferma o porque se diagnostiquen antes algunos factores de riesgo o la gente sea más consciente de su salud”. Peñalvo coincide en que el adelanto y la mejora del diagnóstico puede estar detrás de la reducción en los años que se viven con salud. “Hay diagnósticos, como una aterosclersosis subclínica, que no tiene un gran impacto para tu salud, pero te dan un tratamiento leve y ya te percibes como una persona que necesita un tratamiento de por vida”, ejemplifica.

Trias apunta a la desigualdad como otro factor que puede afectar a los resultados de las políticas sanitarias. “Cuando se aplican políticas para reducir el consumo de tabaco o alcohol, por ejemplo, se ve que tienen un impacto mayor en los estratos sociales más altos, pero siempre hay una parte baja de la sociedad donde no se produce ese impacto”, explica. “Nosotros hemos visto que los grupos con menor nivel de estudios viven menos años y más años con un estado de salud malo o regular, porque hay una menor capacidad para comprender cuáles son los factores de riesgo para su salud, pero también por factores materiales como no poderse permitir una segunda opinión médica o acudir al médico más rápido”, explica.

La desigualdad también puede distorsionar la percepción sobre el progreso en longevidad y salud. En ciudades como Madrid, la diferencia en la esperanza de vida entre barrios ricos y pobres puede alcanzar los 10 años. En Estados Unidos, el inversor Ray Dalio ya advertía en un artículo de 2017 sobre la creciente brecha entre el 40% de los hogares con mayores ingresos, cuyos ingresos han aumentado desde 1980, y el 60% inferior, donde los salarios se han mantenido prácticamente estancados. Además, el 40% más rico invierte cuatro veces más en educación, lo que amplía aún más la desigualdad y perpetúa estas diferencias a lo largo del tiempo. Estos datos se reflejan en los indicadores de salud y sugieren que las medias generales pueden ser engañosas al presentar a la sociedad como un todo homogéneo, cuando en realidad está marcada por profundas desigualdades.

A la espera de que se cumplan las predicciones del futurista Ray Kurzweil, que dice, —el tiempo dirá si con un optimismo excesivo—, que en 2032 un cóctel de inteligencia artificial, biotecnología y nanotecnología permitirá revertir el envejecimiento, las opciones farmacológicas para alargar la vida son limitadas, aunque algunas prometen. Los agonistas de GLP-1 han demostrado su eficacia para controlar el sobrepeso, algo que ayuda a reducir el riesgo de numerosas enfermedades y de muerte prematura. Estos medicamentos también han logrado mitigar problemas de adicción y la industria alimentaria ya se prepara para el impacto que puede tener su aplicación masiva.

La industria farmacéutica parece haber encontrado una vía para combatir los excesos tan difíciles de evitar en una sociedad de la abundancia y lo ha hecho inventando un producto que nos da el superpoder de la moderación, incluso rodeados de manjares ultraprocesados o de bebidas alcohólicas. Para la sociedad industrial, parece más sencillo inventar nuevos productos que reparen los daños de los antiguos, que frenar para que las nuevas generaciones puedan seguir aspirando a las mejoras de salud que han vivido sus padres y abuelos.

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Sobre la firma

Daniel Mediavilla
Daniel Mediavilla es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Antes trabajó en ABC y en Público. Para descansar del periodismo, ha escrito discursos. Le interesa el poder de la ciencia y, cada vez más, sus límites.
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