Oficio de actriz, trabajo de estrella
Vaya por delante que tengo muchísima estima por Antonia. Por mucho que hablaran de rodajes complicados, que me auguraran malos tiempos, mi trabajo con ella en Esa mujer fue de absoluta eficacia, de ensayos completamente normales… Antonia sabía de luces, de montaje, conocía bien el cine, probablemente porque empezó bien joven.
Gente de la productora de Cesáreo González (Suevia Films) y de su exmarido, Vicente Ramírez Olalla, contactaron conmigo —habían visto mis filmes con Raphael— para rodar una película con Sara Montiel cuando Antonia ya había hecho gran parte de su carrera. Tuvimos dos comidas. En la primera me aseguraron que deseaban hacer una película diferente y descubrí que Antonia (nunca recuerdo haberla llamado Sara) conocía el oficio. En la segunda Antonia reculó y explicó sus dudas: “Si el cine donde he tenido éxito sigue aún dando dinero, no veo por qué abandonar mis melodramas con canciones”.
Así que Antonio Gala empezó el guion, y como una gran parte de la historia se desarrollaba en un juicio en la escritura colaboró Fernando Vizcaíno Casas, entonces abogado de Suevia. Hicimos la película en 40 días, los programados, y Antonia se divirtió mucho. Ella trajo a su operador de cámara, el mítico francés Christian Matras (La gran ilusión, Lola Montes), que cuidaba mucho a Antonia. Matras era mayor y para mí fue un placer charlar con él.
Diez o quince años después volví a verla, esta vez en París. Como siempre, estuvo encantadora. Y así fue cada vez que nos reencontramos.
De Antonia decían que era complicada. No, era cumplidora, no tenía caprichos. Sabía cómo fotografiarse, cómo se montaban los filmes, dominaba los playbacks… Porque, como ella misma decía, lo suyo no era ser actriz o cantante, sino otra cosa. Estrella.
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