Adiós a los adornos
Carlos Sorín estrena ‘Días de pesca en la Patagonia’, en la que apuesta por una historia bien contada y en despojarse de lo cinematográfico
Ya han pasado muchos años desde que Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944) fuera aquel gran publicitario con aspiraciones de cineasta. En los años ochenta lo intentó, y cómo. Filmó, por ejemplo, una de las grandes leyendas de la mística argentina, La película del rey, adornándola con una trama de cine dentro del cine; tuvo a Daniel Day-Lewis como protagonista en Sonrisas de New Jersey. No cuajó. Y en 2002 llegó Historias mínimas. Apareció la marca Sorín. Ahora, cinco películas más tarde, tras altibajos motivados por películas excesivamente indulgentes con su estilo, se estrena Días de pesca en la Patagonia. Y Sorín vuelve a enchufarse entre los grandes argentinos. Lo que no quiere decir que él mismo se defienda como producto: “No sé si existe la marca Sorín, y si existe, soy el menos indicado para hablar de ello. Es un peligro, porque fácilmente te empiezas a repetir con el estilo porque te fue bien o porque te fue mal… y ni siquiera sabes si repetir es bueno o malo, si es cuestión de aburrimiento o de estilo. Hace dos años hice un filme de suspense, El gato desaparece, y la rodé porque tengo oficio, pero no es lo mío… [el periodista interrumpe: ¿se arrepiente de haberla hecho?]. Hacer un thriller por demostrar que sabe filmar un thriller no es un motivo suficiente válido para hacer una película. Al menos en mi caso. Aunque lo pasé muy bien. Ahora, cuando yo empiezo una película, solo me preocupa que el tema del que estoy hablando me importe: si no me preocupa a mí, ¿por qué debe interesarle a los demás? Y en cuanto al estilo, en los últimos años yo solo he querido despojarme, ir a lo básico, ir en contra de lo cinematográfico. Si te vale, es cierto que me gustan unos temas muy determinados”.
Y el mejor ejemplo es Días de pesca en la Patagonia, que cuenta una historia pequeña: allá donde otras películas se marcan una elipsis, Sorín encuentra el momento de su historia. Un viajante llega a un pueblo en busca de su hija, de la que se distanció física y emocionalmente hace lustros, y mientras avanza en sus investigaciones llena su tiempo como puede, aplastado por los viejos recuerdos y los remordimientos de sus errores. “Me fui a rodar sin travelling, sin muchos objetivos para la cámara; intenté que no hubiera casi música. Quería que la historia interesara por sí misma, y no por añadidos que yo le colocara. Vengo de la publicidad, así que a todos los adornos cinematográficos les tengo un poco de miedo”. Y confirma su capacidad para contar una historia en donde otros directores y guionistas cortarían y avanzarían en la trama. “Es que si no, sería una telenovela, un drama de Hollywood. Me gusta dar solo la información imprescindible, para que el espectador siga la película en su cabeza, en función de su sensibilidad, de su experiencia personal. Y que construya su propio filme. Me gustan las estructuras que no atosigan al público, que no le dan todo masticado”.
A pesar de todo lo anterior, Días de pesca en la Patagonia tiene una tensión constante… a lo mejor provocada por ese cine masticado de Hollywood: uno tiende a pensar que al protagonista le va a pasar algo malo constantemente. “¡Es culpa del cine! Porque la vida no es así. Aunque es cierto que necesitas algo de esa tensión para tener a un espectador sentado hora y media en una butaca. No puedes hacer la desestructuración completa de la película. Debe de haber algo. Construcción dramática. Del guion negocio todo, excepto la construcción dramática. Y aquí ese punto surge a los 20 minutos”.
Sorín indaga en Días de pesca en la Patagonia en la paternidad, la responsable y la irresponsable. “La relación de paternidad es esencial. Puedes dejar a tu esposa, pero no puedes dejar a tu hijo. Y seguirás pendiente de ellos siempre. Es una relación de por vida. En el filme, él la abandonó. Y eso es imperdonable”. Aquí entra en juego el corazoncito de Sorín: “Sabes que tus hijos te darán cariño, es la relación familiar que te salvará”.
Para este trabajo, el cineasta ha contado con un actor prodigioso, Alejandro Awada. “Qué mirada, ¿verdad? Eso es lo que busco en los actores, sean profesionales o no. Que me den esa fuerza en la mirada. Luego llegas al montaje y sabes que te da tantas posibilidades…”. Y hablando de cine, Sorín reconoce que su último filme nace al rebufo de las sensaciones que le provocó la rumana Martes después de Navidad. “Está despojada de todo y a mí me conmocionó. Es un milagro de puesta en escena. A mí me interesa mucho ahora, más que el montaje o el suspense, la puesta en escena interna. Trabajar dentro del plano, olvidarme de steadycam y de movimientos, y construir ahí, en lo que ocurre en ese marco”. Y el mejor ejemplo, Días de pesca en la Patagonia.
Babelia
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