Seguir con la risa
¿Qué hubiera pensado María Asquerino del velatorio que sus compañeros le organizaron en el Teatro Español?
María Asquerino era pobre y Ana Mariscal, rica. La primera estaba casada con un buen mozo, Pepe Sancho, mientras que la segunda había quedado viuda. Ambas se disputaban al hombre guapo hasta que llegaron a un acuerdo: la Asquerino vendía su marido a la viuda rica. Este es el esquema argumental de Okey, la pieza dramática del venezolano Isaac Chocrón que se representó en España, seguramente entusiasmando a unos pero sin duda horrorizando a otros muchos, dada la moral tridentina que imperaba. En sus Memorias, publicadas en 1987, María Asquerino relata el gran éxito que obtuvieron tanto la obra como sus tres intérpretes, y la “aventura pasajera” que vivió con José Sancho durante la gira. Aquellos encuentros amorosos no eran fáciles en la España del control y la censura; baste recordar la anécdota que contaba Fernán Gómez, otro ocasional amor de la Asquerino. Al no estar casados, no se les permitía subir juntos a la habitación del hotel y buscaron otro refugio. Al rato, Fernán Gómez regresó al mismo hotel acompañado esta vez de su amigo Manuel Alexandre, y cuando ambos estaban ya en el ascensor, Fernando soltó: “Ahora nos vamos a dar por el culo”, y el recepcionista se quedó de piedra. Todos ellos han muerto ya llevándose consigo secretos que hubiéramos debido saber para conocer mejor este país de pandereta.
La Asquerino solía recordar en sus tertulias algunas de esas anécdotas, coronándolas frecuentemente con una carcajada. Fue mujer de semblante más bien triste pero estaba dispuesta en todo momento al buen humor, aunque este fuera negro. ¿Qué hubiera pensado del velatorio que sus compañeros le organizaron en el Teatro Español? Probablemente se hubiera conmovido al apreciar el afecto. Pero seguro que hubiera estallado en otra carcajada cuando su féretro fue trasladado. La plaza en que se encuentra el Teatro Español está abarrotada de bares y terrazas, y en la noche primaveral que hizo el viernes poblada con un público variopinto, numerosos extranjeros subidos de copas, todos perplejos viendo un ataúd, coronas, y amigos emocionados que aplaudían… a medianoche. Uno recordaba las últimas palabras de sus Memorias: “No sé que voy a hacer cuando me muera”. Pues seguir riendo.
Babelia
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