El monstruo de tres cabezas
El trío formado por Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces protagoniza la vuelta a la comedia de Pedro Almodóvar, ‘Los amantes pasajeros’
Se definen como un “monstruo de tres cabezas”, y como tal se comportan, aunque pertenezcan a generaciones distintas y tengas procedencias diferentes. Encerrados en un cuartito en la productora El Deseo, epicentro del reino Almodóvar, con un cortinaje rojo que aporta un aire de teatralidad a la charla, Javier Cámara (Albelda de Iregua, 1967), Raúl Arévalo (Madrid, 1979) y Carlos Areces (Madrid, 1976) comentan su experiencia en Los amantes pasajeros, en la que encarnan a los tres azafatos de la clase business, el trío que reparte juego en la vuelta a la comedia de Almodóvar. Cámara ya había trabajado con él en Hable con ella y en La mala educación; Arévalo y Areces debutan en su mundo. Puede que por esa veteranía Cámara haya robado a su director una expresión burlesca habitual en él –“Calla, calla”-, o bien porque Almodóvar siempre está en todos sus personajes.
Javier Cámara. Pedro me empezó a contar la película durante Hable con ella, cuando aún no teníamos confianza. Ahí me di cuenta que él va describiendo las historias y las películas porque las va probando con los demás, encarnando a todos los personajes. Recuerda a lo que hacía con sus cortos en súper-8, cuando ponía todas las voces. Supongo que ahora le tendría cierto respeto a la comedia, pero ha visto que iba contando esta historia y a todos nos gustaba. Santiago Segura hacía algo parecido: me iba dejando mensajes en el contestador contándome frases de Torrente. Luego Pedro te dice que no le cuentes a nadie y él se lo larga a 400 personas. En esta ocasión nos ha dejado meter muchísimo de nosotros, añadir nuestra personalidad a los papeles.
Raúl Arévalo. O que él ha pillado de nosotros para incorporarlo a su guion. He descubierto durante los ensayos y el rodaje cómo él te va introduciendo en su mundo. Desde el primer día que vine aquí a ensayar [se refiere a la productora] ves que todo es Almodóvar [señala los cortinajes], las fotos, los carteles… Te introduce en su mundo lo conozcas más o menos –yo me reconozco como muy fan- y una vez que empiezas el rodaje estás tan metido que es fácil para él ir guiándote: sabes qué te va a pedir. Es exigente y tú quieres dar lo máximo. Y con cada uno de nosotros se relaciona de manera distinta, desde luego, pero siempre dentro de su mundo.
J. C. También hay que entender que nosotros somos un monstruo de tres cabezas, que los efectos especiales de los personajes -la pluma, que formen parte de un equipo especial de azafatos…- son comunes. Este monstruo tiene muchas cosas excesivas (su relación con las bebidas y las drogas) que te inspiran como actor. Yo que puedo compararlo con otros rodajes, y pienso en La mala educación, te digo que este rodaje fue una fiesta, porque si te pasabas de tono tus propuestas eran aceptadas. Y además Pedro te propone montones de cambios al día.
Carlos Areces. Es cierto que las cosas que son nuestras tampoco hemos decidido meterlas nosotros, porque efectivamente Pedro es, de los directores con los que he trabajado, es el que tiene todo más claro. No creo que le guste que llegues con propuestas al rodaje, porque él ya ha hecho su composición. Efectivamente, Pedro, en los primeros ensayos, los hizo leyendo todos los personajes y tú ibas tomando referencias. Y sí, tienen cosas nuestras porque, por ejemplo, el personaje de Raúl era más ácido, cínico, malo, más de vuelta de todo, y el mío más cándido, más mamá oso, y eso fue cambiando.
R. A. ¿Y por qué cambió? Cuéntalo todo.
C. A. Un día le pregunté a Pedro: “¿Te has dado cuenta que mi personaje empezó siendo más bondadoso, más tierno, y ha acabado como el que mete más puyas de los tres, el más dolido? Y con el de Raúl ha pasado lo contrario”. Y me respondió: “Eso es lo que has aportado tú al personaje”.
J. C. Pedro no da puntadas sin hilo.
C. A. La próxima vez me meto la lengua en el…
J. C. Hemos pasado por muchas etapas, como cuando teníamos mogollón de pluma y Pedro nos paró, asustándose del monstruo que estaba creando. Él buscaba una naturalidad dentro de ese tono de comedia disparatada. Sí que es verdad que lo construimos poco a poco. En La mala educación pasaba algo parecido: era un drama con varios personajes que se disparaban. Yo le decía que le entendía porque era el veterano… aunque a veces le mentía [risas]. Con Raúl empezó de una forma más estética para ir al fondo, y con Carlos… Bueno, Carlos es su ojito derecho.
C. A. ¡Pero sí en el rodaje parecía que era Javier!
R. A. y J. C. ¡¡¡Vamos, anda!!! ¿Quién le pedía los primeros planos? [a coro].
C. A. Por pedir que no quede.
R. A. ¡Pero si a nosotros nos cortaba, y a ti no solo no te cortaba sino que recuperaba tus descartes previos!
J. C. En resumen, creo que con nosotros tres disfrutó muchísimo. Pero sí, conmigo tenía otra confianza. Y ellos dos han sido un descubrimiento. Pedro me dijo un día: “¿No te das cuenta que te están comiendo el terreno? Ven ya de una vez, que parece que no estés en el rodaje”.
C. A. Sí es cierto que a la tercera semana le vi más relajado con nosotros.
J. C. Es que previamente ensayamos mucho aquí en la productora.
C. A. Los personajes dramáticos no variaron mucho del guion al rodaje, pero para los nuestros a Pedro se le ocurrían un montón de ideas nuevas cada día. Disfrutaba mucho más con la comedia. De hecho, pienso que a él le costaba comedirse. Y muchas frases se han quedado fuera en montaje. A Pedro le dolía reducirse. Nos picaba contra los otros dos, con frases como "Este plano se lo está llevando Raúl", "Javi, como no defiendas mejor esta frase se la doy a Carlos" [risas].
Pregunta. Es una película repleta de referencias a su obra.
J. C. Desde luego, él mismo en rodaje se disculpaba diciendo: “Perdón por autorreferirme”.
C. A. A mí me encanta poder haber dicho una frase mítica de Candela de Mujeres…, esa de: “La muchacha tiene razón”.
J. C. Yo no era tan consciente, pero empezamos a repasar sus películas y descubrimos que varias, por ejemplo, acaban en un avión, como Laberinto de pasiones, que se remata con una secuencia que valdría para Los amantes pasajeros.
C. A. Una cosa de la que me he dado cuenta viendo todas las películas del tirón es que -salvo La mala educación, que ya fue complicada desde el rodaje- todas tienen finales amables.
J. C. O un desenlace esperanzador. Hay también mucho de esos juegos de comunicación de Pedro, que incluso son muy teatrales. Aquí insistía en las cortinas, en que los azafatos cada vez que abrían esas cortinas estaban actuando. Incluso él mismo dice cosas muy especiales. A Lola Dueñas, tras abrir ella su cortinilla, le dijo: “Te vas hacia clase turista imantada por tu destino”. Y acabó soltándole: “¡No tan imantada, Lola!”. Otro ejemplo es que los monólogos de la película siempre son escuchados por otros personajes. O la cabina, en la que en un momento dado entran bastantes personajes y los muestra en un solo plano, sin cortes, muy teatral.
C. A. Y qué divertido era eso.
J. C. Pedro es un gran conocedor artístico. Se notaba en las referencias que usaban él y Carlos. Raúl y yo les mirábamos preguntándonos de quiénes hablaban. Por ejemplo, charlaban sobre superhéroes de películas mexicanas de serie B de los años cincuenta. Él se lo ha visto todo, lo ha leído todo, lo ha oído todo…
C. A. Encima Pedro es muy moderno en sus referencias. Yo en cambio no paso de los ochenta.
J. C. Recuerdo que cuando fui a ensayar a su casa en la época de Hable con ella, tenía una mesa con cajas sin abrir plagada de novedades de libros y música. Es voraz. Mira, nos hizo un disco para la peli no con la música que se oye en ella, sino la que le inspiraba, las que oía para escribir y trabajar, como por ejemplo temas lounge de Juan García Esquivel. Nunca para. Por ejemplo, durante este rodaje nos contó que por las noches había escrito otro guion. ¡Otro guion!
C. A. Estábamos rodando la película y pasábamos muchas horas muertas porque los personajes podían aparecer en cualquier plano, teníamos que estar allí. Y Miguel Ángel [Silvestre] rodó un corto con su iPhone, que duraba unos tres minutos. Se lo enseñó a Pedro y a la semana Pedro trajo cuatro hojas escritas con ideas para una segunda parte del corto. Después, la única noche en la que salimos en el rodaje, fuimos a tomar algo a una terraza, y allí a Pedro se le empezó a ocurrir otra historia sobre el corto. Y desarrolló ante nuestros ojos, durante una hora, un guion sobre el corto que daba para otra película. Se le estaba ocurriendo allí mismo, abriendo y cerrando subtramas.
R. A. Tiene una necesidad brutal de contar historias. Tiene ganas.
J. C. Fíjate en las canciones que salen en la película. Él sí es moderno. Yo participé en todo el proceso de casting para ir probando al resto de actores, y el reparto fue poco a poco rejuveneciéndose ante mis ojos. Tiene una necesidad perentoria de juventud, de energía, de efervescencia y de gente apasionada. Quería mucha energía para contrarrestar, por ejemplo, que nos pasamos mucho tiempo en pantalla en asientos de avión atados con los cinturones.
R. A. Me da mucha rabia cuando como espectador veo una película hecha sin ganas.
C. A. Sí, películas filmadas desde la desidia, porque algunos directores ruedan por rodar.
J. C. Exacto, y eso a Pedro jamás le pasará, porque tiene esa necesidad. Es creativo, quiere a su alrededor gente chispeante. En sus pruebas ves que busca, nervioso, actores que encajen en sus personajes.
C. A. Transmite ilusión y ganas. Pedro es mucho más joven que muchos nuevos directores, y más libérrimo que ellos. Es un gusto ver cómo se lanza a hacer nuevas cosas estando en el puesto en el que está en el cine mundial.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.