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Viaje al milagro cultural islandés

La isla se apoya en la industria creativa para remontar el colapso vivido en 2008 El éxito contrasta con la oleada de recortes en las artes que vive el sur de Europa

Daniel Verdú
El auditorio Harpa en el puerto de Reikiavik es un símbolo del renacer cultural de Islandia.
El auditorio Harpa en el puerto de Reikiavik es un símbolo del renacer cultural de Islandia.Nic Lehoux

Si el colapso financiero que sufrió Islandia en 2008 suele interpretarse como un laboratorio de preguntas y respuestas sobre la crisis, convendría tomar nota de algunas de las soluciones. A diferencia del sur de Europa, donde los recortes y las subidas de impuestos se han cebado especialmente con la cultura, desde 2008 este país de 320.000 habitantes y el tamaño de Portugal se ha volcado en el sector de las industrias creativas. El impacto económico de esa actividad (unos 1.000 millones de euros) dobla hoy al de la agricultura y está solo por debajo de la legendaria máquina de exportar bacalao (y otros productos del mar) al mundo continental, primera industria de la isla. Todo ello gracias, en parte, a una mujer menuda de 37 años —su ministra de Cultura— que se ha dejado los cuernos durante cuatro años desde el Gobierno y no ha permitido que le dijeran eso de: “¿Para qué vamos a darle dinero a los artistas?”. Al contrario, les ha convertido en protagonistas del éxito económico reciente.

Hoy la tasa de paro es del 5,7% y el país crece a un ritmo del 3%. Es cierto que se ha devaluado la moneda y evitado rescatar a los bancos pagando su deuda externa (3.600 millones). Pero gran parte de la mejora también es gracias a esta suerte de New Deal artístico. Y todo puede cambiar el próximo 27 de abril, cuando Islandia afronta las primeras elecciones después de que el país haya empezado a superar la crisis. La memoria es corta. El partido conservador, al mando cuando todo su fue al garete (la bolsa llegó a caer un 90% y el PIB perdió 7 puntos), es hoy el favorito en las encuestas. La coalición formada por el Partido Verde y los Socialdemócratas, a la que pertenece la primera ministra Jóhanna Sigurdardóttir (la primera mujer en ocupar ese puesto), lo tiene crudo. La titular de cultura, Katrín Jakobsdóttir, su pieza más carismática, no lo oculta. Recibe a EL PAÍS y repasa su mandato, simbólicamente desplegado alrededor de la construcción del espectacular Harpa, un increíble auditorio en el puerto de Reikiavik que se ve desde su despacho. Cuando llegó la crisis, quedó paralizado. Ella se empeñó en convertirlo en una metáfora de lo que se traían entre manos: crear riqueza a través del fomento de las artes.

Vistas desde el edificio Harpa.
Vistas desde el edificio Harpa.Bara Kristinsdottir

“Vemos la cultura como la base de las industrias creativas, una parte cada vez más importante de nuestra economía. Cuando me nombraron ministra, lo afronté como una cuestión de supervivencia. Y eso es lo que intento meter en la cabeza de la gente: la cultura es un factor económico muy importante. El dinero que genera es el mismo que toda la industria del aluminio. También lo puedes ver en el empleo que genera el turismo cultural. Por eso decidimos terminar Harpa, aunque fue muy controvertido. Pararlo hubiera sido una derrota psicológica, por no decir lo importante que es la música en Islandia”.

Gracias a la ministra de Cultura, Katrín Jakobsdóttir, los artistas son los nuevos protagonistas del éxito económico

El Gobierno recortó partidas de estructura. Adelgazó ministerios y gastos fijos. Pero aumentó las aportaciones a proyectos culturales independientes. Una mezcla de tejido público/privado muy ágil pero que, en ningún caso, supone la renuncia del Estado a la gestión de la cultura y la educación. “La base tiene que venir del sector público. Como la educación. Es parte de una comunidad gestionar las escuelas. Después de la crisis, la asistencia a conciertos, exposiciones… subió. La gente necesitaba desinhibirse, dejar volar su espíritu”.

Música sobraba. El 80% de los jóvenes (sobre todo en los pueblos) estudia algún instrumento y solfeo. Y eso se traduce en decenas de bandas con prestigio internacional. La naturaleza sigue siendo el primer atractivo para los turistas. Pero un 70% de los jóvenes según una encuesta reciente lo hace ya por la música. Eso ya se sabía en 2006 cuando se creó la oficina de exportación musical del país, dirigida por Sigtryggur Baldursson, exbatería de los Sugar Cubes, la banda con la que Björk comenzó y gracias a la cual se forjó la leyenda del sonido islandés. Según este organismo, 43 bandas tocaron el año pasado fuera de Islandia.

En paralelo, la industria del software y los videojuegos crece exponencialmente. “Está en los aledaños de la cultura y da mucho trabajo a gente del sector, como ilustradores”, explica la ministra. Para el cine, una nueva ley reembolsa el coste de cualquier película rodada en Islandia a sus productores. Ridley Scott se fue ahí a rodar Prometheus, igual que Darren Aronofsky hizo con Noah. La mañana en la que se prepara este reportaje, todo el equipo de la serie de HBO Juego de Tronos desayuna en un hotel del centro de Reikiavik antes de partir hacia una jornada de rodaje.

Pero cuando todo era champán y barra libre de crédito, muchos ya habían pronosticado que este era el único camino que podía seguir Islandia. Andri Magnason escribió en 2006 Dreamland: A self-help manual for a frightened nation (de próxima publicación en España por Aire). Un libro donde denunciaba un modelo económico basado en el dinero fácil de la especulación. “Durante los años del boom el gobierno concentró sus esfuerzos en la expansión de los bancos, el aluminio y la energía hidráulica que estaba destruyendo la naturaleza. Algunos queríamos ver una economía basada en la creatividad, no en el dinero fácil”. Así que hubo una extraña alianza entre los protectores de la naturaleza y “los empollones de los ordenadores”, recuerda Magnason.

“Durante los años del boom algunos queríamos ver una economía basada en la creatividad, no en el dinero fácil”, dice el autor Andri Magnason 

Björk y otras figuras clave de la isla le prestaron atención. “Así que cuando llegó la crisis había un movimiento de raíz en el que estaban metidos muchos jóvenes”. Se crearon grupos de trabajo en lo que dieron en llamar el ministerio de las ideas, una antigua fábrica en las afueras de Reikiavik. Pero Magnason reconoce el importante papel del gobierno. “Han crecido los teatros, el mercado literario ha florecido (60 escritores tienen apoyo durante un año entero), la producción cinematográfica ha aumentado, igual que la escena musical. Y todo este apoyo se multiplica en la economía. Las artes no son un proyecto paralelo a la buena economía, es la base de su salud”. ¿Y por qué la gente piensa votar de nuevo al partido conservador? “Echan de menos sus Range Rover”, resuelve el músico Ólafur Arnalds en un café de Reikiavik.

Permanece también la duda de si este modelo sería exportable a países como España o Italia, que multiplican por 150 su población. Donde los problemas económicos también guardan esa proporción. Magnason opina que sí. “Puede aplicarse a la mayoría de sitios. El problema en Europa, especialmente en Italia y España, es toda esa gente joven que no hace nada o que está en la extraña situación que ni el gobierno ni la industria definen su papel. Así no usarán toda su creatividad”. Quizá sea cuestión de tocar aún más fondo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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