Ricardo III en Washington
En el Plus están pasando la apasionante House of Cards, un remake americano (y suntuosamente ampliado) de aquella serie de la BBC con el mismo nombre, que protagonizó hará casi 25 años el gran Ian Richardson. Su nueva encarnación, el congresista sureño Francis Underwood, dispuesto a vengarse de quienes le negaron la Secretaría de Estado, corre a cargo del no menos enorme Kevin Spacey, y cada vez que se dirige a cámara para contarnos sus maquiavélicos planes o comentar las jugadas, como en los apartes isabelinos, es inevitable recordar a Spacey en su inolvidable Ricardo III en Avilés, susurrando "he determinado probarme cual villano y odiar los frívolos placeres de estos días", si no fuera porque la villanía de Underwood parece venir de lejos: seguro que de pequeño ya le arrancaba los ojos a los gorrioncitos. Más tarde no le harán falta apartes: le bastará con una mirada. ¡Y qué miradas! Irónicas, desdeñosas, heladas, terroríficas. Ricardo III, pues (sin chepa) cruzado con Yago, por la astucia casi artística de sus maquinaciones, y con unas gotas (Southern Discomfort) de Willie Stark, el cínico y ultracorrupto protagonista de All the King’s Men, la novela de Robert Penn Warren. Más parentescos: Underwood es un malo tan complejo como Tony Soprano, como el Tom Kane de Boss o el Walter White de Breaking Bad, y House of Cards tiene que ver con esas series y diría que un poco con The Wire: parece que, además de las entretelas de la política —pienso ahora que podría llamarse El Ala Oscura de la Casa Blanca—también vamos a conocer los desagües del mundo periodístico, de los sindicatos y de las grandes corporaciones.
Solo por ver a Spacey en la plenitud de sus poderes (un Spacey cada vez más cercano al enorme Gene Hackman) ya valdría la pena ver House of Cards, pero aunque sea el centro absoluto no es el único personaje atractivo: apetece mucho ver cómo crece su esposa, la estatuaria y enigmática Claire Underwood (Robin Wright), y la periodista Zoe Barnes (Kate Hara), con la que Francis mantiene una relación de padre incestuoso, o el inquietante Doug Stamper (Michael Kelly), el fidelísimo "hombre de sable" del político, todos ellos una banda de cabrones terriblemente inteligentes, combinación letal donde las haya.
'House of Cards' promete; no en vano, David Fincher produce y firma los dos primeros episodios
La serie promete más, mucho más, no en vano David Fincher produce y firma los dos primeros episodios, y el jefe del equipo de guionistas es Beau Willimon, que ya radiografió la negra entraña de un político demócrata en Los idus de marzo. También me interesa mucho su proceso de producción, pues contiene varios elementos novedosos, por no decir revolucionarios. En primer lugar, la absoluta carta blanca (léase control creativo) que Netflix, una plataforma de Video On Demand, dio a sus creadores. Veo que tanto Fincher como Spacey y Willimon figuran como productores ejecutivos, lo que les permitió, según cuenta este último, elegir actores, guionistas y realizadores: además de Fincher firman la lista de episodios Joel Schumacher, James Foley y Carl Franklin, entre otros. Parece ser que Netflix compró por anticipado dos temporadas completas, de 13 episodios cada una, lo que les liberó de tener que depender del éxito del piloto, de los semanales ratings de audiencia, o de los obligados cliffhangers. Cuenta Willimon: "Confiaron en nosotros y nos dejaron manos libres. Teníamos entera libertad, de principio a final. Podíamos escribir una escena para desarrollar el perfil de un personaje sin estar obligados a que hiciera avanzar la acción, y, sobre todo, sin sentir en la nuca el habitual aliento de un ejecutivo diciéndonos: '¿Estáis seguros de que eso funcionará?". Ese sueño dorado (que hoy parece inalcanzable en nuestro país pero algún día encontrará cadenas cómplices) culminó en la extrema novedad del sistema de emisión: si lo he entendido bien, Netflix optó por abolir las entregas semanales estrenando en streaming la temporada completa y poniendo los trece capítulos a disposición de sus abonados. Según David Fincher, ese es el futuro de la televisión, y algo me dice que no anda del todo desencaminado.
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