Chopin contra el pensamiento único
El búlgaro Nikolai Grozni narra en 'Jóvenes talentos' su experiencia como estudiante de piano durante la dictadura comunista
Nikolai Grozni (Sofía, Bulgaria, 1973) era un niño prodigio de diez años cuando ganó su primer concurso de piano clásico en la ciudad italiana de Salerno. Por entonces estudiaba en una escuela de música en Sofía, pocos años antes de que cayera el telón de acero. “Le pregunté a mi padre si podíamos quedarnos en Italia y no volver a Bulgaria”, recuerda el exniño prodigio y actualmente escritor. “Solo tenía diez años, pero estaba listo para adoptar una nueva identidad y empezar una nueva vida. Mi padre me miró horrorizado y me preguntó por mi madre que estaba en Sofia. Ni siquiera había pensado en eso”.
Ahora tiene 40 años y acaba de publicar Jóvenes talentos (Libros del asteroide), en el que a través del personaje de Konstantin –mitad ficticio, mitad real– novela su experiencia en una opresiva escuela de música en plena dictadura comunista. “Casi todo en el libro es autobiográfico, aunque el personaje protagonista es más consciente de sí mismo y más sabio de lo que yo era”, explica Grozni. “Casi todos los personajes son reales, me han estado persiguiendo durante años como fantasmas”.
Han pasado décadas desde que expulsaran al autor de una escuela de música similar a la que se describe en la novela, pero a su memoria siguen volviendo compañeros de ensayos y unos profesores que representan la rigidez de un sistema asfixiante que, mientras practicaba piezas de Chopin y Bach, daba sus últimos coletazos. “Haberte criado en una sociedad gobernada por las mentiras y por los dogmas absolutos te sensibiliza contra todo tipo de manipulación y chantaje psicológico”, contesta Grozni a través del correo electrónico.
Las estancias sofocantes de la escuela, por donde resuenan los ecos de los alumnos que practican con sus instrumentos, el sótano, el ático del edificio… Todos son un personaje más en Jóvenes talentos. Igual que la ciudad de Sofía, con sus edificios, sus laberintos subterráneos y sus calles, por las que desfilan los estudiantes alienados cuando tienen que conmemorar alguna celebración impuesta por el partido. “No es la típica ciudad que luce bien en una postal. No tiene edificios extraordinarios, ni museos, ni monumentos con los que uno pueda maravillarse”, explica Grozni. “Pero tiene una especie de atmósfera excitante, oscura y mítica, que echo de menos cuando estoy fuera y que me hace querer huir de allí cuando vuelvo”.
Los personajes adolescentes que respiran este enrarecido ambiente recurren al sexo, al tabaco y al alcohol para evadirse. Y, cómo no, a la música, válvula de escape y único medio que, en un momento dado, les puede ayudar a abandonar el país. Esa misma fue la experiencia de Grozni: “Uno de los estímulos que tenía para tocar el piano durante ocho o más horas diarias era que podría ver mundo, el mundo prohibido fuera del telón de acero. Cuando entraba en los años de la adolescencia y la opresión psicológica y la desesperación empezaban a devorarme, el piano se convirtió en una forma de viajar a un lugar donde era libre para pensar y sentir”.
Y gracias a la música viajó. Ahora vive en Estados Unidos, donde sigue la actualidad de un país que pasó del comunismo al capitalismo de la noche a la mañana. Bulgaria sufre ahora una crisis de gobierno –el primer ministro Boiko Borisov dimitió la semana pasada en medio del descontento ciudadano por las medidas de austeridad–, pero Grozni ve algo paradójico en sus calles: “La realidad sobre el terreno es diferente. Los bares, restaurantes, auditorios… siempre están llenos. Además, Sofía tiene más centros comerciales que cualquier otra ciudad que haya visitado. También creo que en muchos aspectos los pobres de Estados Unidos viven peor que los de Europa del Este”.
Grozni fue expulsado de la Escuela Nacional de Música Lubomir Pipkov por motivos políticos. Tras este trance abandonó toda aspiración relacionada con la música y acabó deambulando, durante una temporada, por las alcantarillas de Sofía. Fue rescatado por un amigo compositor, volvió a componer música y acabó con una beca en el prestigioso Berklee College of Music de Boston. “Dejé de tocar el piano en mi último semestre. De repente me di cuenta de que había despertado de un sueño y que necesitaba comprender dónde había estado todo ese tiempo". Intentando buscar respuestas, acabó en una choza en el Himalaya. Convertido en monje, estudiaba filosofía oriental, y, tras cinco años, se puso a escribir sobre su experiencia.
Tras años de escritura sobre esta y otras vivencias, los viejos fantasmas de su pasado como niño prodigio en Bulgaria volvían a acecharle: de nuevo, la música se cruzaba en su camino. “Después de muchos años viajando, me compré un piano cuando empecé a escribir Jóvenes talentos”, comenta Gorzni. “Pasaba del piano al portátil y luego otra vez al piano, hasta que la música y la escritura se fundieron en un único proceso. Estoy convencido de que ambas brotan del mismo sitio”.
Recordar su pasado en la escuela no fue una tarea grata. “Al final, me convencí a mí mismo de que escribir esta historia sería liberador y que me ayudaría a curar al menos parte de la neurosis que heredé de la infancia”, argumenta el músico escritor. “Pero mis temores se hicieron realidad: volví a las catacumbas, solo que esta vez eran mucho más aterradoras y estaban llenas de gente muerta”.
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