‘Blancanieves’ y la cruda realidad
La película muda de Pablo Berger se alza con 10 galardones La noche corona también a Juan Antonio Bayona como mejor director por ‘Lo imposible’ 'Las aventuras de Tadeo Jones', 3, y Grupo 7, 2 Fue una gala marcada por las duras críticas al Gobierno debido a la subida del IVA y los recortes a la cultura
“Veo esta noche muy en blanco y negro". La frase no era de Pablo Berger, el director de Blancanieves, sino de Juan Antonio Bayona, el responsable de Lo imposible. Bayona se fue de la ceremonia premiado como mejor director, pero mucho antes, a su llegada, supo ver el triunfo de la joya de Berger. Blancanieves es una revisitación con alma taurina, garcíaroderizada y gutierrezsolenizada, un canto al cine mudo europeo que hace siete años germinó en el corazón de un director bilbaíno, al que le ha costado demasiado tiempo sacar adelante una película que ahora parece fundamental para el cine español.
En total, una decena de goyas en una gala elegantemente reivindicativa. Hubo pegatinas, hubo morcillas en los discursos, hubo valentía en las palabras de Enrique González Macho, presidente de la Academia, hubo dolor, rabia y sabiduría en las palabras de Candela Peña, actriz secundaria por Una pistola en cada mano, hubo un discurso de Maribel Verdú basado en los diálogos de El capital, de Costa-Gavras, sobre cómo se roba a los pobres para dárselo a los ricos.
Eso sí, el triunfo no fue el tsunami esperable, porque en el penúltimo premio de la noche, Juan Antonio Bayona se llevó el de mejor dirección. La Academia repartió de manera muy equitativa los galardones. Bayona regaló su cabezón a María Belón, la auténtica protagonista de la historia: “Este Goya es para 230.000 personas [las fallecidas en el tsunami en 2004]”, y recordó lo fundamental que es para una industria que haya “películas grandes, medianas y pequeñas”. Finalmente, Bayona abandonó el acto con rotura fibrilar y en ambulancia tras un percance en su pierna.
Los Goya dieron suficiente juego y el año había tenido suficiente cine en sus venas como para que las películas no se olvidaran entre frases reivindicativas. Y desde la misma presidencia de la Academia, Enrique González Macho, fue el más cañero: “Este año hemos vivido doce meses de inquietudes”. Y enumeró los momentos adversos: “El más grave ha sido el de la brutal subida del IVA en la cultura y, por lo tanto, en el cine […]. Se nos contestó que era una medida transitoria, esencial y excepcional […]. Pero los resultados están siendo más negativos que lo que se previó. No es de recibo que tengamos el IVA cultural más alto de Europa. Una vez más, la razón del Estado se ha impuesto sobre el estado de la razón. Y nosotros no vamos a cejar en nuestro empeño de que se rectifique este grandísimo error […]. Quienes no son capaces de cambiar de opinión se aman a sí mismos más que a la verdad”.
El presidente puso el acento en los 3.000 millones de euros perdidos por la piratería en un año bueno en taquilla para el cine español, por lo que podría haber sido mejor: “O terminamos con el expolio o él terminará con la cultura”. Y finalizó: “El cine es de sus creadores y de la sociedad a la que va dirigido. Ha de ser una cuestión de Estado. El cine español no pertenece, ni puede pertenecer, ni pertenecerá a ningún partido político. No es de los de la ceja, ni de los del bigote, ni los de la barba, ni de los de ningún otro apéndice capilar, el cine nos pertenece a todos, es un derecho de los ciudadanos, y como cultura no es un complemento: es parte esencial de la vida”. Acabó con un pensamiento de Unamuno: “Solo el que sabe es libre. Y más libre el que más sabe. Solo la cultura da libertad. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas. No la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo”. Esas frases resumen el espíritu de la gala, en la que se mencionó más veces la palabra cultura que el término cine.
Otro de los momentazos de la noche fue el error de Carlos Santos y Adriana Ugarte, que se equivocaron al leer el nombre del ganador a mejor canción, que finalmente recayó en Chicuelo y Pablo Berger por No te puedo encontrar, de Blancanieves. Ellos leyeron uno de los cartones que se ponen en el atril para explicar quien recoge un goya cuando en la sala no está el ganador, y se olvidaron del papel que salía del sobre. Ese detalle se pudo ver mejor cuando Candela Peña, ganadora del premio a mejor actriz secundaria por Una pistola en cada mano, subió a atender a la prensa con dos cartones: uno impreso con cierto lujo, donde salía su nombre; otro con pegatinas en el que aclaraban que si ganaba Chus Lampreave recogía en su nombre Fernando Trueba.
Bayona obtuvo cinco premios con Lo imposible; Las aventuras de Tadeo Jones, tres —incluido un sorprendente galardón a mejor dirección novel para Enrique Gato—, y Grupo 7, dos. Y se reafirmó una sensación que ya vivía la Academia desde la lectura de las candidaturas. Esta edición, la 27ª, fue la de la renovación, salvo por José Sacristán, o el Goya de honor, Concha Velasco —que recibió de manos de otra estrella emergente, Manuela Velasco— o Fernando Trueba, el director más veterano. Los jóvenes Michelle Jenner, Alex González, Hugo Silva, Blanca Suárez, Quim Gutiérrez, Amaia Salamanca, María Valverde, Mario Casas, Inma Cuesta o el trío muchachada (Ernesto Sevilla, Julián López y Joaquín Reyes) pusieron cara al relevo. Alejandro Amenábar abrazaba a su amigo Juan Antonio Bayona, Eva Hache presentaba…
Eso sí, siguieron las reivindicaciones desde la misma puerta, en la que un grupo de figurantes con globos negros llamaba la atención sobre lo desconocido de su trabajo… junto a los 300 figurantes que sí realizaban para la Academia su labor: dar calor a una entrada inhóspita, porque el hotel Auditorium, lugar obligado para celebrar la gala ante la clausura por el Ayuntamiento de Madrid del Palacio Municipal de Congresos, tiene de todo (auditorio, salas, camerinos…) menos glamour. Eva Hache, también combativa, llevó con gracia —perspicaz el vídeo inicial basado en Bienvenido míster Marshall— la conducción de unos premios que Berger, a las tres horas y doce minutos de gala, remató con un “¡Viva el cine libre!”.
Insólita, racial y estética 'Blancanieves', por Carlos Boyero
(Crítica de Carlos Boyero, publicada el 23 de septiembre de 2012)
Blancanieves, de la que alguna gente fiable me había hablado con fascinación incondicional, a mí no me provoca la felicidad que sentí con The artist, pero le deseo lo mejor, que se acerque a ella un público numeroso y sin prejuicios ante ese experimento similar al de Hazanavicius y que tanto les hizo disfrutar. Es una película con estética poderosa, con imágenes deudoras en su composición del mejor cine mudo y del expresionismo alemán pero que inequívocamente hablan de una reconocible y racial España. Su originalidad tiene causa, todos sus elementos revelan el mimo y la pasión que le ha dedicado su creador, es una película con sabor y olor. Pablo Berger imagina que ese cuento tan triste de una criatura a la intemperie que es puteada estratégica y sistemáticamente por su sádica y odiosa madrastra, pudo haber sucedido en la Sevilla de 1920, entre toreros y enanos, rituales y símbolos, sentimientos nobles y podredumbre moral, mediante actores y actrices que manifiestan creíblemente lo que sienten sus personajes aunque estos no dispongan de voz. Me encanta la espontaneidad y la gracia de la Blancanieves niña. Y me da mucho miedo esa excelente actriz llamada Maribel Verdú, alguien que puede expresar modélicamente lo que le dé la gana con su rostro y sus movimientos. Es una película insólita en su planteamiento, audaz, sentida y bonita, pero no tengo la sensación de haber visto una obra maestra. Y por supuesto, no me importa que el cine mudo y en blanco y negro se ponga de moda. A condición de que tenga algo interesante que contar y que lo haga con el lenguaje adecuado. Blancanieves no se merece el hándicap que supone The artist. Pero ahí está.
Babelia
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