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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Matt Damon y Gus Van Sant, juntos contra el ‘fracking’

Carlos Boyero
Matt Damon, ayer en Berlín.
Matt Damon, ayer en Berlín.MICHAEL KAPPELER (EFE)

Matt Damon, además de ser un actor notable, con registros muy variados aunque el estrellato lo haya conseguido interpretando a un héroe del cine de acción en la modélica saga de Bourne, también demostró junto a su amigo Ben Affleck cuando empezaban su carrera que tenían cosas que contar. Escribieron el guión de la interesante El indomable Will Hunting y creo recordar que ganó un merecido Oscar.

Aquella película la dirigió Gus Van Sant, señor con el que ocurre algo extraño y es que su cine me resulta muy digno cuando hace películas artesanales y alimenticias y sin embargo me parece insoportable cuando realiza proyectos personales, empeñados en ser artísticos y vanguardistas. El Gus Van Sant que venera la crítica como Dios manda, el de Elephant, Last Days y otros pretenciosos engendros, suele ponerme de los nervios. Y no tengo claro si en Drugstore cowboy, la mejor película que he visto sobre las drogas, Gus Van Sant se lo montaba de mercenario o era la película que él quería hacer, pero en cualquier caso logró una obra maestra.

Matt Damon ha escrito junto al actor John Krasinski el guion de Promised Land. También la produce y la protagoniza. Y le ha encargado a Gus Van Sant que la dirija. Quince años mas tarde vuelve a repetirse el proceso de El indomable Will Hunting. El resultado no es apasionante pero sí muy correcto. Damon, alguien con opinión propia sobre el estado de las cosas, centra aquí su historia en el fracking, que es la perforación del subsuelo para conseguir gas natural. Interpreta al empleado de una gran compañía, al que han encargado junto a una colega que trate de convencer a los agobiados campesinos en un pueblo del profundo Sur para que vendan sus tierras a la multinacional. Describe la catarsis de un hombre desgarrado entre lo que le dicta su conciencia y su sórdido deber profesional, alguien que debe ocultar en nombre del gran negocio los peligros para el ecosistema que acompañan a esas perforaciones del suelo, que debe convencer con engaños y manipulación para que vendan sus raíces a gente que está asfixiada económicamente, sin capacidad para negociar con los poderosos. Es una película bien escrita, rodada e interpretada, a la que lastra un desenlace difícil de creer, mas cercano a la utopía que a la realidad.

El que sí siente descarnado apego a no enmascarar la realidad y una mezquina vocación naturalista es el director austriaco Ulrich Seidl. En Paraísos: esperanza cierra su infame trilogía sobre la forma que tienen de pasar las vacaciones algunos seres de su inconfundible y repelente universo.

La primera entrega la protagonizaban señoras europeas y cercanas a la ancianidad que hacían turismo sexual en África, damas sin el menor atractivo físico ni espiritual que alquilaban insaciablemente carne joven y acorralada por la miseria. La segunda hablaba de una fanática religiosa que repartía su ocio entre los latigazos en su cuerpo, el redentor cilicio y el incansable proselitismo para integrar en su parroquia a los descarriados y a los pecadores. En Esperanza, Ulrich Seidl va todavía mas lejos en su complacido retrato de las taras. La protagonizan niñas y niños marcados por una obesidad desmesurada a los que meten en un internado muy estricto durante sus vacaciones para que aprendan a disciplinar su cuerpo y su ánimo.

Pero lo que le interesa ante todo a Seidl son las obsesiones sexuales de estas adiposas criaturas y todo lo que huela a enfermizo y desprenda fealdad. La relacióon de una de estas niñas con un rijoso médico cincuentón bordea la pornografía sentimental. Ulrich Seidl tiene mucho éxito en los festivales de cine. Les parece el rey de la provocación, consideran enormemente inquietante y transgresor su identificable mundo. A mí me parece asqueroso. Y algo aún peor. Es profundamente aburrido.

La polaca En el nombre de, dirigida por Malgoska Szumowska, se centra en el tormento que sufre un cura entre sus principios religiosos y su homosexualidad. Pero sus pesares no logran hacerse contagiosos. Eso sí, provoca un tedio excesivo la forma en que los describe la directora.

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