Hengelbrock ‘suaviza’ a Wagner
El director alemán ofrece su visión historicista de ‘Parsifal’ en el Teatro Real El uso de instrumentos originales rebaja un 40% el volumen de la orquesta
La violencia que ejerce la obra de Wagner en las cuerdas vocales de sus cantantes está fuera de duda. El volumen de sus óperas, especialmente las que se interpretan en Bayreuth, es altamente perjudicial para sus intérpretes —“tóxico”, suele llamarlo el director de escena Peter Sellars—, que se dejan la salud para abrirse paso entre el poderoso sonido. El gran arte bien vale un poco de sufrimiento, podría pensarse. Pero nada más lejos de la voluntad real del compositor, opina el alemán Thomas Hengelbrock, que estos días dirige en el Teatro Real una versión en concierto de Parsifal con instrumentos originales y radical fidelidad a las anotaciones de Richard Wagner. “Oír gritar a los cantantes es horrible. Para él lo más importante era que se escuchara la voz sin llegar a ese extremo, que se entendiera el libreto. Por eso llegaba a cortar la música de repente”, explica en relación a la deformación que ha ido asumiéndose durante el siglo XX.
La evolución de algunos instrumentos, creados con el paso del tiempo a la medida sonora de gigantescos teatros como el Metropolitan de Nueva York, convirtió las piezas del compositor alemán en un auténtico sacrificio vocal. Pero la interpretación con instrumentos originales (vuelve a hacerse hoy y el sábado en el Real) rebaja casi en un 40% su volumen y permite que una voz como la de Matthias Goerne, tan acostumbrado al sotto voce del lied, pueda lucir como lo hace en este Parsifal. “Me alarmaba el fortissimo permanente, pensaba que no era posible dirigir así a Wagner. Así que empecé a investigar”. Y lo que descubrió fue al compositor exigiendo en los ensayos que nadie gritase.
Los cantantes se encuentran más cómodos con esta interpretación
Thomas Hengelbrock (Wilhelmshaven, 1958) es un ferviente admirador de Nikolaus Harnoncourt, uno de los grandes defensores de la interpretación historicista, especialmente del periodo barroco. Este Parsifal toma el testigo y renueva una tendencia que cobra cada vez más importancia acercándola hasta la orilla wagneriana. La del respeto radical a la idea del compositor más allá del ego que genera el podio, considera. “El compositor es el jefe”, exclama Hengelbrock. Es cierto que la evolución de los instrumentos de finales del siglo XIX hasta hoy no es tan llamativa como la del barroco, pero acudir a los originales introduce unos cambios definitivos en el discurso.
La amistad del compositor con el constructor de instrumentos Wilhelm Heckel le permitió disponer siempre de las herramientas adecuadas para ejecutar su idea sonora. De hecho, gran parte de sus artefactos fueron utilizados en el estreno de Parsifal en 1882. Esa es la línea que sigue Hengelbrock ahora. Los oboes de esta versión, por ejemplo, pertenecen al sistema alemán. Tienen paredes más gruesas y producen un sonido más áspero y cálido, menos brillante que el oboe francés. Tampoco hay flautas traveseras (Wagner las odiaba y prefería la tradicional, de madera y de diseño cónico); para los metales, buscaba un sonido más grave y empezó a utilizar el trombón contrabajo y la tuba contrabajo, dos instrumentos más habituales en la música militar que en la sinfónica, como explica Minkus Teske. Pero una de las grandes diferencias sonoras surge de prescindir casi totalmente del vibrato y del uso de cuerdas de tripa. “A los cantantes les encanta. Producen un sonido mucho más parecido al de las cuerdas vocales”, señala el director.
En manos de la historia, el tempo es otro asunto peliagudo. La velocidad de interpretación se convirtió, tras la muerte de Wagner, en una cuestión ideológica; incluso racial, en manos de Cosima, la viuda del compositor. “Ella sostenía que los judíos interpretaban y hacían todo muy rápido. Asoció el tempo lento al hombre germánico cristiano. A la espiritualidad”, explica Hengelbrock.
Su paso por Bayreuth, que inauguró en 2011 con Tannhäuser, quizá acrecentó más ese distanciamiento con la línea impuesta por la familia. A falta de dos semanas estuvo a punto de renunciar y provocar un escándalo, confesó ayer. “Bayreuth es un lugar fantástico. Pero se realizan suficientes ensayos. Hay demasiados cambios entre los que ensayan y los que tocan. Me sustituyeron 12 violines en el último momento. Hay gente que luego actúa que nunca ha ensayado. No se dan las condiciones necesarias. Estuve a punto de marcharme. A Katharina \[Wagner\] no le interesa la música, solo unas cuantas ideas modernas que vienen de Berlín”.
Babelia
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